Hace tres años se concretaron las elecciones federales que permitieron renovar el poder ejecutivo presidencial y las dos cámaras legislativas. Los resultados evidenciaron el hartazgo generalizado con las opciones de la ortodoxia política tripartidista heredada de la última década del siglo XX. Fue esta ola electoral de repulsión al ancien régime lo que le valió el triunfo a un partido reciente. Un partido que en su origen se denominó Movimiento de Regeneración Nacional y que en su registro optó por la apócope de “Morena”, en clara alusión a la advocación guadalupana del Tepeyac. Fue la base de la coalición Juntos Haremos Historia (Morena, PT y PES), que logró la presidencia de la república con el 53.2% del total de votos emitido, y el triunfo en 218 de los 300 distritos uninominales de la Cámara de Diputados, con el 43.5% de los votos.
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Sin duda fue un triunfo “de arrastre”, en el cual pesó el liderazgo carismático del candidato presidencial López Obrador. Eso explica el diferencial de votos entre el candidato presidencial (30’113,483) y sus compañeros candidatos a diputados (23’635,467) de los tres partidos de su coalición.
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A tres años de distancia podemos aventurar que se trató de una elección democrática, muy vigilada y bien evaluada. La tercera alternancia presidencial de México pudo realizarse en un ambiente de legitimidad y paz social. Todo lo cual contradice a los detractores del actual modelo electoral de nuestro país, que juzgan que éste ha solapado fraudes electorales previos y que es favorable a los intereses de los partidos del “periodo neoliberal”.
El reciente proceso del 7 de junio de 2021 se desarrolló con los mismos estándares de calidad, y garantizó a la renovada coalición Juntos Haremos Historia el 42.76% del total de votos para la renovación del legislativo federal y el triunfo en 186 de los distritos uninominales. Otro triunfo en el ámbito federal, que se une a la conquista de once de las quince gubernaturas en disputa por el voto del hartazgo.
De manera contradictoria, esta fuerza triunfadora mantiene su añeja denuncia de fraude sistemático, consustancial a la naturaleza del INE y los OPLE. Han anunciado que buscarán reformarlos de raíz, o incluso desaparecerlos. Y esto convoca a la sorpresa, pues los señalamientos no tienen más sustento que el de una desconfianza ideológica hacia la democracia de corte liberal, como la que hemos construido en México desde 1978. Tal vez se inspiran en modelos “democráticos” con elecciones plebiscitarias como las de Cuba, Nicaragua o Venezuela, donde los partidos de Estado o hegemónicos controlan los órganos electorales, y combaten o apresan a los opositores al régimen “revolucionario”.
Yo felicito al INE por este aniversario, y me pronuncio por una reforma legal que mantenga la autonomía de los órganos electorales –administrativos y jurisdiccionales–, pero que simplifique y modernice los procesos de competencia partidista, la emisión y recepción del voto, y que fortalezca la ciudadanización y vigilancia de las diferentes fases del ejercicio. Rechazo la regresión autoritaria, ya sea de izquierda o de derecha.
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(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda
Frase clave: A tres años del voto del hartazgo