Nada es tan atemorizante, y sin embargo, tan real y vívido como la muerte. Aquel suceso enigmático y que nos muestra, en suma, nuestra fragilidad como especie, como individuos. Mostrar y lamentar la muerte es signo inequívoco de nuestra especie, cada cultura tiene sus características, sus deidades y rituales, que trascienden y nos revelan la importancia de esto, tan único y tan general a todos nosotros.
Puedes seguir a la autora Andrea Samaniego Sánchez @Samaniego_And
Cada pueblo durante la historia de la Humanidad ha tenido una manera de representar a la muerte. Anubis, señor de la Ciudad de los Muertos, era el encargado de guiar a los espíritus al otro mundo dentro de la cosmovisión egipcia; Caronte, en la cultura helénica, era el barquero de Hades, encargado de cruzar a los muertos por el río Aqueronte y pagarle una moneda de plata por los servicios prestados. En México, al igual que las demás culturas, se festeja a los muertos, para la cultura azteca la deidad de la muerte era Mictlantecihtli, rey del Mictlán, el inframundo azteca; esto sólo por mencionar algunos ejemplos, sin lugar a dudas, el tema de la muerte y su tratamiento es recurrente entre los pobladores del planeta.
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En estos días se festeja la celebración del Día de Muertos en México, no conozco las celebraciones del resto del mundo, pero coincido con Octavio Paz cuando dice que nuestro culto a la muerte, es un culto en fin, a la vida. Celebramos a los que nos han dejado, sus gustos en vida: sus alimentos y bebidas, su música predilecta, sus anécdotas que nos hacen recordar y, vivir una vez más. Así pues, nada es más revitalizante que sentir la muerte para anhelar la vida.
Es en estas fechas que los panteones se llenan de colores, que la gente va y saca a sus difuntos, los limpia, celebra, canta y bebe, las noches se iluminan con el camino de las velas y el olor a cempasúchil y copal, les indicamos el camino, les decimos que, el lugar en donde alguna vez departieron y convivieron ahora los está esperando.
Sin embargo, estos tiempos no son sencillos, la pandemia nos ha obligado a modificar nuestras formas de socialización: no reunirnos en lugares con muchas personas, mantener los ambientes ventilados, mantener una separación entre individuos; durante el primer año de la pandemia inclusive los panteones estuvieron cerrados, lo que obligó a nuevas maneras de expresar nuestro regocijo con los muertos.
Ahora, parece que una vez más podremos ir y acercarnos a estos recintos, que podremos festejar como antaño, aunque nada es como antes, a los que partieron y darles una cálida bienvenida, a todos los que regresan, como cada año, para convivir con los que aún no hemos partido.
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