Cuando los dioses se divierten, ellos son quienes disfrutan; cuando los dioses se enojan, somos los mortales quienes pagamos las consecuencias; así resume Andrew Szegedy-Maszak —experto en historia griega antigua— el carácter de los dioses de la Grecia arcaica, pero también la terrible condición de vulnerabilidad humana frente a sus caprichos y pasiones.
El mito de Pandora es fantástico. Después de que Prometeo robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, fue encadenado por Zeus y condenado a sufrir el ataque de un águila, la cual le devoraría el hígado todos los días, pues, al ser inmortal, éste se le regeneraba por las noches; el tormento tuvo fin sólo hasta que Heracles, hijo de Zeus, tuvo compasión y lo liberó.
Pero la venganza de Zeus no paró ahí; enojado con Prometeo, tramó una segunda venganza: le ordenó a Hefesto crear a la primera mujer, Pandora, quien le fue presentada a Epimeteo, hermano de Prometeo. A Pandora los dioses la dotaron de una enorme curiosidad, y una vez que se casó con Epimeteo, le fue obsequiada una phitos —una tinaja ovalada— con la condición de que nunca la abriese.
Pandora no pudo evitar la tentación y abrió la caja, de la cual salieron todos los males y demonios posibles, los que desde entonces se dedican a fustigar y generar todo tipo de angustias a los humanos.
Pareciera que eso fue lo que hizo el Gobierno Federal al decidir liberalizar los precios de las gasolinas, pero también al incrementar las tarifas eléctricas, el costo de algunas casetas de peaje, así como provocar una escalada de precios cuya consecuente espiral inflacionaria respecto de la cual no se tiene muy claro cuál será su límite y cuándo lo alcanzará.
Puede ser que en la lógica financiera y fiscal la medida fuese inevitable; sin embargo, su implementación ha resultado un desastre, pues no sólo intentó tomar “por sorpresa a la población”, sino que, además, al darse la reacción de enojo público, la comunicación al respecto ha sido muy deficiente y poco clara.
Se ha cuestionado, además, por qué sí pueden incrementarse los costos de los energéticos, pero no el nivel salarial de una sociedad masivamente depauperada, y cuyo ingreso laboral promedio no rebasa los 2 mil pesos mensuales por persona; es decir, en el fondo de esta cuestión se encuentra la pregunta en torno a cuál es el sistema de priorización del gobierno federal, y cuáles los criterios para su toma de decisiones fundamentales.
Las protestas ciudadanas que se han generado frente a esta medida son, en alguna medida, inéditas en la historia reciente del país: bloqueos carreteros, “toma” de gasolineras, protestas y marchas en las calles; todo ello en un contexto en el que peligrosamente grupos de interés están aprovechándose para “llevar agua a su molino”, como es el caso de las asociaciones de distribuidores, los cuales, cínicamente, han sido los principales beneficiarios de un sistema de precios que les permitía cuantiosas ganancias, amén del robo cotidiano que promovieron y fomentando vendiendo litros incompletos.
Se especula que el precio del pan, de la tortilla, y en general, de los productos agropecuarios, tendrá incrementos sustantivos en los siguientes días, así como el transporte de pasajeros y varios servicios públicos en diversas entidades del país.
Se ha mostrado en numerosos estudios que las clases medias en México viven tal grado de vulnerabilidad económica, que una medida como la que se está implementando podría llevar, una vez más, a millones de personas a caer o en pobreza, o en vulnerabilidades por carencia de acceso a servicios públicos.
Regresando a la Caja de Pandora, hay un elemento que no se mencionó: después de que salieron todos los males y demonios, quedó al fondo Elpis, la esperanza; hay que esperar que en México quede todavía lugar para ella, y que muy pronto quepa también la razón en quienes tienen el mandato de gobernarnos.
Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el 05 de enero de 2016