A partir de 1990 en México comenzó una acelerada transición respecto de las tendencias de morbilidad y mortalidad. Como causas de enfermedad se mantuvieron en primer lugar las enfermedades infecciosas (enfermedades respiratorias agudas y las intestinales); se erradicaron algunos padecimientos prevenibles por vacunación (el sarampión, por ejemplo); e inició una lenta pero acelerada transformación de la carga de la enfermedad como causa de muerte hacia las enfermedades no transmisibles.
En esa transición, el cáncer, como primera causa general de muerte, comenzó a ser desplazado, en primer lugar, por la diabetes mellitus; en segundo término por las enfermedades isquémicas del corazón, y en tercer lugar por las enfermedades cerebro-vasculares.
Asociado a lo anterior, los accidentes, las enfermedades alcohólicas del hígado, así como los efectos de la violencia, tanto por lesiones intencionales (homicidios), como por lesiones auto infligidas (suicidios), se convirtieron, junto con la prevalencia de los diferentes tipos de cáncer, en los principales factores causantes de la mayor parte de la mortalidad en el país.
En conjunto, prácticamente cuatro de cada diez decesos que ocurren en el país tienen como causa alguna de las señaladas, lo cual evidencia el enorme peso que tienen los llamados “factores ambientales”, o bien, los determinantes sociales de la salud, en la determinación de la carga de la enfermedad y la muerte que se registra en el país.
Frente a ello, el Sector Salud enfrenta profundos retos, pues más allá de los desafíos que tiene en materia de cobertura y de calidad de los servicios, se trata de cuestiones que tienen que ver con cuántos médicos, enfermeras y personal auxiliar de salud contamos y, más todavía, de cómo y desde qué perspectiva se les está formando.
De acuerdo con los textos que presentamos en esta edición, México se encuentra muy lejos de los estándares internacionales relativos al número de médicos y enfermeras que tenemos por cada 10 mil habitantes, al grado de que países como Suecia, Noruega o Finlandia tienen indicadores hasta 15 veces más altos que los nuestros.
Asimismo, la formación que se está impartiendo debe ser revisada, respondiendo a la nueva epidemiología y tendencias demográficas del país, pues, a decir de los expertos, estamos formando generaciones de médicos a quienes no se está inculcando, de manera generalizada, la vocación ética de siempre ver a las personas como fines en sí mismos, y no como medios para obtener cualquier tipo de ganancia.
Adicionalmente se encuentra la realidad relativa a las condiciones en que laboran médicos y enfermeras del Sector Salud: en algunos casos los salarios son sumamente bajos; el equipamiento en las clínicas y unidades de medicina familiar es a todas luces insuficiente; mientras que las propias instalaciones son, en muchos casos, inadecuadas para la prestación de un servicio de calidad.
En este contexto se debate la salud y la vida de la población nacional; y por ello, si algo debe tenerse en cuenta en la discusión que sigue en el ámbito público relativa a un nuevo sistema universal de protección social en salud, es precisamente la calidad de la enseñanza y la formación de quienes tienen en sus manos la posibilidad de ayudarnos a mantener la salud, y con ello, la posibilidad de una vida en condiciones adecuadas de bienestar.
Finalmente, agradezco al Doctor Mauricio Hernández, director del Instituto Nacional de Salud Pública, su generosa colaboración para pensar y diseñar este número de nuestra revista.
Mario Luis Fuentes Director general del CEIDAS, A.C.; en la UNAM es integrante de la Junta de Gobierno; Coordinador de la Especialización en Desarrollo Social del Posgrado de la Facultad de Economía; Investigador del Programa de Estudios sobre el Desarrollo; y titular de la Cátedra Extraordinaria Trata de Personas. @ML_Fuentes |
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