Los últimos años han sido muy atormentados en nuestro país, Brasil. Se dio la discutible destitución de la presidenta Dilma Rousseff, las serias acusaciones de corrupción a su sucesor, el presidente Temer, la obra devastadora del Lava-Jato con aplicación rigurosa de lawfare, y la prisión de Lula, el mayor líder popular, mediante un juicio claramente parcial y carente de pruebas materiales, juicio criticado por los más eminentes juristas nacionales y extranjeros
Fue clamorosa la campaña presidencial marcada por la utilización masiva de las redes sociales con millones de falsas noticias, mentiras y calumnias procedentes de todos los lados. En una orquestación de fuerzas a ser deslindada todavía, se eligió a Jair Bolsonaro, un excapitán del ejército, de extrema derecha, fundamentalista religioso y explícitamente homofóbo. Sus palabras violentas, si se concretan, podrán poner en peligro la democracia y el pacto social, costosamente tejido por la Constitución de 1988. Nunca se había visto en nuestro país una irrupción de odio, de rabia, de bajísimo nivel, en una palabra, de la dimensión oscura y perversa de la cordialidad brasilera, según Sérgio Buarque de Holanda.
En un Estado de Derecho Democrático, una victoria electoral debe ser aceptada por todos, por más críticos que debamos ser hacia las posiciones políticas asumidas.
El candidato vencedor no propuso ningún proyecto global para Brasil. Pronto se reveló realmente falto de preparación para asumir la mayor responsabilidad sobre el destino de un país continental y complejo como el nuestro. Se descargó de este fardo, pasándoselo a sus ministros, muchos de ellos militares. Algunos, civiles, revelan un oscurantismo intelectual palmario, capaz de causar espanto hasta a los extranjeros.
Todo parece indicar que estamos en un vuelo ciego rumbo a lo incierto. Puede suceder cualquier cosa.
¿Qué postura tomar? En primer lugar, hacer una opción comprometida y patriótica por Brasil. Brasil es el todo; los partidos, vencedores o vencidos, son sólo partes. Debemos todos construir el todo para todos.
Frente a Brasil necesitamos olvidar querellas del pasado y mirar adelante y a lo lejos. Debemos sentirnos como peces de la subienda nadando contra la corriente. Incluso así avanzaremos como ellos para producir vida. Como decía J. F. Kennedy en su discurso inaugural de 1963: “ningún desafío está más allá de la capacidad creadora del ser humano”.
Para ser creadores, es importante cultivar la esperanza, como principio que va más allá de la virtud, en el sentido que la prisionera Dilma Roussseff dio: “En la cárcel se espera mucho. Esperar necesariamente significa tener esperanza. Si se pierde la esperanza, el miedo te domina. Yo aprendí a esperar”. Por eso se volvió la persona resistente que conocemos.
Tenemos que hacer nuestra una esperanza afectiva y efectiva de que el gobierno actual, con todas las limitaciones que posee, que no son pocas, salga del vuelo ciego y encuentre el rumbo hacia la disminución de la injusticia social (las clamorosas desigualdades) mediante políticas que beneficien al país a partir de los que más necesitan y que no pueden defenderse por sí mismos. El deber ético primero de un Gobierno es garantizar la vida de los ciudadanos, y después las finanzas, el mercado, la educación, la cultura y la seguridad, todo al servicio de la vida.
Una población empobrecida y enferma jamás abrirá camino al desarrollo humano y social. En este contexto cabe recordar las palabras del libro del Eclesiástico: “Es asesino del prójimo quien le roba los medios de subsistencia; derrama sangre quien priva al asalariado de su salario” (34,26-27). Algunos del gobierno pretenden afectar los salarios y otros derechos.
En el caso de que ocurriese una grave lesión a los derechos fundamentales y al régimen democrático, cabe la formación de un frente amplio y supra-partidario para resistir y obligar a una inflexión en dirección a lo justo y a lo correcto.
Como teólogo hago mío para 2019 el ideal de Edward Neves de Belo Horizonte, un colega también teólogo laico: “cultivar las siguientes posturas del Jesús histórico: (1) nutrirse de la intimidad amorosa de Dios; (2) regirse por el sueño de Jesús, de un Reino de vida, de amor y de justicia; (3) actuar movido por la compasión; (4) colocarse al servicio de la dignidad de cada persona, especialmente del excluido; (5) liberarse de las tentaciones del tener, del poder y del placer para amar con mayor profundidad y gratuidad”.
Hago votos para todos de un año de felicidad posible en nuestro contexto concreto. Spes contra spem.
Texto publicado con autorización de http://www.servicioskoinonia.org/boff/
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