Hay quienes sostienen que el año 2020 será algo así como un “año cero”, sin embargo, esto implicaría renunciar a reconocer que hay historia, y que ésta nos determina en múltiples sentidos. Lejos se perciben ya los ecos de los debates en torno a la modernidad y la posmodernidad, el surgimiento de la sociedad de la información o también los planteamientos de la sociedad riesgo o el mundo esfera o las sociedades líquidas.

Hoy estamos frente a lo desconocido, y tenemos por ello el reto y la responsabilidad de reaccionar, aunque suene paradójico, con una reflexión pausada, con una lectura atenta de los fenómenos históricos que tenemos enfrente, pues ante quienes claman que ante la crisis no hay tiempo, la pregunta obligada es cuánto y qué sabemos nosotros del tiempo.

Vulnerabilidad

Habrá que separar, pues, lo urgente de lo estructuralmente prioritario. Es decir, actuar con inteligencia y arrojo frente a las emergencias sanitaria y económica, pero también ante lo que nos colocó en la imperiosa necesidad de cuestionarnos, otra vez, en torno al rumbo de la humanidad, con base en la evidencia de nuestra vulnerabilidad ante la enfermedad y la muerte, y el carácter de nuestra frágil existencia.

Es cierto que a partir de este evento planetario, que cada vez más adquiere tintes catastróficos, algo habrá de cambiar en la economía mundial, y ya hay voces que alertan en torno a una modificación del proceso de globalización económica de los últimos 30 años. Sin embargo, también debe tenerse cautela ante un hecho: China sigue teniendo una inmensa planta industrial. Los Estados Unidos y Europa siguen siendo los países más industrializados y con la mayoría de las mejores universidades y centros de investigación en el mundo.

Corea del Sur y Japón son ejemplares en Asia. Los países nórdicos siguen siendo referentes de modelos de bienestar envidiables en prácticamente cualquier sitio del planeta, con el añadido de su enorme fortaleza en términos de ser economías cimentadas en la ciencia, la innovación tecnológica y la generación intensiva de energías limpias.

¿Qué es lo que podemos y debemos modificar entonces?

En primer lugar, es evidente que las inaceptables desigualdades y las condiciones de pobreza y hambres que persisten en amplias regiones del planeta. Hasta ahora, la epidemia ha golpeado duramente a los países más ricos, pero ya está llegando a las regiones más depauperadas. Realmente asusta pensar lo que puede ocurrir en contextos con frágiles sistemas de salud, y en medio de la carencia de servicios elementales como el acceso al agua limpia.

El modelo y estilo de desarrollo que hemos construido es totalmente inviable. Hoy, ante una epidemia que ha matado ya a cientos de miles de personas, lo que salta a la vista una vez más es que nuestra común humanidad es justamente ésa: nuestro permanente e inevitable carácter vulnerable ante el hambre y la enfermedad. Dicho, literalmente, no importa cuánto dinero se tenga; si no hay un respirador, y si no llega a tiempo, habrá de morirse.

¿Qué somos, pues? ¿A dónde vamos?

Y es que debemos regresar a las preguntas elementales, porque sólo ante el abismo, dirán algunos, estamos dispuestos a cambiar y volver a andar el camino. Necesitamos darnos cuenta de que no es vía el consumo y la acumulación de bienes como habremos de perdurar como humanidad. No es mediante la explotación de los pobres ni el saqueo planetario como nuestra civilización habrá de ser ejemplar.

Si el capitalismo global cambia de métodos, pero no de fines, estaremos condenándonos a repetir las escenas que hoy vemos, una y otra vez. Y si la única respuesta es un retorno a los nacionalismos y a la defensa de “los intereses nacionales”, habremos de andar una brecha que nos llevó ya, en varias ocasiones, al mismo callejón sin salida.

Quizá el rey-poeta Nezahualcóyotl lo había comprendido mejor: “nada humano nos es ajeno”. Con base en esta idea, podríamos avanzar hacia un estilo de desarrollo que defienda el interés planetario, el interés de todas y todos, que no es otro que el poder vivir y morir en condiciones de dignidad.

Artículo publicado originalmente en el periódico Excélsior.

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