Gracias a su poderoso aparato de propaganda y fuerza comunicacional, el presidente de la República ha logrado, para decirlo metafóricamente, una extraña inversión en las posiciones que ocupan la agenda del gobierno, y el tiempo que tiene para desplegarla y materializarla. En efecto, el discurso que mantiene el Ejecutivo nos muestra que, en su versión de las cosas, el tiempo está al servicio de sus prioridades, y no, como ocurre en la dura y subversiva realidad, el tiempo nos sujeta a todas y todos y es implacable.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
No hay duda, y fue claro desde el inicio de su mandato: su prioridad es consolidar un movimiento político-social en el poder; ya después, supone, habrá de venir quien gobierno y que lo haga siguiendo los principios y valores que pregona, aún cuando no se tenga ninguna evidencia de que su mandato se haya caracterizado por ponerlos plena e indeclinablemente en práctica.
De manera lamentable, la prioridad para lo que resta del mandato será reconstruir a su manera lo que quedó de Acapulco y sus regiones aledañas, e intentar mostrar que todo se hizo de la mejor manera posible; ello, en un contexto en el que no se logró contener el amplio mosaico de violencias que nos amenazan; ni diseñar una estrategia económica de largo plazo que recupere la capacidad de crecimiento, recaudación e incremento sostenido de la inversión productiva del Estado.
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Sus prioridades son y han sido siempre determinadas por la rentabilidad electoral y la popularidad personal. Sin decirlo, y quizá paradójicamente, hizo suya la idea de Vicente Fox, respecto de que gobernar es comunicar, y viceversa. Pero en ambos casos se perdió de vista que la propaganda y la capacidad comunicativa tienen límites, dados por las condiciones realmente existentes en sus entornos.
El tiempo que queda es, en términos de capacidad de gobernar, mínimo. Y la destrucción causada por el Huracán Otis llega justo en el momento en que la disputa por las posiciones locales es determinante y en las cuales se juega la posibilidad de obtener la mayoría en el Congreso en la elección de 2024. Por ello el esfuerzo del Presidente por cambiar de tema en la opinión pública, y tratar de contener la bomba de tiempo que está ahí.
La violencia sigue desbordada, y los datos definitivos tanto del INEGI como del Sistema Nacional de Seguridad Pública muestran que la pretendida tendencia descendente de la violencia homicida en el país se ha estancado, y lo que ocurre en Chiapas y en Guerrero; y lo que se ha mantenido como condición permanente en los estados con mayores tasas y casos de homicidios, anuncian un cierre de administración con una activa presencia del crimen organizado en las elecciones, imponiendo vetos en varias regiones, pero también muy probablemente incrementando el terror en la población y el desafío frente al Estado.
Como se observa, estamos una vez ante una especie de “mundo duplicado”, en el que están en disputa dos realidades alternas. El presidente y su equipo han optado por la estrategia que se describe en la gastada frase de ver “el vaso medio lleno”; y del otro lado, una realidad angustiante que se expresa en sufrimiento, miedo, dolor, angustia, desesperación ante lo incierto del presente y lo sombrío del futuro.
Las escasas 35 semanas efectivas de gobierno que le quedan al presidente transcurrirán sumamente rápido; pues no puede obviarse además el hecho de que, a partir del mes de marzo de 2024 vendrá la llamada “veda electoral”, en la que su estrategia de comunicación deberá moderarse; y que a partir de junio tendrá que convivir respetuosamente con quien sea la o el nuevo presidente electo, además de existir ya, también, un nuevo Congreso con el que convivirá el último mes de su mandato. Los meses por venir estarán caracterizados por la complejidad y por la incertidumbre, por lo que, por el bien de México, lo deseable es que el Ejecutivo se decida a actuar desde su investidura de Jefe del Estado Mexicano.
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