La Real Academia Española define al amor como un sentimiento del ser humano por otra persona, hacia quien siente una gran inclinación emocional y atracción sexual. Para muchas personas el amor es una energía, la más poderosa quizás, capaz de potenciar el ingenio y creatividad humana para lograr grandes cosas. Y si bien el amor es un sentimiento, la forma en que lo pensamos, lo vivimos y lo reproducimos es también una construcción social que responde a una cultura y época determinada. Así, hoy en día, el feminismo reflexiona desde hace varias décadas ya, sobre el “amor romántico” y lo define como fenómeno químico, hormonal, sexual, político y cultural.
Escribe: Ana Luisa Nerio Monroy
No es que el amor como sentimiento no exista o no sea importante. De lo que se habla desde una visión crítica del mismo, es que el “amor”, calificado como “romántico”, es una idea que se construyó en el siglo XIX como ideal de lo que debía ser la sociedad y sobre todo el papel de la mujer en ésta. En el amor romántico las parejas son heterosexuales y monógamas, mandato que sólo les aplica a ellas, ya que para los hombres se manejan otros raseros y expectativas. Las mujeres cumplen con el rol de género tradicional de novia amorosa (virginal de ser posible), esposa devota y madre abnegada.
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Feministas como Kate Millet han señalado que el amor es el opio de las mujeres para mantenerlas subordinadas y en la esfera de la vida doméstica. El sistema patriarcal lo ha utilizado como herramienta para reproducir las relaciones de poder y desigualdad que aún existen en nuestras sociedades. En nombre del amor millones de mujeres guardan silencio mientras viven relaciones violentas y abusivas; abandonan sus estudios o carreras laborales; o realizan dobles jornadas de trabajo para cumplir con los requerimientos de su empleo fuera de casa y llegar a realizar otras tantas tareas de cuidado, limpieza y organización en su hogar.
La libertad sexual de las mujeres es sancionada porque justo, el control sobre el cuerpo de las mujeres es una de las bases que sostiene el mito del amor romántico. La sexualidad sólo puede vivirse, y disfrutarse, al lado del ser amado (hombre, porque recordemos que aquí hay heteronormatividad), y dentro de una relación monógama, porque en el amor romántico la fidelidad femenina es una virtud altamente valuada. Para los hombres los mandatos del amor romántico son otros, y muchos de ellos contribuyen a crear masculinidades machistas y violentas.
El amor romántico no surge de la nada o por generación espontánea. No es casual que naciera en el siglo XIX, cuando el sistema capitalista cobra relevancia y se necesita de mano de obra masiva. Hombres y mujeres son requeridos para trabajar, consumir y reproducir el sistema. Desde la infancia y con un especial énfasis en la adolescencia se nos expone a formas de socialización ligadas a la idea del amor romántico: en los juegos, la música, los mensajes de algunos libros, series de televisión (ahora plataformas digitales), películas, y en nuestras propias familias. Se enseña a las mujeres a amar de manera incondicional porque “esa es su naturaleza”, estereotipo muy útil para el patriarcado que necesita de mujeres calladas y dispuesta a darlo todo por amor. Además, el amor romántico vende muy bien.
La mercadotecnia, la publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales han hecho del amor romántico un gran negocio. Desde un 14 de febrero donde vemos circular flores, chocolates, cenas románticas y osos de peluche, hasta promociones para “anillos de compromiso”, “la fiesta para la boda de tus sueños” “el viaje en pareja idílico” y la casa o departamento “perfecto” para formar un hogar y claro una familia.
Cuestionar el amor romántico no significa no creer en el amor ¡Claro que hay que creer en el amor! Pero en el amor que dignifica a las personas, que les permite vivir en libertad, con equidad e igualdad. Sin violencia ni subordinación. Para ello hay que trabajar en el ámbito cultural y educativo para mostrar que otras formas de amar son posibles, que las parejas pueden hacer sus propias reglas y acuerdos si con ello logran bienestar. Sobre todo, ante las cifras de violencia en la pareja que vemos en México, para prevenir relaciones violentas, no permitirlas o denunciarlas a tiempo; para que ninguna adolescente o joven vea como normal los celos, el control, el abuso o el maltrato en el noviazgo.
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