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Arte, populismo y cultura institucional

Al terminar el acto inusual (sin la parafernalia de antaño) de la entrega de los Premios Nacionales de Artes y Literatura 2020 y 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador les dijo a los galardonados: “Es opcional si quieren quedarse a escuchar toda la mañanera, pero lo que sigue es una realidad muy dolorosa y vamos mejor a declarar un receso, porque esto es muy bello y lo que vamos a ver es nuestra amarga realidad que estamos enfrentando todos los días, para que no dejemos los mexicanos de ser felices”. 

Escrito por: Lorenzo León Diez

Los premios nacionales se retiraron al Museo Nacional de las Culturas donde se les ofreció un desayuno, sin la asistencia de la anfitriona, Alejandra Fraustro, Secretaría de Cultura, que se quedó en el Palacio Nacional por instrucciones del presidente.

A buen entendedor pocas palabras. El mandatario no podía ser más claro sobre su postura en el tema de la cultura y el arte, oportunidad para traer a colación el pensamiento de un gran escritor español, Ignacio Castro Rey, amigo y colaborador de Ciclo Literario y de Diseño, nuestro suplemento cultural de La Jornada Veracruz.

En el mundo contemporáneo, tan “lleno” de marcas, el pacto del creador con el diablo del vacío es extremadamente difícil. El narcisimo del mundo cultural con su habitual falta de humildad en relación con las sombras, es el primer obstáculo apara la creación, mayor aún que la presión obscena del mercado.

Los creadores que buscan el éxito a todo precio se asustan ante unos márgenes donde el público, las cámaras y los focos no están presentes. Y sin embargo, ese borde salvaje es crucial para que haya una obra singular, algo que sea algún día memorable.

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Lo social es un concepto posterior y más restrictivo que lo popular . Lo “social” es el aspecto que hoy toma con frecuencia el poder nihilista del Estado. En toda la literatura que perdura hay una absoluta pasión por lo popular, una fascinación que no excluye una visión a veces muy dura de la crueldad odiosa que atraviesa a los pueblos.

Nuestra preocupación por “lo social” es contemporánea y desconfía de todo “populismo”. Entiende lo popular como algo ya encuadrado, organizado y estabulado por la distribución de papeles que otorga la visibilidad civil.

Por el contrario, lo popular es algo más bárbaro, se trata de autores que encarnan una humanidad mítica que jamás entrará  en los cauces institucionales de lo moderno y estatal, ese parque humano que los intelectuales ilustrados adoran.

Castro Rey define al autor como una persona con una especial sensibilidad, un individuo dotado de cierta potencia perceptiva y una alta formación -con frecuencia clandestina y autodidacta- que logra que a través de él surjan corrientes impersonales. Si no se da esta violencia exterior, no ocurre nada y estamos a las puertas del aburrimiento cultural.

Si ocurre, se trata de líneas de brujería, campos de fuerza más bien anónimos.

El buen “oficio” únicamente produce obras correctas y mediocres que nos hacen pasar vergüenza, nada más. Una obra de arte es otra cosa, por eso sigue siendo “actual” durante mucho tiempo y atraviesa la costra de las épocas con un veneno denso, lento, un poco demoníaco, pacto con lo espectral y asocial

En la lectura de sus palabras del filósofo gallego (su libro más reciente en Pretextos es Sexo y silencio), no puedo dejar de pensar, por ejemplo, en José Revueltas. En su obra estamos ante una “barbarie” exterior, con la masa bruta de vivir, sin la cual una obra se torna imposible.

En tal sentido, por paradójico que parezca, lo que habitualmente llamamos “cultura” es el peor obstáculo para que de vez en cuando ocurra el milagro que llamamos arte.

El tipo de autor al que nos referimos, comete un derrape de sentido, una entrega al coro que tenemos en la cabeza, un murmullo que es ajeno incluso a la conciencia del autor. Si el “autor”, en definitiva, no ha pasado una temporada en el infierno, muy lejos de la cobertura que llamamos sociedad y cultura, probablemente no hay mucho que contar.

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Si una obra no surge de una imperiosa necesidad, de algo muy parecido a la urgencia del hambre, es sencillamente un “producto cultural”.

Si la obra no brota de este irracional objetivo casi médico, el de curarnos de una experiencia que puede volvernos locos, estamos todavía en el terreno de la academia o del periodismo.

¿Puede haber compromiso social sin hablar de la sociedad? se pregunta Castro Rey: Nunca. ¿Qué hay más “social”, más común -incluso “comunista”-  que la soledad del hombre, las dramáticas dificultades de comunicación de cualquiera, aunque este humano sea un genio?

¿Qué hace falta para provocar un cambio social cuando hablamos de compromiso de los creadores con lo social que es, como vemos, compromiso más bien con lo asocial? Hace falta un movimiento popular dirigido por líderes que escuchan lo que el pueblo necesita, y esto poco tiene que ver con los libros o las obras.

La literatura y el cine tienen que ver con la violencia de la verdad, no con la organización institucional que llamamos cultura.

Hay sin embargo pocos seres humanos, en todos los campos, que se comprometan hoy con lo más oscuro de su experiencia, que vivan de acuerdo con la dureza que han experimentado. Si estamos hablando de arte y de literatura, incluso de moral o de política, esto es lo más importante.

No existe ninguna necesidad de más escritores, de más artistas, de más poetas. Y esto no sólo porque se lea cada vez menos y haya demasiados autores ignorados. Lo único verdaderamente importante que alguien puede preguntarse es cómo servir a su propia y más inconfesable experiencia.

El mensaje que les ha dado el presidente López Obrador a los intelectuales en esta ocasión no puede ser más claro. Pueden retirarse, porque pasamos ahora de lo bello a la verdad. ¡Qué ironía tan expuesta! 

Según mi experiencia me sorprende que conocidos y amigos de mi generación, estando yo desde muy joven en el mundo cultural, estén en contra del presidente y despotriquen contra la forma en que se dirigen las instituciones de ese sector burocrático, hablan de que es un desastre la cultura por esa manera de llevar la “política cultural”.

Sus argumentos son como los que opinan todos los días en las páginas de los medios tradicionales y la red, los “conservadores”, epíteto de tabula rasa, es cierto, porque en relación al coro de condenación y denostación cotidiano, somos pocos los que nos apartamos de ese “sentido común” que priva entre los intelectuales (sintetizados en sus dos revistas Letras Libres y Nexos, pero no sólo en ellas), reconociendo que es tan difícil que acepten que las cosas están cambiando y ya no se trata de festejar los privilegios y abonarlos, como antes.

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Frase clave: arte y populismo, arte y cultura institucional

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