por José Narro / David Moctezuma
En este ensayo se muestra la dimensión del problema del analfabetismo en México, el cual —sostienen los autores— está enraizado en los mecanismos de reproducción de las estructuras de nuestra sociedad. Más allá de los índices de analfabetismo, se muestra la gravedad de las cifras sobre este tema que afecta, sobre todo, a las personas de mayor edad y entre ellas a las mujeres y los indígenas. Se sostiene que las estrategias gubernamentales para abatirlo no han logrado el éxito que sería esperable dados los recursos invertidos y los adelantos tecnológicos de la época. Se analiza su evolución desde diversas aristas para concluir que el analfabetismo constituye una de las grandes deudas de la sociedad que difícilmente tendrá solución si no se cambia el contexto social de las personas analfabetas, si no se modifican sus condiciones socioeconómicas y si no se acompañan de esfuerzos alfabetizadores con acciones para combatir la pobreza y la desigualdad en que éstas viven.
Introducción
Tres lustros antes de que iniciara la Revolución Mexicana, 6 millones de mexicanos (I) mayores de 15 años no sabían leer ni escribir. En la actualidad, más de un siglo después, todavía hay en México 5.4 millones de personas del mismo rango de edad que viven socialmente relegados por no saber leer ni escribir (II).
Es claro que no es lo mismo un país con 12.6 millones de habitantes (1895) que uno con 112.3 millones (2010), pero es irrebatible que, más allá de las proporciones, en más de un siglo apenas hemos logrado disminuir nuestra cifra de analfabetos en cerca de 600 mil personas.
El problema es todavía de mayor magnitud si consideramos que además de los analfabetos absolutos existen los llamados funcionales (personas que, cuando mucho, lograron acreditar hasta el segundo año de la educación primaria). Algunas investigaciones muestran que si no se alcanza el equivalente al tercer grado de instrucción primaria, las capacidades de leer y escribir se pierden (III). Por ello, a los 5.4 millones de personas que no saben leer ni escribir habría que agregar los casi 3.4 millones (también mayores de 15 años) que sólo cursaron los dos primeros años de la instrucción primaria. Se trata, entonces, de 8.8 millones de mexicanos que, en realidad, son analfabetos.
Si este número parece enorme en plena época de la información y la comunicación, hay que decir que, en realidad, las estadísticas sobre analfabetismo tienden a subestimar la dimensión real del problema. Éste sería aún más severo desde el punto de vista cuantitativo si se adoptaran otros criterios, por ejemplo, los de la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), que consideran como personas no alfabetizadas a las que tienen 5 años o menos de educación formal (IV). Ésta es la situación de los casi 10 millones de mexicanos mayores de 15 años que no concluyeron sus estudios de educación primaria.
No debemos minimizar cifras que, por supuesto, son grandes y que apenan. No podemos sentirnos tranquilos y aceptar de forma pasiva el planteamiento de que el problema del analfabetismo en México no es tan grave pues afecta sobre todo a los viejos, y entre ellos, a las mujeres y a los indígenas (V). Ningún gobierno, del signo que sea, puede desentenderse de algún problema por el sólo hecho de que afecta a grupos sociales que no son prioritarios para quienes temporalmente ejercen el poder.
Lo que debemos cuestionarnos es por qué después de más de un siglo sigue existiendo una cantidad tan grande de personas analfabetas. ¿Dónde está el problema?, ¿por qué después de tantos recursos y programas gubernamentales para resolverlo, el problema subsiste? Los millones de analfabetos (absolutos y funcionales) son la muestra más clara de las limitaciones de las políticas y estrategias adoptadas para terminar con esta lacerante condición.
Por donde quiera que se le vea, la cifra es enorme; con tanta gente que no sabe leer ni escribir no se puede hablar de una sociedad equitativa y justa. El analfabetismo es una muestra contundente de nuestro atraso en materia de desarrollo social. En México se requiere poner en práctica acciones¿ que eliminen, de una vez por todas, el vergonzoso lastre del analfabetismo; necesitamos una gran cruzada para enseñar a leer y escribir a esos millones de mexicanos que viven excluidos y, prácticamente, en el ayer.
En este ensayo se busca mostrar la gravedad del problema en nuestro país, el cual parece estar enraizado en los mecanismos de reproducción de las estructuras de nuestra sociedad.
Lengua escrita, educación y cultura (VI)
La alfabetización no es un fin en sí mismo; no es una meta última y, por lo tanto, no debe ser vista única y exclusivamente como un camino para adquirir las competencias elementales de saber leer y escribir.
La alfabetización debe servir, sobre todo, para que las personas participen de mejor manera, en condiciones de igualdad, en el mundo social; para contribuir a evitar la marginación y la exclusión; para que no existan estigmas que impidan a las personas conocer mundos distintos a los que habitan, plenos de nuevos significados, información y culturas diferentes y enriquecedoras. Es importante, también —en virtud de que con la lectura y la escritura nos relacionamos y reconocemos con otros seres humanos—, para que nos comuniquemos y ubiquemos en la sociedad porque, no hay duda, la lengua escrita ejerce poderosa influencia en la vida social (VII).
Pocas cosas son tan distintivas del humano como el lenguaje hablado y escrito. Se trata, sin duda, de una expresión que traduce el alma y el pensamiento. En razón de que manejamos el lenguaje, sabemos, sentimos, interactuamos, conocemos y comunicamos; se habla para que se escuche, se escribe para que se lea. En la palabra está el secreto de nuestra especie; se trata de un auténtico código de la cultura.
El lenguaje escrito representa una forma de adueñarse del mundo, de darle sentido al pensamiento, de expresar las emociones: amor, ira, tristeza, resentimiento o alegría, entre muchas otras, al igual que los anhelos y las esperanzas.
La educación tiene la responsabilidad de asegurar que los estudiantes puedan saber, hacer y ser a plenitud y que se formen de tal manera que sean capaces de hablar y de permitir hablar; que estén preparados para escuchar y para hacerse escuchar; que estén calificados para manejar la palabra escrita y defender con argumentos sus opiniones, pero también para que lean y comprendan lo que otros sostienen, conocen y desean.
La relación entre lenguaje escrito y la educación escolar es muy intensa, pues por medio de éste enseñamos, transmitimos conocimiento, compartimos la importancia de un sistema de valores y formamos a las nuevas generaciones. No hay duda de que sin un buen manejo de la lengua escrita el proceso educativo se dificulta. La escritura crea seres reflexivos, desarrolla la conciencia de la historia y la cultura, además de que forma mejores hombres y mujeres.
Concepto de analfabetismo y sus implicaciones sociales
El término analfabeto o analfabeta en su acepción original y más simple (según el diccionario de la Real Academia Española) significa: “Que no sabe leer ni escribir”. Pero, a medida que ha ido evolucionando la sociedad y que se ha tornado más compleja, el concepto ha requerido una evolución propia con el fin de hacerlo coherente con las necesidades de las personas así definidas. Digamos que ha requerido desarrollarse para incluir habilidades progresivas que permitan a las personas integrarse de mejor manera a la sociedad.
En México, en términos generales, en el Censo de Población y Vivienda se considera como analfabetos “(…) a los que han pasado de la edad escolar y no saben leer ni escribir”. En este sentido entenderemos el concepto de analfabetismo.
En esta tónica, se asocia normalmente con la escuela, lugar privilegiado para el aprendizaje, y la alfabetización vendría a ser la etapa inicial o el primer nivel de la escolarización.
Con frecuencia se considera que el objetivo más importante de la educación primaria consiste en aprender a leer y a escribir de forma correcta. Lograrlo constituye la base y el fundamento para la educación posterior, aquella que puede ser proporcionada por el sistema educativo, el cual constituye uno de los sistemas sociales más importantes, que se ha originado por el proceso de evolución general de la sociedad y de diferenciación de sus funciones. Se caracteriza por ser potencialmente incluyente de toda la población y no sólo de una minoría privilegiada como antaño ocurría (VIII). Por ello, ha sido objeto de atención especial por parte del Estado.
No saber leer ni escribir constituye una de las más grandes desventajas personales y sociales que una persona puede tener. De hecho, se puede decir que esa condición margina, aísla y demerita a los individuos, incluso en su propio medio social (IX). Sus implicaciones en la integración social y productiva de las familias son muy importantes, justo por ello es reconocida la educación como un derecho humano desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), porque es una de las condiciones necesarias para establecer relaciones de igualdad con los semejantes.
La condición de analfabetismo impide a quienes la padecen estar plenamente incorporados a la sociedad, pues aísla a los individuos, impide su propia socialización y es probable que limite la de los hijos. Porque es un hecho reconocido que el capital cultural (no sólo económico) de las familias tiene un impacto importante en la educación de sus descendientes. Los alumnos que provienen de familias donde existen libros; la costumbre de la lectura; computadora; acceso a Internet; alimentación adecuada; buenas condiciones de transporte; o acceso a diversas actividades culturales o recreativas tendrán muchas posibilidades más de aprender.
Donde hay carencias económicas, sociales o culturales, éstas propenden a persistir a lo largo del tiempo. La pobreza y la marginación tienden a crear mecanismos para autorreproducirse. Difícilmente se sale de esa situación sin ayudas externas a las familias, sin la mano visible y la acción compensadora del Estado. El analfabetismo es un poderoso factor en la perpetuación de la pobreza, la marginación y la exclusión social. En la actualidad, sin niveles adecuados de formación no se tiene acceso al cúmulo de información disponible ni a las actividades mejor remuneradas o a niveles adecuados de capacitación para el trabajo; tampoco se cuenta con el acceso y el disfrute pleno de los bienes culturales y las expresiones del arte.
En el mundo de hoy, cuando se instauran de manera paulatina a escala planetaria la sociedad y la economía del conocimiento, cuando la educación se concibe como un proceso para toda la vida, el analfabetismo incrementa la vulnerabilidad económica, social y cultural de las personas y las familias que padecen ese lastre social.
Evolución y dimensiones del analfabetismo en México
Nuestro país ha tenido avances considerables en materia educativa. De ello no hay duda, pero tampoco la hay en el sentido de que los rezagos son igualmente notables. Basta recordar a los 32 millones de mexicanos que se encuentran en condición de rezago escolar, ya sea por su condición de analfabetos o por no haber concluido los estudios de primaria o secundaria.
Los avances registrados han estado ligados a los esfuerzos e iniciativas de muchas personas, entre las que cabe destacar a Justo Sierra y José Vasconcelos, dos ilustres universitarios que hicieron lo necesario para la creación de la Secretaría de Educación Pública hace menos de un siglo (octubre de 1921). Desde entonces, se han dado progresos en la creación y consolidación del sistema educativo actual, así como en la elevación del nivel educativo de los mexicanos. A ello contribuyeron en parte las campañas alfabetizadoras; en particular las encabezadas primero por José Vasconcelos y más tarde por Jaime Torres Bodet.
Sin embargo, debe reconocerse que, a pesar de los logros y los avances en el ámbito educativo, el analfabetismo no ha podido ser desarraigado. Su permanencia indica que no se trata de un asunto simple ni de fácil solución, por el contrario, es un problema complejo, vinculado con las condiciones producto de la desigualdad y la pobreza, que también han sido persistentes en el país; es la manifestación de algo más grave y profundo, de más difícil solución, es como la punta de un voluminoso iceberg.
En el lenguaje médico, vendría ser un síntoma que, de manera semejante a la fiebre, podría quizá hacerse desaparecer, pero no resuelve la enfermedad o el motivo que la origina, al menos no de raíz. El analfabetismo persiste en aquellos grupos sociales que están marginados, que no tienen acceso a muchos de los bienes y servicios a los cuales formal y supuestamente todos los mexicanos deberían tener acceso.
Su persistencia tiene que ver con cierta reproducción de la estructura de la sociedad mexicana y de las diferencias sociales, que la mera alfabetización o, incluso, la educación escolar no pueden cambiar por sí solas. Los contextos sociales, culturales y hasta lingüísticos condicionan los procesos educativos y, por supuesto, también limitan los alcances de la alfabetización.
Dimensiones del analfabetismo
Los 5.4 millones de personas analfabetas que existen en México representan 4.8% de la población total. Los 6.1 millones que había en 1895 significaban casi 48% de la población que entonces tenía nuestro país. Es claro que no es lo mismo un país con casi la mitad de su población en condición de analfabetismo, que uno que tiene 5% en esa situación. Por supuesto que las proporciones y los índices de analfabetismo han disminuido; no obstante, el número absoluto sigue siendo muy grande, sobre todo si consideramos los recursos tecnológicos y pedagógicos con los que hoy contamos.
Los índices de analfabetismo (X) han disminuido de 82.1 a 6.9 entre 1895 y el 2010 (ver cuadro 1) (XI).
Los 6.1 millones de analfabetos que había en 1895 fueron en aumento hasta 1970, cuando llegaron a casi 6.7 millones. Después de esa década, disminuyó la cantidad absoluta de analfabetos, pero de manera muy lenta. De hecho, en los últimos 40 años la cifra de analfabetos bajó apenas 1.3 millones de personas, es decir, unos 32 mil cada año. Es evidente que debería haberse puesto más empeño para abatir este problema.
No está por demás recordar que un esfuerzo alfabetizador relevante de esta fase fue el encabezado por José Vasconcelos a partir de que, en 1921, fuera designado secretario de Educación. Como se sabe, instrumentó un ambicioso programa educativo y cultural dando prioridad a la educación popular. La campaña alfabetizadora que diseñó y promovió contó con el apoyo de los universitarios; la Universidad Nacional de México, incluso, creó en esa etapa dos escuelas nocturnas para obreros y colocó 500 tiendas de campaña para alfabetizar en plazas públicas y barrios populares (XII). La obra educativa de Vasconcelos, incluida su campaña en favor de la alfabetización, está reconocida como una de las más importantes en la historia nacional. Por otra parte, en la administración de Lázaro Cárdenas también fueron relevantes las contribuciones en la educación técnica, popular, campesina y para adultos.
A pesar de esos esfuerzos, debe reiterarse que si bien se logró disminuir el índice de analfabetismo, el número total de ellos no siguió la misma tendencia, es más, se incrementó un poco. Hacia 1950, en pleno gobierno de Miguel Alemán, en el país había ya 6.4 millones de analfabetos. Quizá en ello influyó el hecho de que la educación para adultos perdió importancia y se dio prioridad a la educación de los niños con el Plan de Once Años diseñado por Torres Bodet al inicio de la década de los cuarenta, en el gobierno de Ávila Camacho (XIII).
Fue hasta la década de los setenta cuando se notaron más los esfuerzos por tratar de disminuir el número de analfabetos, tanto en términos relativos como absolutos; en 1970 llegamos a la cifra máxima de 6.7 millones, que representaban 14% de la población total y más de la cuarta parte de las personas de 15 años y más. A partir de esa fecha y hasta 2010, como ya dijimos, la cifra disminuyó en 1.3 millones.
Cabe aclarar que, por alguna razón, existe una divergencia entre la información que sobre el analfabetismo ofrecen los censos de población y el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA). Según los primeros, en la década que va de 2000 a 2010, el número de analfabetos bajó en 548,426 personas; el INEA, por otra parte, reporta haber atendido durante ese lapso a 3,850,521 personas en sus programa de alfabetización, de los cuales 1,403,316 se graduaron (ver cuadro 2), es decir, menciona haber alfabetizado casi tres veces más personas que las que los censos registran. La diferencia es más que evidente y no hay una explicación técnica plausible de la discrepancia.
En el cuadro 3 podemos ver la evolución del analfabetismo de 1980 a 2010 por grupos de edad y género; se aprecia, de forma clara, que las tasas de analfabetismo se han abatido en forma importante en el grupo de hombres y mujeres jóvenes, es decir, los que tienen entre 15 y 29 años de edad.
Los adultos mayores (60 años y más) es el grupo que experimenta mayores tasas de analfabetismo; en ellos sobresalen las mujeres: casi 29% de las personas del sexo femenino mayores de 60 años es analfabeta. Duele reconocer que, en pleno siglo XXI, tres de cada 10 adultas mayores mexicanas tengan ese nivel de exclusión.
Cabe destacar, sin embargo, que la cifra absoluta de adultos mayores analfabetos no es muy diferente a la de la población adulta, es decir, la que tiene entre 30 y 59 años de edad. Ambos grupos tienen, en la actualidad, cerca de 2.4 millones de analfabetos.
En el cuadro 4 se puede apreciar que de los 5.4 millones de analfabetos que reporta el último censo, 61.1% son mujeres. En 1980, ese porcentaje era de 60.5. La situación de las mujeres en este sentido no ha variado mucho. Es claro que el número es más elevado que el de hombres, pero la diferencia no es mayor a un punto porcentual; en cambio, por cada hombre analfabeto hay 1.6 mujeres en la misma condición. En materia de analfabetismo se encuentra una más de las inequidades de género que afectan a nuestro país.
En términos generales esto es irrebatible, aunque también se debe señalar que las cosas están cambiando. Cuando vemos las modificaciones en la estructura del analfabetismo por género, apreciamos que entre las mujeres jóvenes (de 15 a 29 años de edad) la proporción entre 1980 y el 2010 ha mejorado respecto a los hombres. Esto implica que las condiciones de las nuevas generaciones de mujeres son mejores que las experimentadas por las de mayor edad. En efecto, en el grupo etario de 15 a 29 años su proporción entre la población analfabeta se redujo de 59.1% en 1980 a 51.1% en el 2010. En cambio, las mujeres adultas de 30 a 59 años pasaron de 61.6% a 62.1% entre los mismos años y las mayores de 60 años, de 59.9% a 62.3%.
Si bien la situación de las mujeres jóvenes ha mejorado en materia de alfabetización, todavía estamos lejos de alcanzar una verdadera equidad de género en la materia, por lo que resulta urgente atender el caso de las de 30 años y más.
Otra de las características tradicionales del analfabetismo en México es su predominancia en las áreas rurales, es decir, en las localidades pequeñas menores de 2,500 habitantes. No hay duda de que los índices son mayores en las poblaciones rurales, donde la alfabetización es más difícil que en las grandes concentraciones urbanas (XIV).
Al analizar el problema desde esta perspectiva se debe tener en cuenta que, según el último censo, la población denominada como rural llega a 26 millones de personas, que representan 23.1% del total.
En las últimas tres décadas, en términos absolutos, las cifras de analfabetos en ambas áreas tienden a igualarse (ver cuadro 5). En 2010 alrededor de la mitad de los analfabetos vivían en las áreas rurales y la otra mitad en las urbanas (XV); sin embargo, es necesario considerar que por cada habitante de las zonas rurales hay poco más de 3.3 en las urbanas, razón por la cual el analfabetismo rural, en términos relativos, es mayor.
Entre 1980 y 2010 el número total de analfabetos en el país pasó de casi 6.4 millones a alrededor de 5.4 millones de personas. Esta disminución tuvo lugar sobre todo en las áreas rurales, ya que en las urbanas la cifra tuvo una variación muy ligera. En las primeras, el número total de analfabetos disminuyó 27.6%, en tanto que en las urbanas fue sólo de 0.8%. Esto indica de forma clara que los programas de alfabetización han priorizado a las zonas rurales donde, en términos proporcionales, es mayor el problema. Preocupa, no obstante, que esto implique un descuido de las áreas urbanas donde, con las facilidades tecnológicas actuales, se antoja que el analfabetismo debería estar casi abatido.
Vista desde la perspectiva rural-urbana, la situación del analfabetismo por género ha registrado cambios en los últimos 30 años. Por un lado, está el hecho de que, en el total de analfabetos del país, las mujeres pasaron de representar 60.5% en 1980 a 61.1% en 2010. En términos globales hay un ligero incremento pero, por otra parte, también es cierto que en este periodo las mujeres que viven en zonas rurales mejoraron su situación en relación con las que viven en las áreas urbanas. Mientras que en 1980, 54.9% de las mujeres analfabetas vivían en zonas rurales, en 2010 ese porcentaje bajó a 48.8%.
En sentido contrario, la proporción de analfabetas entre las mujeres que habitan en áreas urbanas pasó de 45.1% a 51.2% en esos mismos años, es decir, el número de mujeres analfabetas en las áreas rurales disminuyó en tanto que en las urbanas se incrementó un poco. Este hecho podría explicarse también por una posible migración de mujeres del campo a la ciudad, debido a las crisis recurrentes y a las pobres condiciones económicas.
Sin embargo, cuando se hacen comparaciones entre la población rural y la urbana no debe obviarse el hecho de que no están en condiciones de igualdad, por lo cual es factible sostener que en realidad el analfabetismo rural es más grave que el urbano. En efecto, mientras que la población rural representa sólo 23.1% de la total, en esas zonas vive 50.3% de los analfabetos del país.
Este hecho puede demostrarse cuando el análisis se hace con base en el índice de analfabetismo. Como vemos en el cuadro 5, este indicador es tres veces más grande en las zonas rurales que en las urbanas. En estos términos, no es exagerado afirmar que la magnitud del analfabetismo en el campo mexicano es, por lo menos, tres veces más grande que el de las ciudades.
La distribución del analfabetismo en las entidades federativas refleja, en cierto modo, el nivel de desarrollo humano de éstas. Sólo para dar un detalle, seis estados de la República concentran cerca de 52% de personas analfabetas (2.8 millones); ordenados de mayor a menor número: Veracruz de Ignacio de la Llave; Chiapas; México; Oaxaca; Puebla; y Guerrero. Resalta el hecho de que todos cuentan con numerosos grupos de población indígena.
Uno de los problemas sociales más relevantes de nuestro país es, sin duda, el que representa la desigualdad y exclusión que ancestralmente ha caracterizado a la población indígena. La relación del Estado con las comunidades originarias del país no ha sido fácil. Sin pretender ahondar en este tema, se puede sostener que desde la formación del Estado mexicano ha existido una tensión permanente, derivada de las políticas para integrar a las comunidades indígenas a la nación moderna y las resistencias de las mismas para estar en posibilidad de preservar sus culturas originarias, usos y costumbres.
Las diferencias de cultura, idioma, formas de vida y socialización fueron vistas como signos de atraso, por lo cual había que buscar incorporarlas a la modernidad (XVI). Es claro que en esta perspectiva los desencuentros han sido inevitables. El movimiento Zapatista de Chiapas fue, en términos históricos, una muestra clara del desencuentro entre visiones antagónicas. Una, la que mira a las comunidades indígenas como signos de premodernidad y atraso, y otra, la que defiende el derecho de culturas diferentes a prevalecer con autonomía dentro de un mismo Estado. Sin entrar en esta polémica, que por supuesto tiene aristas de difícil solución, basta para el propósito de este artículo decir que parte importante del analfabetismo afecta a las comunidades indígenas.
En el país existen cerca de 5.4 millones de indígenas que hablan sus propias lenguas. De ellos, casi millón y medio (27.3% del total) no saben leer ni escribir español; 64.6% de los analfabetos indígenas son mujeres. Por cada 10 hombres indígenas analfabetos existen 18 mujeres en esa condición (ver cuadro 6).
De hecho, en términos de tasas de analfabetismo (ver cuadro 7), las mayores corresponden a los indígenas mayores de 60 años y, dentro de este grupo, a las mujeres. La tasa de analfabetismo entre las mujeres indígenas mayores de 60 años llega a 72.7%.
Conclusiones
El analfabetismo constituye una de las grandes deudas que tiene la sociedad con quienes lo padecen. Limita el crecimiento de las personas y afecta su entorno familiar, restringe el acceso a los beneficios del desarrollo y obstaculiza el goce de otros derechos humanos. Saber leer y escribir es un logro, pero no es suficiente. Por ello, la alfabetización debe ir más allá de sólo enseñar a leer y escribir; debe procurar, en términos generales, proporcionar herramientas y valores para un mejor desempeño en la sociedad.
El analfabetismo es un problema que nuestro país arrastra desde siempre. A lo largo de la historia del México posrevolucionario se han realizado grandes esfuerzos tanto para subsanar este problema como para incrementar las cifras de población educada y los años de educación promedio en nuestra población. No obstante, se mantiene una cantidad considerable de mexicanos que no saben leer y escribir. Es cierto que casi la mitad de los analfabetos tiene más de 60 años, pero también debe tomarse en cuenta que más de medio millón son jóvenes entre 15 y 29 años y más de 2 millones tienen entre 30 y 59 años, es decir, son personas en plena edad productiva.
En el país la expectativa de vida promedio es de 75.4 años; por ello, plantear que a los 60 años ser analfabeta no es un problema implica limitar la posibilidad de desarrollo de los adultos mayores durante más de 10 años, lo cual incluye coartar las posibilidades de crecimiento de la sociedad en general. Todavía más grave es el caso de las mujeres, que constituyen la mayoría de los analfabetos y quienes tienen una esperanza de vida de 78 años. En la relación entre analfabetismo y género es, sin duda, satisfactorio observar que entre las jóvenes ha disminuido, aunque persiste la desigualdad entre mujeres y hombres en los grupos de edades mayores de 30 años.
En cuanto a la población indígena, la disyuntiva entre preservar y fortalecer sus valores culturales (entre ellos su lengua) y proporcionarles la capacidad de leer y escribir en español representa un gran reto. Desde hace varias décadas, el Estado mexicano cuenta con instancias dedicadas al estudio, análisis y elaboración de políticas para su mejor desarrollo. Incluso tiene programas de alfabetización dirigidos en específico a estas comunidades originarias del país.
Todos estos datos demuestran de forma clara que el problema actual del analfabetismo en México es grave. La sociedad no puede seguir haciendo esfuerzos por avanzar en su desarrollo sin enfrentar de manera decidida y de una vez por todas esta grave deficiencia de más de 5 millones de mexicanos.
Es claro que los esfuerzos realizados por las instancias del Estado, por las instituciones públicas de educación superior e, incluso, por algunas privadas no son suficientes para terminar de una vez por todas con el analfabetismo.
En la historia de las campañas alfabetizadoras en todo el mundo ha quedado demostrado que éstas no tienen éxito si no hay un cambio en el contexto y la estructura social que rodea a los alfabetizados (XVII). Los expertos en educación de adultos plantean la alfabetización como un proceso más dentro de los esfuerzos por mejorar la situación de las comunidades por incrementar el nivel de desarrollo humano.
Las condiciones socioeconómicas son determinantes para que problemas como el analfabetismo se reproduzcan o se interrumpa la cadena; por ello, además de empezar una campaña de alfabetización nacional, es urgente diseñar y dar continuidad a proyectos dirigidos a combatir la pobreza y la desigualdad imperantes. Es necesario iniciar con las entidades federativas de menor desarrollo humano, donde las tasas de analfabetismo son mayores, para empezar a hacer realidad el derecho humano a la educación y, por ende, a la alfabetización.
Un ejemplo de este enfoque lo constituye la campaña que ha emprendido la Universidad Nacional Autónoma de México, en colaboración con gobiernos e instituciones de educación superior públicas de algunas entidades de la República, por ejemplo el de Puebla. En esa entidad, además de la alfabetización, se proporcionan otros servicios que buscan beneficiar e integrar a las comunidades.
Es necesario incorporar a la población indígena y a la excluida del desarrollo al sector laboral. Parte esencial para lograrlo es que la frase “Educación para toda la vida” deje de ser un simple lema, hay que lograr que todo adulto realmente pueda continuar sus estudios, terminar los niveles que requiera, aprender nuevos oficios, adquirir otras habilidades o, simplemente, ampliar sus conocimientos.
El problema del analfabetismo en México no se reduce a los adultos mayores de 60 años y a los indígenas, es un síntoma de la falta de crecimiento del país, de la desigualdad creciente, de un modelo de progreso que favorece los indicadores macroeconómicos antes que el desarrollo humano. No se puede decir que la economía de México está en buena condición para el futuro cuando 5 millones 400 mil mexicanos mayores de 15 años no saben leer ni escribir, cuando 10 millones más son analfabetos funcionales porque no han terminado la primaria y cuando otros 16 millones no han acabado el nivel de secundaria.
Si no se enfrenta esta situación de una vez por todas, será cada vez más difícil revertir la desigualdad que impera en el país, no se diga integrarnos a la sociedad y a la economía del conocimiento. México requiere de un proyecto que le permita, a mediano plazo, eliminar el analfabetismo y el rezago escolar; nuestro país necesita saldar una deuda social de siempre.
Notas y referencias:
I. Cifras del Censo General de la República Mexicana levantado en 1895 para cuantificar por primera vez a la población. INEGI. Estadísticas históricas de México, 2009. México, INEGI, 2010.
II. Según el Censo de Población y Vivienda 2010. México, INEGI, 2010.
III. Ver Carranza Palacios, José Antonio y René Gonzales Cantú. Alfabetización en México.Análisis cuantitativo y propuestas de política. México, Limusa, 2006.
IV. Martínez, R. y A. Fernández. Impacto social y económico del analfabetismo: modelo de análisis y estudio piloto. Documento de proyecto. Santiago de Chile, ONU-CEPAL, 2009.
V. Ver las declaraciones periodísticas de Juan de Dios Castro, Director del Instituto Nacional de Educación para los Adultos (INEA) publicadas en el periódico Milenio el 28 de febrero de 2012: “El problema del analfabetismo en México no es un problema grave. México está libre de analfabetismo en la población hispanohablante en el grupo de edad de 15 a 59 años, el problema del analfabetismo está en la población mayor de 59 años y en la población indígena…”
Tomado de Internet: http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/9b17c5518b444d25b0dc77d022e28af7
VI. El desarrollo de este apartado retoma conceptos del textoLenguaje y educación, de José Narro Robles, con las aportaciones de Lourdes Arizpe, Humberto Muñoz y Elizabeth Luna Traill, inédito.
VII. Recuérdense las viejas lecciones de Ferdinand de Saussure en Curso de lingüística general. México,Ed. Nuevomar,1985
VIII. Luhmann, N. yK. Schorr.El sistema educativo. Problemas de reflexión. Universidad de Guadalajara y Universidad Iberoamericana, 1993
IX. Ver Martínez, R. y A. Fernández. Op. cit.
X. Proporción de personas de 15 años o más que no saben leer ni escribir respecto al mismo grupo de edad
XI. En los censos de población han variado los criterios para definir a la población analfabeta:hasta 1950 se consideraban analfabetas las personas mayores de 6 años que no sabían leer ni escribir; entre 1960 y 1970, a los mayores de 10 años y, a partir de 1980, a quienes tienen más de 15 años. En las cifras del cuadro se homogeneizó el denominador para comparar las tasas de analfabetismo para la población de 15 años o más
XII. Aguilar, M.“Breve recorrido histórico de la alfabetización de adultos en México”, en:Pedagogía. 1989; 6 (20): 33-40
XIII. Ver Schmelkes, S. “La educación básica de adultos”, en: Arnaut, Alberto y Silvia Giorguli(coords.).Los grandes problemas de México.V. 7. Educación. México. DF, El Colegio de México, 2010
XIV. Ver: Carranza Palacios, José Antonio y René Gonzales Cantú.Op. cit., p.49
XV. Recuérdese que los índices de analfabetismo son proporciones que se refieren a los mismos grupos de edad. En el cuadro 5 no se habla de índices, sino de números absolutos de analfabetos según su ubicación en zonas rurales o urbanas
XVI. Ver Salmerón Castro, F. y R.Porras Delgado.“La educación indígena: fundamentos teóricos y propuesta de política pública”,en: Arnaut, Alberto y Silvia Giorguli(coords.).Los grandes problemas de México.V. 7. Educación. México. DF,El Colegio de México, 2010.
XVII. Schmelkes,Sylvia.Op. cit.
El presente documento fue publicado en 2012 en la revista del INEGI Realidad, Datos y Espacio. Revista Internacional de Estadística y Geografía.
José Narro Robles Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México David Moctezuma Navarro Coordinador de Estudios Especiales, UNAM |
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