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Bendición disfrazada, maldición lucrativa

por Jorge Eduardo Navarrete

El sector energía en México ha estado siempre ligado al sector externo, y las cuestiones relacionadas con la energía, en especial con el petróleo, han tenido una presencia constante en sus relaciones internacionales. Hayan sido escriturados por el diablo o no, esos veneros han sido una bendición disfrazada o una maldición lucrativa, como en tantas otras tierras


Para referirlo al presente y al futuro, este texto, que alude al aspecto internacional de la energía de mayor actualidad tanto en México como en el mundo, sólo se detiene en un punto del pasado. Considera el autor que si en México pudiera hablarse de una época de oro de la energía —que, para todo propósito práctico, ha equivalido en tiempos modernos al petróleo— ésta ocuparía los tres decenios posteriores a la expropiación, uno de los actos fundacionales de la nación, y a la II Guerra Mundial, cuando el recurso se dedicó, directamente y casi de manera exclusiva, a energizar el desarrollo y la diversificación industrial de México.

En esos años en que la planta industrial mexicana llegó a satisfacer más de nueve décimas de la demanda nacional de bienes de consumo de uso final México logró, en cierta medida, “sembrar el petróleo”, aspiración compartida pero casi nunca alcanzada por los productores y exportadores del excremento del diablo, para usar la expresión de quien concibió y fundó la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), Juan Pablo Pérez Alfonso, que no era poeta.

En este segundo decenio del siglo y en este quinto año de la Gran Recesión, el mundo de la energía se halla sacudido por un vuelco que no se esperaba. La forma en que lo anunció en 2011 la AIE (Asociación Internacional de Energía) no pudo ser más publicitaria, y para dar título a su documento formuló una pregunta que anticipaba la respuesta afirmativa: “¿Estamos entrando a una época de oro del gas?” (I).

Como se advierte, se habla de una transición energética muy diferente de la imaginada a principios de siglo. Entonces, en medio de grandes incertidumbres, se trazaba un movimiento lento —pero prolongado, sostenido y crecientemente acelerado— del conjunto de los energéticos fósiles —y, dentro de éstos, desde los de mayores emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) hacia los de emisiones relativamente menores—, a favor de los energéticos libres de carbono, en especial los que suelen ser denominados nuevos y renovables: energía solar y eólica en primer término.

La transición desde algunos combustibles fósiles, sobre todo carbón, combustóleo y otros petrolíferos pesados, hacia otros combustibles fósiles, como el gas natural, sobre todo el no convencional, es discutible desde el punto de vista de eficiencia energética, pero mucho más desde el punto de vista ambiental —en términos de deterioro directo del medio por el proceso de extracción, de contaminación de suelos y mantos acuíferos, y de menor contribución neta al control del calentamiento global— una alternativa claramente subóptima, que despierta ahora un entusiasmo difícil de justificar.

Sin embargo, en la ENE13-27 (Estrategia Nacional de Energía 2013-2027) se anuncian acciones de prospección, exploración e incluso perforación que parecen prematuras, habida cuenta del escaso conocimiento de la disponibilidad de recursos, sean de aceite o gas, en estructuras de lutitas.

“En lo que se refiere a los recursos prospectivos no convencionales, específicamente el caso de recursos de shale (aceite o gas de lutitas), México cuenta con un volumen equivalente a los recursos convencionales” (página 44). Esta afirmación —que lleva a cuantificar estos recursos prospectivos en exceso de los 60 mil millones de bce (barriles de crudo equivalente) y a precisar sin mayor base aparente que “el 53% correspondería a aceite, en tanto que el restante 47% estaría dividido en una proporción de gas húmedo y otra de gas seco”— se antoja por completo peregrina, en ausencia de los trabajos prospectivos y exploratorios que, según la propia ene13- 27, apenas se prevé realizar.

Quizá la mayor polémica de estos últimos años relacionada con la energía, sobre todo en Estados Unidos, pero con ecos en todo el mundo, sea la que alude precisamente a éste, que algunos consideran un nuevo recurso: el aceite y el gas de lutitas, los omnipresentes shale liquids y shale gas. La polémica enfrenta a los partidarios de fomentar al gas natural como el combustible por excelencia de la transición energética, sucedáneo principal del petróleo y el carbón, con aquellos que subrayan los costos económicos, sociales y ambientales de convertir al gas de lutitas en el componente más dinámico de la acrecida oferta de gas natural y, al menos en los márgenes, de la oferta total de energía.

Sin entrar en demasiados detalles adicionales, habría que decir que no son triviales las preocupaciones existentes sobre los costos muy elevados de la explotación del gas de lutitas y, aún más importantes, las preocupaciones ambientales, que tienen que ver con la tecnología de fracturación hidraúlica para la extracción. Abarcan desde destrucción de estructuras geológicas, demanda de enormes volúmenes de agua, uso de arenas y productos químicos contaminantes, emisiones a la atmósfera de metano, contaminación de mantos freáticos, degradación de suelos, entre otras.

Un adversario del desarrollo del shale gas ha dicho que éste representa “una bomba de tiempo climática”. La aie, entusiasmada con la venidera “época de oro del gas”, reconoce, en el informe arriba citado, que “existen preocupaciones acerca del impacto ambiental de la producción de gas no convencional, en especial en términos de uso del suelo, uso de agua y potencial de contaminación de [depósitos de] agua potable y de emisiones a la atmósfera de metano, entre otras”.

La propia ENE13-27 consigna también estas preocupaciones, que sería irresponsable ignorar. Al respecto dice: “(…) es importante dimensionar y evitar los impactos ambientales relacionados con la producción del gas no convencional, en particular en cuanto al uso y reciclaje de agua para la fracturación hidráulica; la correcta cimentación de los pozos; y los efectos secundarios de los [productos] químicos empleados en el proceso. Considerando que una parte de los recursos se ubican en la región del norte, que es más árida, el manejo de agua se vuelve crítico” (página 45).

Sin embargo, no siempre se menciona otro elemento que, aparentemente, es el que encierra un mayor riesgo: el desplazamiento de los proyectos de desarrollo de energías de cero carbono, tanto las de energía solar, eólica y otras fuentes renovables, como los de nucleoelectricidad. La perspectiva de una era dorada del gas, anunciada por la AIE y acogida con entusiasmo por la industria, se predica en precios relativos del gas natural —convencional y no convencional— que alienten la sustitución del carbón y el petróleo, pero que también pueden significar el desplazamiento de las fuentes libres de carbono.

Si esto ocurre, como ya se ha indicado, se presenciará en los próximos lustros una transición desde unos combustibles fósiles hacia otros combustibles fósiles, en condiciones en que no se ha aclarado ni medido el impacto ambiental de la explotación del gas no convencional, en especial del shale gas. No es ésta, vale la pena reiterarlo, el tipo de transición energética que demanda a perspectiva ambiental del planeta.

Hay que considerar, finalmente, la perspectiva del principal comprador externo de petróleo crudo mexicano, al que se le vende una proporción a todas luces excesiva de la exportación y de la producción totales del país (II).

La continuidad de las tendencias arriba reseñadas convertiría a Estados Unidos en el mayor productor mundial de petróleo en algún momento del próximo decenio, superando a Arabia Saudita, y en exportador neto hacia finales de los treinta, en el supuesto de que, ante la avalancha productiva, se eliminen las trabas a las exportaciones provenientes de las épocas dominadas por los temores sobre suficiencia y seguridad del abasto.

Es ésta la revolución en el mundo de la energía que la AIE espera: la conversión en autosuficiente —e incluso en exportador neto—del gran mercado que ahora cubre con suministros importados una quinta parte de su demanda total de energía, con los cambios consecuentes en la transportación transfronteriza de petróleo y la alteración del balance de riesgos geopolíticos asociados a la operación del sector petrolero global.

Recuérdese que el anhelo de la llamada independencia energética ha sido proclamado, con diversas retóricas, por todos los presidentes estadounidenses desde el 37º, Richard Nixon. El actual es el 44º.

No debe escaparse la ironía histórica de que, eventualmente, Estados Unidos alcance el rango de primer productor mundial de petróleo, en la época en que dejará de ser la mayor economía mundial, en términos de la magnitud del producto bruto. A consolation of shorts, dirían algunos en ese país.

Quizá esta coyuntura lleve a México a reorientar el destino de su producción petrolera a la satisfacción preferente de sus propias necesidades internas. Es imperioso corregir cuanto antes el excesivo e injustificado sesgo exportador que se ha impuesto a la política petrolera mexicana desde comienzos de los ochenta y que se ha mantenido por más de tres decenios.•

Referencias:

I. International Energy Agency, “Are we entering a golden age of gas?—Special report”, World Energy Outlook 2011, www.iea.org.

II. En la segunda mitad de los setenta y comienzos de los ochenta se definió una política de exportación de crudo que vedaba vender al exterior más de la mitad del crudo extraído y a un solo comprador más de la mitad del crudo exportado. Este tipo de criterios prudentes se incineraron en la gran fiesta del libre comercio y del culto a los mercados desregulados.

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