La vida de las mujeres como Anna Dorothea Therbusch durante el Barroco es muy interesante, se dio entre los años 1650 y 1750. El Barroco fue un período artístico, cultural, científico, tecnológico, filosófico, político y económico; en el siglo XVII se gesta la contrarreforma, los cambios políticos darán paso a los estados modernos, la burguesía seguirá en ascenso.
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Es bueno tener como un antecedente para vislumbrar esta época, que durante los siglos XVI y XVIII seguiría todo un gran debate entre hombres y mujeres, todo bajo un fondo de inestabilidad sociopolítica y con grandes grietas en el modelo religioso eclesiástico. Y a partir del siglo XVII, el Estado se apoyará sobre todo en el mercantilismo económico. A comienzos del XVII se hablará incluso de la “querella de las mujeres” o de la guerra de los sexos. Habrá textos que circularán durante ese tiempo.
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Durante el barroco, el arte se volvió dinámico, teatral, lleno de efectos. Buscaba sorprender, asombrar sin perder el realismo. Al contrario, se recrudece. Es una fuerte época de crisis económica, llena de contrastes (claroscuro y tenebrismo) en la que el hombre se enfrenta de forma más radical a la realidad.
Posterior al Barroco surge el Rococó, es como una última ráfaga de los ecos barrocos. El Rococó fue un movimiento artístico que nace en Francia, y se manifiesta de forma progresiva entre los años 1730 y 1760, aproximadamente, durante los reinados de Luis XV y Luis XVI. Es un arte francés surgido de la aristocracia. El Rococó será hedonista y jugará con la frivolidad, la elegancia, y la sensualidad. Los rasgos más característicos son el ansia de libertad, la galantería, el amor, el gusto por lo exótico, el movimiento y el desequilibrio.
Como motivo decorativo destacará la rocaille, elemento asimétrico, medio vegetal y un tanto mineral, que irrumpirá la arquitectura y todas las artes decorativas. Aquí, la mujer adquiere un gran protagonismo. Creó un ambiente artificial, sin embargo, el Rococó sólo pudo ser contemplado por ambientes de élite, clases aristocráticas. Ese fue justamente el escenario de nuestro fascinante personaje: Anna Dorothea Therbusch.
Cuando Richard Steele, el ensayista del siglo XVIII, trató de definir a la mujer, lo hizo de una manera plenamente aceptable para los patrones de su época: “Una mujer es una hija, una hermana, una esposa y una madre, un mero apéndice de la raza humana”. Así que no era bien visto que una mujer fuera autosuficiente, pues la sociedad no concebía que las mujeres pudieran o debieran vivir en total independencia, eso era interpretado como algo antinatural. Ante ese escenario, el matrimonio seguía siendo una obligación. El matrimonio se concibe como un contrato voluntario, pero, en realidad, descansa sobre un contrato de sumisión con la finalidad primordial de tener hijos.
De esta manera, el siglo XVIII se inclina a favor de la educación familiar; recordemos que ya eran tiempos ilustrados, no obstante, como el éxito de la familia sólo puede asegurarse en medios privilegiados, es menester que un sistema de educación pública palíe las deficiencias de los padres. Como nos dice George Duby en su libro Historia de las mujeres: “Toda la educación de las mujeres debe ser relativa a los hombres. Complacerlos, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, criarlos de jóvenes, cuidarlos de ancianos, aconsejarles, consolarlos, hacerles agradable y dulce la vida: estos son los deberes de las mujeres en todas las épocas, y lo que han de aprender desde la infancia.” (George Duby, 2020)
Anna Dorothea Therbusch
Anna Dorothea Lisiewski, nació en el Reino de Prusia (actualmente Alemania). Perteneció a una familia de artistas: hija de Georg Lisiewski, un pintor de origen polaco que llegó a Prusia en 1692 trabajando para el arquitecto de la corte Johann Friedrich Eosander von Göthe. Tanto ella, como su hermana Anna Rosina, y su hermano Christian Friedrich Reinfold Lisiewski aprendieron a pintar gracias a las enseñanzas de su padre. Esto fue un privilegio a diferencia de otras mujeres que no recibían educación o aquellas cuya enseñanza recibida era demasiado deficiente.
Pasó el tiempo, y como era habitual Anna se casó con un hostelero de Berlín, Ernst Friedrich Therbusch, de allí que posteriormente se le conozca con el apellido de casada. Como se usaba en la época, él le prohibió pintar para que pudiera dedicarse a su hogar. Anna tuvo 4 hijos y durante15 años abandonó la pintura para ayudar a su marido en el restaurante; cuando fue oportuno y ya que los hijos habían crecido, ella se marchó. ¿Se pueden imaginar esa situación? Sin embargo, siendo una mujer madura, tomó una difícil decisión y abandonó su familia para regresar a su arte, rompiendo paradigmas establecidos por el contexto.
Las primeras obras de las que se tiene constancia después de su regreso a la pintura son de 1761 en el tribunal de Stuttgart, del Duque Carlos Eugenio de Wurtemberg. En 1762 llegó a ser miembro honorario de la Academia de las Artes de Stuttgart, y trabajó en Stuttgart y Mannheim. Tres años después, en 1765 se instaló en París. La Real Academia francesa de Pintura y Escultura mostró su primer trabajo, la obra titulada El Bebedor, pero le rechazó otra pintura mitológica.
Conoció a Denis Diderot, el filósofo y crítico de arte creador de la Enciclopedia, quien impulsó la libertad de las repúblicas americanas y la Revolución francesa. Él le encargó un retrato de sí mismo con el torso desnudo. Anna Dorothea finalmente se unió a la Academia en 1767, en ese lapso vivió con Diderot y eso le permitió conocer artistas famosos, e incluso pintó a Philipp Hackert pero no obstante, no conseguía tener tanto éxito ni más encargos en París, aunque sin duda fue su periodo más creativo.
No obstante, Diderot habló de ella en una carta privada a S. Vollard en la que escribió: “no le falta el talento para crear sensación en este país, sino la juventud, la belleza, la humildad, la coquetería; la mujer debe extasiarse ante los méritos de nuestros artistas, tomar lecciones de ellos, tener un buen pecho y nalgas y concederse a sus maestros”. No habrá sido bella, pero fue muy trabajadora y logró vivir de su pasión que era pintar.
Su regreso a Prusia
En 1768, abandonó París con destino a Holanda, dejando deudas y pasando dificultades financieras. Después de una breve estancia en Bruselas siguió viaje a Viena, donde la aceptaron en la Academia por el retrato de Hackert. Llega a Berlín en 1769, logrando ser la pintora más importante de Prusia, allí sí obtuvo éxito y reconocimiento.
Pintó el retrato de Federico II el Grande, cuyo recién construido Palacio de Sanssouci decoró con escenas mitológicas. También pintó retratos de ocho miembros de la realeza prusiana para Catalina II de Rusia (Catalina la Grande). Aunque Anna Dorothea nunca fue a Rusia, los coleccionistas rusos apreciaron su trabajo. También conoció el grupo de artistas que rodeaban a Johann Wolfgang von Goethe. Hasta su muerte compartirá taller con su hermano, quien también enseñará pintura a sus hijas.
Murió en Berlín a la edad de 61 años y fue enterrada en el cementerio de Dorotheenstadt, cuya iglesia fue destruida en la Segunda Guerra Mundial. Su tumba quedó intacta. Por cierto, su relación con Diderot inspiró a Eric-Emmanuel Schmitt para escribir su obra de teatro Der Freigeist (“El Espíritu Libre”). Se conservan más de 30 obras suyas.
Reflexiones finales
Sin duda, Anna Dorothea Therbusch es un personaje fascinante. Vivió momentos buenos y malos, fue criticada y respetada por su trabajo. Dejar a su familia y buscar su realización desde luego fue una decisión rotunda, no todos podríamos hacerlo. Pero, por otro lado, nos hace reflexionar, porque hay que tener en cuenta en que en ese contexto del siglo XVII la maternidad está exaltada como un evento determinantemente “realizador” en la vida de las mujeres. Del Siglo XVII al XXI ¿esta idea prevalece? En esa época continuaba el discurso de la “naturaleza femenina” y el “instinto materno”, temas que seguimos escuchando hasta nuestros días.
Sin embargo, la oportunidad que ellas no tuvieron y nosotras sí, es que hoy, las mujeres podemos integrar en nuestro campo de realización diversas posibilidades; nuestro proyecto de vida ya incluye otros planes más allá de la maternidad y el matrimonio. Sin embargo, considero que aún persiste esa presión social con respecto a la importancia de ser madres y las bondades de la maternidad. Y quizá la parte más dura es reconocer que los hijos no pueden ser nuestro único proyecto de vida, no pueden limitar nuestro crecimiento y luego sentir frustración.
Anna Dorothea Therbusch vivió plenamente, logró vivir de su pasión que era la pintura, con sus altas y bajas en cuanto a épocas difíciles. Me pregunto cuántas mujeres pueden sentirse plenas trabajando en lo que les apasiona, y si ha sido fácil compaginarlo con el trabajo y la familia. Porque no es la única realización el ser madre, esa opción es una rebana del pastel de la vida. También nos hace reflexionar sobre la situación tan difícil que nos toca vivir hoy, en pleno siglo XXI, escenario de la pandemia y en el que muchas mujeres han tenido que dejar de trabajar en lo que aman y les apasiona por dedicarse a otras cosas que les permita obtener ingresos para sobrevivir.
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