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Apuntes desde el encierro (segunda parte)

Hoy cumplo un mes exacto de reclusión. No he salido a la calle desde entonces. La única que ha hecho expediciones relámpago para comprar víveres es mi esposa, acompañada de contrabando por la trásfuga de mi hija estudiante, de 23 años, que muere por salir.


Por: Luis Miguel Rionda (@riondal)

Formo parte de la población en riesgo: con sesenta años, prediabético, hipertenso y excedido de peso. No fumo y dejé de tomar alcohol; esto de puro miedo. Las dos primeras semanas fueron un desastre de horarios familiares, pero en los últimos días hemos logrado una rutina que nos ha permitido administrar mejor nuestros tiempos, optimizándolos. Incluso hemos regresado al uso de los aparatos de ejercicio domésticos, que antes cumplían el carísimo papel de tendederos de ropa.

En mi chamba, el IEEG, ya trabajamos con asiduidad mediante las plataformas Zoom —cuando intervienen representantes de partido— o MS Teams —sesiones internas—. Hemos aprendido una barbaridad y no nos hemos retrasado en la atención a los requerimientos institucionales. Seguramente saldremos de esta crisis con una nueva actitud ante las tecnologías de la información que facilitan el trabajo a distancia. Pero pienso: ¿será ésta la vía posmoderna para la explotación de la fuerza de trabajo? Así surgió el modelo de maquila casera que ha sido la clave del éxito de la industria zapatera de León y San Francisco del Rincón, sobre los esquemas de industria centralizada de Guadalajara y la Ciudad de México.

Los trabajadores cargan con el grueso del gasto de infraestructura en sus hogares —renta, electricidad, instalaciones, incluso el acceso a Internet—. Con el home office muchas empresas ahorrarían una barbaridad de recursos en patrimonio fijo; se reducirían las necesidades de transporte público y privado, y se contribuiría a la preservación del entorno urbano y natural.

Por supuesto esta situación no aplica a los trabajadores manuales y de actividades esenciales, que exigen presencia material y despliegue de esfuerzo físico. El (la) policía, la enfermera(o), el barrendero(a), el mesero(a), el (la) taxista, la marchanta(e), no pueden permitirse no acudir en persona al trabajo. Y como una buena parte de ellos son informales, no cuentan con un empleador solidario, un seguro de desempleo o un esquema de seguridad social. Ellos no tienen opción, y es lamentable.

Soy trabajador de cuello blanco. Un suertudo —bueno, algo tuvo que ver un esfuerzo de formación profesional—. El trabajo a distancia no me es extraño, pues ya antes me he recluido para finalizar un proyecto, una publicación, un informe. Pero la novedad es que hoy lo hago en conjunto con mis compañeros del trajín cotidiano, y la socialización es casi imposible. Esto último es un factor que en el modelo presencial permite bajar el estrés del trabajo intenso: la convivencia social con colegas, que llegan a convertirse en amigos muy queridos. A ellos los extraño mucho; la soledad puede acarrear nuevas neurosis a las generadas por la angustia de los compromisos, los plazos, la calidad obligada…

Me ayudan mucho las redes sociales, que me mantienen en contacto con mi comunidad cercana y la ampliada. Por ejemplo, los consejeros electorales del país nos mantenemos unidos y comunicados por estos medios, y ya comenzamos a organizar actividades virtuales, tanto en lo profesional como en lo personal.

También me he reencontrado con viejos amigos: los libros, que ya pasan de la decena leída en este periodo. No dejen de leer una novela histórica a la que le tenía ganas desde hace más de 40 años: Memorias de Adriano (1951), de Marguerite Yourcenar. La sabiduría y el humanismo en el poder político de Roma. Algo que nos hace mucha falta hoy en día. ¡Abur!

Luis Miguel Rionda es antropólogo social, consejero electoral del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato y profesor ad honorem de la Universidad de Guanajuato.

luis@rionda.net | www.luis.rionda.net | rionda.blogspot.com | Twitter: @riondal

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