De acuerdo con la Comisión Nacional para la Biodiversidad (CONABIO), en México hay al menos 2,665 especies en peligro de extinción. La cifra es estruendosa por donde se le mire, más aún si se considera que la amenaza que enfrentan se debe fundamentalmente a la intervención humana en los ecosistemas.
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Esta enorme pérdida de biodiversidad que enfrenta el país se asocia fundamentalmente al daño que está generándose a los ecosistemas, de los cuales hemos perdido también enormes extensiones en el territorio nacional.
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En efecto, de acuerdo con la propia CONABIO, entre los ecosistemas existentes en México, los de los bosques templados y nublados, registran una reducción del 26.45% y un deterioro del 34.4%; una pérdida del 15.19% de matorrales y un 8.07% de deterioro; un 36.6% de pérdida de pastizales, y un deterioro del 38.53%; una pérdida del 40.54% de nuestras selvas húmedas, y un 73.54% de deterioro de las restantes; así como un 36.44% de pérdida de las selvas secas y un deterioro del 56.97% de las que aún se conservan.
Se trata de una grave situación, cuyos efectos se perciben sobre todo en eventos críticos como la sequía por la que atraviesa el país, y que es considerada una de las más prolongadas y profundas que ha tenido México en los últimos 100 años; lo cual se traduce también en repercusiones económicas y sociales relevantes, como el encarecimiento de ciertos productos de la canasta básica que están agudizando las condiciones de pobreza que afectan a millones.
Estamos asistiendo, pues, a uno de los procesos de extinción de especies más acelerados en la historia biológica del planeta. A nivel mundial “The red list of Threatened Species”, incluye al menos a 37,400 especies que están en peligro de extinción, y al menos 30 mil especies más que enfrentan algún nivel de riesgo.
A nivel planetario, en los últimos 50 años se tiene registro de al menos 800 especies totalmente extintas. Y esto se asocia al hecho de que hay al menos 243 bosques amenazados en el mundo; 180 humedales; así como 287 espacios territoriales con diferentes ecosistemas que enfrentan severas amenazas.
Frente a este peligroso escenario para el planeta, y para nuestra propia especie, lo que se observa en México es una total indiferencia en el tema entre la clase política, al grado que el gobierno de la república celebra, como si se tratase de un auténtico logro nacional, la adquisición de una refinería para procesar petróleo y producir fundamentalmente gasolinas.
A nivel mundial, la llegada de Joe Biden a la presidencia de la República permitió relanzar la agenda ambientalista que responde a lo que algunos autores denominan “el interés planetario”; es decir, asuntos cuyo origen tiene escala mundial, y que por lo tanto, exigen también soluciones globales dirigidas a producir potentes impactos locales.
En ese sentido, es obligado preguntarse qué tipo de políticas están desarrollándose en los países más megadiversos, entre los que se encuentra, por supuesto, México. Y desde esta perspectiva, es importante decir que en nuestro continente en esa lista de países con una enorme biodiversidad están Colombia, Brasil, Venezuela, Perú y Ecuador.
Por eso importan las agendas locales; porque tanto a nivel nacional, como en las regiones que integran a nuestros países, es urgente que se generen nuevos diagnósticos y, sobre todo, que se actúe en consecuencia de ellos, para revertir las perniciosas condiciones de deterioro y contaminación de los ecosistemas.
Desde esa perspectiva, es notoria la ausencia del tema en las campañas políticas que se están desarrollando actualmente en México. Se elegirá nada menos que a toda la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, pero también 15 gubernaturas de estados, donde hay severas crisis medioambientales, que se suman a otras crisis.
Por ejemplo, Michoacán y la crisis de las zonas lacustres de Pátzcuaro y de Cuitzeo, que hace dos siglos era nada menos que el segundo lago más grande de nuestro país, sólo superado por Chapala, y que hoy se encuentra literalmente desecado al 100%. Guerrero, donde la tala inmoderada e irracional -igual que en Michoacán-, así como la contaminación de ríos y aguas marinas, ha alcanzado niveles de escándalo.
También Sinaloa, Sonora, Baja California Sur y Baja California, son entidades con severos problemas, y en las cuales la agenda de la protección a los ecosistemas y a la biodiversidad es, en el mejor de los casos, marginal, pero en la generalidad, simplemente inexistente en el debate político, a tal grado que en ninguno de los debates que ha habido entre candidatas y candidatos, se ha incluido como uno de los ejes irrenunciables del desarrollo.
Erradicar la pobreza, reducir las desigualdades, generar nuevas capacidades de crecimiento económico y cimentar un nuevo curso de desarrollo sostenible, será imposible si no se atienden estos temas que, además, dependen directamente del ámbito de lo municipal y lo estatal, donde se tiene el control constitucional y legal del uso del suelo y el manejo del agua.
En una elección en que están en juego más de mil alcaldías, sorprende que el cuidado y la recuperación del territorio, desde una perspectiva medioambiental, se encuentre totalmente ausente del debate serio. Lo que provoca que no haya propuestas pertinentes ni convincentes, respecto de lo que habrá de implementarse en los próximos años para revertir el deterioro infligido a la naturaleza.
Proteger el medio ambiente es un asunto ético irrenunciable: no hay líder político de alcance global que no lo haya planteado de esa manera. El problema está en que, países megadiversos como el nuestro, cuentan con gobiernos y en general una clase política, a la que el medio ambiente le tienen literalmente sin cuidado.
Investigador del PUED-UNAM
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