Seis años como consejero del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato (IEEG) significaron un periodo de intenso aprendizaje personal, como en pocas ocasiones previas en mi vida. Primero, debí reaprender los formalidades de las actuaciones institucionales, cuidando con esmero el apego a normas y regirse por protocolos. Digo reaprender porque algo así viví durante los seis años en que colaboré en la Secretaría de Educación (1986-1991), y los dos años en la Secretaría de Gobierno (1992 y 1993). El mundo de la academia en la Universidad de Guanajuato, a la que me incorporé a principios de 1994, es mucho más libre y espontáneo. Ahí me desenvolví por 20 años, que me ayudaron a fortalecer una percepción humanística de las realidades sociales.
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Pertenecí a la primera generación de consejeros producto de la reforma electoral nacional de 2014, que centralizó y organizó un sistema nacional electoral, bajo la égida del INE. En el viejo IEEG se actuaba de manera más autónoma, lo que propició el desarrollo de un esquema propio de usos y costumbres, más allá de lo establecido en ley.
Por ejemplo, la figura del Secretario Ejecutivo era el eje sobre el que giraba la institución, incluyendo a los consejeros ciudadanos. No existían mas que dos comisiones internas: la de Participación Ciudadana –que sólo funcionó para el plebiscito de 2010– y la de Fortalecimiento del Régimen de Partidos.
Ésta tenía una función más de proveeduría de servicios para los partidos, incluyendo un par de viajes de observación electoral anuales, uno nacional y otro al extranjero, al que acudían representantes partidarios, funcionarios y consejeros del IEEG. Ya se podrán imaginar los costos.
Hubo necesidad de combatir los usos y costumbres con la aplicación de una programación anual detallada para cada una de las trece comisiones y dos comités que se instalaron. Como nunca antes, el IEEG desplegó actividades numerosas e intensas en periodos no electorales, y colaboró cercanamente con el INE y muchos de los organismos electorales locales. Todo ello le cambió el rostro y la estructura a la institución, que hoy se parece poco a su antecesor nacido en 1995.
Mucho cambió para bien, pero de igual manera para mal. En particular que los consejeros y consejeras intervienen demasiado en temas administrativos y de desarrollo institucional, áreas reservadas por la ley para la secretaría ejecutiva. El control sobre recursos –de todo tipo– contamina las funciones políticas de las consejerías.
También se propician cotos de poder y alianzas fácticas, que pueden estorbar la conducción político-administrativa del consejero presidente, que debe “administrar pasiones” –Woldenberg dixit– en lugar de ejercer liderazgo.
Los poderes políticos han respetado generalmente la autonomía del instituto. Pero hubo casos en los que percibí injerencias externas –que no puedo demostrar–, como recientemente en el tema del reglamento de candidaturas indígenas, cuya acción afirmativa pareció molestar a ciertos partidos. Los actores del poder político, como nos enseñó Maquiavelo, normalmente actúan en función de su interés particular.
El IEEG es una gran institución electoral, confiable, transparente y profesional. Pero es un espacio conformado por personas, y como ellas, vulnerable. Hay que mantener un ojo vigilante sobre su actuación, como la de cualquier árbitro, para contribuir críticamente a su mejora. Como decía don Jesús Reyes Heroles: “lo que opone, apoya”.
(*) Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato, y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío. Investigador nacional. Exconsejero electoral local del INE y del IEEG. luis@rionda.net – @riondal