Escrito por 12:00 am Desigualdades, Saúl Arellano

Repensar la pobreza

Es momento de pensar con seriedad -o al menos de intentarlo-. La discusión abierta entre el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en torno a cómo se miden los ingresos de los hogares y cuáles son sus resultados es sólo la parte visible de un asunto mayor que puede sintetizarse en una pregunta de absoluta simpleza: ¿qué significa ser pobre?


En un texto publicado hace cinco años, escribí: “pensar en los pobres como un producto racional de la incapacidad de desarrollo de las fuerzas productivas constituye un ejercicio de ideología, antes que una explicación filosófica o científica del estado de cosas que hoy priva sobre el mundo”.

Ante la evidencia de lo cotidiano, la afirmación sigue sosteniéndose. De tal forma que continuar discutiendo qué magnitud tiene la pobreza tomando como referencia fundamental criterios monetarios constituye un error conceptual, además de un despropósito ético.

Lo que el diferendo entre las dos instituciones mencionadas debería provocar es un debate profundo en torno al modelo de desarrollo, y en ese contexto, sobre cuáles son los niveles de bienestar a que deberíamos aspirar como sociedad.

Esto, en la coyuntura, debería llevarnos a plantear un serio debate sobre los umbrales, y desde esta perspectiva, replantear no sólo cuál es la “línea del bienestar” aceptable para no ser considerado como pobre, sino cuál es el nivel de cumplimiento de los derechos humanos que reconoce la Constitución, y en esa lógica, cuál es el modelo de desarrollo que se necesita para darle cumplimiento.

Los derechos humanos, nos advertía Jorge Carpizo, no pueden seguir siendo vistos, después de la reforma al artículo 1º constitucional de 2011, como un mero “catálogo de enunciados aspiracionales”; se trata de un corpus jurídico exigible incluso ante los tribunales.

En los últimos años se han planteado mediciones y métodos para calcular qué tanto se es pobre, porque fundamentalmente no se tienen ingresos monetarios, y porque se carece de acceso a ciertos derechos. Pero démonos una licencia, y preguntemos con seriedad y humildad: ¿qué es ser pobres y qué significa carecer?

Puede afirmarse que, si nos adentramos en la profundidad de ambas cuestiones, no podremos sino asombrarnos. Heidegger nos da una pista: “Ser verdaderamente pobre significa: ser de tal manera que no carecemos de nada, salvo de lo no necesario. En verdad, carecer quiere decir: no poder ser sin lo no-necesario y así precisamente pertenecer únicamente a lo no-necesario”.

La profundidad filosófica de esas líneas rebasa infinitamente las capacidades de un artículo como éste, empero, permite vislumbrar lo lejos que hemos estado de una discusión que nos lleve de una nueva categorización de las ideas de la pobreza y la carencia, a una propuesta que pueda descender al terreno de lo técnico y ofrecernos alternativas de medición y estimación para saber qué más debe hacerse para garantizar el bienestar a la población.

Preguntemos: ¿es ético sostener, en una de las más grandes economías del planeta, que el umbral de la pobreza puede ubicarse en $2,653 pesos mensuales por persona? ¿Es ético aceptar como indicador la afiliación a los servicios de salud, cuando las clínicas carecen de todo, incluso de médicos y personal de enfermería? Yendo más allá, ¿podemos aceptar la medición actual, frente al mandato constitucional de garantizar y proteger integralmente los derechos humanos?

Recurriendo de nuevo a Heidegger, habría que esperar que nuestros políticos y técnicos decisores de mediciones y políticas públicas puedan pensar en otro tono y escuchar ideas como la que sigue: “El peligro de la hambruna, por ejemplo, y de los años de escasez… no reside de ningún modo en que muchos hombres pueden perecer, sino en que aquellos que se salvan no viven más que para comer a fin de vivir… En este vacío, el hombre se extravía. Se equivoca de camino sobre el cual aprender la esencia de la pobreza”.

@saularellano

Artículo publicado originalemte en “la La Crónica de Hoy” el 21 de julio del 2016

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