Escrito por 12:00 am Especial, Revistas

Agosto 2014

La historia de la humanidad no puede comprenderse ni explicarse sin las grandes migraciones. Algunas, originadas por cuestiones climáticas; otras por razones políticas o religiosas, y otras más por la ambición y la búsqueda del poder, han generado estructuras económicas, políticas, sociales, ideológicas y religiosas, que han determinado lo que hoy somos.

Las migraciones van a continuar, por una u otra razón; de ahí que los Estados contemporáneos tienen el reto de adecuarse constantemente a una cambiante realidad globalizada en la cual la movilidad de las personas no sólo llegó para quedarse, sino que habrá de incrementarse con el paso de los años.

Lo más complicado en esta agenda se encuentra en el hecho de garantizar, para quienes dejan sus lugares de origen, un trato digno en los lugares a los que llegan. Una cuestión de enorme complejidad porque una fórmula así de sencilla, implica mucho más que marcos jurídicos y políticas públicas para promover la tolerancia y la inclusión social.

Una realidad de esta naturaleza exige la transformación hacia una nueva cultura basada en la noción de un “nosotros compartido” y no en la preeminencia del individualismo a ultranza que hoy gobierna en todos lados. Esto implicaría reconocer el llamado que hacía hace más de 500 años Fray Bartolomé de las Casas, en el sentido de señalar que simplemente, “la humanidad es una”.

Nunca las fronteras políticas, los resguardos militares ni los muros han sido eficaces ni mucho menos deseables para contener las migraciones. Cuando hay hambre, destrucción por fenómenos naturales, crisis política o violencia incontrolada, no hay nada, literalmente nada que pueda contener el éxodo de los miles de personas que buscan oportunidades para vivir, y en caso de ser posible, hacerlo con dignidad.

La crisis humanitaria de las niñas y niños no acompañados que se ha hecho patente en la frontera de México con los Estados Unidos -pero de cuya génesis es testigo todo el territorio nacional, comenzando en el Suchiate y continuando por las peligrosas rutas de la migración-, nos pone una vez más frente a la cara, el hecho de que la migración es mucho más que el tránsito de una persona de un lugar a otro.

La migración, debe entenderse, inicia con la decisión de las personas relativa a que el lugar en el que nacieron y crecieron es, más que un hogar, un territorio hostil del cual deben escapar. La migración inicia con la conciencia de que se es víctima de la desigualdad, de la pobreza o de la violencia y que vale la pena arriesgar lo poco que se tiene, en aras de conseguir una nueva ruta de vida.

Ponerse en movimiento es, pues, sólo una cuestión incidental, pero en la cual se arriesga literalmente la vida. La travesía hacia “la tierra prometida” se convierte en miles de casos en un insoportable tormento de sed, hambre, violencia y, en muchos casos, de pérdida de la salud, mutilaciones por caídas a las vías del tren, o la terrible experiencia de ser víctimas de violaciones sexuales, golpes, tratos crueles o hasta el asesinato.

La migración es un complejo fenómeno en el cual lo que se revela son las múltiples relaciones de poder que han derivado en abismos de desigualdad; así lo ha reconocido incluso el PNUD en México: mientras haya un diferencial de 8 a 1 en los niveles salariales entre Estados Unidos y México, la migración seguramente continuará.

Estamos enfrentando una crisis humanitaria que tiene su origen en las férreas estructuras que sostienen al modelo de capitalismo más feroz y depredador que se ha visto en la historia; procesos de acumulación groseros que han llevado a que mil familias posean más riqueza que los 50 países más pobres – juntos–, en nuestra realidad planetaria.

Es hora de ofrecer una nueva mirada, mucho más comprensiva al fenómeno migratorio, y con base en ella diseñar políticas mucho más abiertas y cimentadas en la tolerancia y el combate diario al racismo y la xenofobia.

La búsqueda del bienestar va a continuar, eso es inevitable; lo que sí podemos evitar es el dolor, la maldad y el sufrimiento que ésta provoca a miles de personas que no buscan, en la inmensa mayoría de los casos, sino la oportunidad de ser quienes están llamados a ser.•  

Mario Luis Fuentes
Director general del CEIDAS, A.C.; en la UNAM es integrante de la Junta de Gobierno; Coordinador de la Especialización en Desarrollo Social del Posgrado de la Facultad de Economía; Investigador del Programa de Estudios sobre el Desarrollo; y titular de la Cátedra Extraordinaria Trata de Personas.
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