Escrito por 12:00 am Cultura, Rosa María Fajardo

El eco de un canto luminosos retumba en las montañas

Reflexiones en torno a ¡Quiquiriquí! o El canto del noble gallo Beneventano, de Herman Melville


La onomatopeya quiquiriquí es el anuncio de un despertar o renacimiento a una nueva vida de parte del narrador, un hombre en conflicto por el devenir de los últimos tiempos.

La historia del autor de Moby-Dick inicia con una profunda reflexión que los cambios sociales y tecnológicos han operado en las personas, llevándolas a la protesta o convirtiéndolas en víctimas.

“El aire frío y brumoso, húmedo y desagradable” es un reflejo del ambiente social que se vive y de la incertidumbre de los cambios que no dejan ver con claridad. Sin embargo, el protagonista se enfrenta con decisión a las adversidades climáticas para dar ese paseo por las colinas que, al igual que las montañas, acogen al caminante en sus bosques de meditación y los abducen del mundo, purificando sus almas, pero sin ninguna concesión en cuanto al esfuerzo que en sus pasos deberán poner, lo mismo que cuando siente que su cabeza casi choca contra el suelo: “como si estuviera a punto de embestirle el mundo”.

Pero las sabias colinas están llenas de secretos y de vida en sus entrañas. Hay senderos oscuros y fríos, quizá tenebrosos, pero basta dar unos pasos, cambiar de ruta, para descubrir los rayos del sol filtrándose por las hojas de los árboles y “respirar” luz, esperanza.

Mientras los árboles viejos se cubren de ramas viejas, en los jóvenes brillan, como esperanza, “los primeros matices amarillentos de las ramitas al brotar”.

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          Caronte lleva almas muertas a través del río, 1861. Konstantin Yegorovich Makovsky

La montaña que, gentil, alberga la vida de los lugareños ahí asentados, “descubiertos” por el protagonista por el humo de las chimeneas, lo llevan a otra reflexión: por un lado, la “marca tan leve que deja el hombre en la tierra”, en comparación con la que la tierra deja en él.

Tal como las huellas de los pasos quedan canceladas de los senderos por los bosques del tiempo, para el hombre, eterno errante en la vida, sus rutas son todo y lo marcan de forma indeleble, según su experiencia de vida.

Así se manifiesta también la brevedad de la vida, su fragilidad frente a las máquinas, como el amigo del protagonista y otras 30 almas más, mandados al otro mundo por la torpeza de un maquinista, y “aquel choque en la línea férrea justo en las montañas de allí enfrente”, desde donde se nos narra, y que arrasaron con el amor de unos novios, la cándida niñez y otras veinte almas que “embarcaron en el negro bote de Caronte”.

El hombre aniquilado por sus propias creaciones para el progreso, muerto por los adelantos, asesinado a sangre fría por sus propios monstruos mecánicos. Si una máquina arrebata la vida de un niño inocente y no llega el castigo de los cielos, en verdad, como nos dice el narrador, este es “¡un mundo miserable!”.

Y mientras soplan estas ráfagas de pensamientos en la mente del protagonista, ahí, de pie frente a la muerte generada por el hombre, siguen las gentiles montañas que albergan algo, en su contexto, sublime: “el canto triunfal de un gallo”.

Un canto que para el narrador parece más una alabanza a la Creación. Un gallo que es símbolo de la esperanza, una invitación al “¡nunca te rindas!” y anuncio de buenaventura.

Entonces, las brumas se dispersan y él transforma su percepción: “vaya, vaya, empiezo a sentirme un poco mejor”. Después de todo, el día no está tan brumoso. El sol, anunciado por el gallo le calienta el alma.

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Para el narrador resulta admirable cómo el gallo, aun con la muerte siempre acariciando su cuello, estimulada por el hambre del amo, pueda cantar loas a la vida.

El canto es tan potente y luminoso que hace sentir el soplo de vida en las venas, ahuyenta las penas del mundo, las sombras de la depresión. Sí, “todo por el simple canto de un gallo”.

Luego del canto del gallo, el protagonista regresa a casa cargado de energía y con una sensación de seguridad que le hace sentir que puede enfrentar todos sus problemas.

Así, luego de un día de revelaciones y lecciones de vida, seguida de una noche de sereno reposo, él, cual profeta, sube de nuevo a la montaña para buscar la iluminación.

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El protagonista quiere comprar el gallo y está dispuesto a todo por conseguir ese Shanghai y se da a la búsqueda del autor de tan majestuoso canto, tarea que le resulta muy tortuosa.

Por fin da con Merrymusk, el dueño del gallo prodigio y logra conocer al “animal más resplandeciente que bendijo jamás la vista de un hombre. Un gallo que más parecía un águila imperial que un gallo”.

Sin embargo, su intención de comprar al espléndido animal no tiene éxito, ya que su propietario, aunque sumido en la pobreza, se considera rico al tener a Clarín con él y su familia, pues su sola presencia es capaz de curar los males del alma y aliviar así el cuerpo.

La perspectiva de la vida del protagonista contrasta con la del dueño del gallo, ya que, mientras el primero ve la miseria de Merrymusk, el segundo para nada se considera triste ni desamparado, toda vez que el gallo es suyo y su canto lo alegra.

“¿Acaso no tengo a Clarín? Él se ocupa de alegrarnos. Canta pese a todo, canta en los momentos más negros”. Y ambos coinciden en considerar su canto como alabanzas a Dios.

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No hubo oferta que Merrymusk el leñador aceptara para vender a su gallo, el cual era su verdadera riqueza, y fue su canto el que lo custodió a él y a su familia hasta el final.

Luego de acompañar con su canto a su dueño hasta las puertas de la muerte, el gallo también fallece, dejando claro que el don de su posesión era intransferible, pero que el legado de su canto puede seguir retumbando en las montañas, dando alivio a los pesares de otras personas.

Rosa María Fajardo @RosaMFajardoG Escritora y periodista. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM, con equivalencia de grado por la Università degli Studi di Trieste en Italia. Máster en Escritura Creativa en la Università degli Studi Suor Orsola Benincasa de Nápoles y Maestría en Literatura y Creación Literaria en la Casa Lamm. Fue catedrática en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y correctora de estilo del suplemento sábado de unomásuno. Ha colaborado en medios mexicanos como los suplementos sábado y Acento X, de unomásuno y en la revista Generación, y en Italia en la revista literaria Lìnfera y el suplemento cultural INK del periódico universitario Inchiostro. Es coautora de la revista Los Sembradores de Historias y los libros de cuento Aún espero algo mejor e Impaciente Espera, publicados en Italia con el grupo literario Trattolibero. Actualmente es docente en el Tecnológico de Monterrey.  
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