Las primeras contingencias por mala calidad del aire en la Ciudad de México y diversos episodios de alta contaminación en la Zona Metropolitana de Monterrey y en otras ciudades en meses recientes nos recordaron que ese enorme tema no solo sigue presente, sino que tenemos enfrente tareas críticas para resolver uno de los principales determinantes sociales de nuestra mala salud.
Escrito por: Enrique Provencio D.
La reducción de la contaminación atmosférica motivó las primeras acciones modernas de política ambiental desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado, sobre todo en Inglaterra y en Estados Unidos. Se emitieron normas y se adoptaron medidas para reemplazar los combustibles más dañinos, como el carbón, y luego para ir mejorando las gasolinas y el rendimiento de los vehículos, entre muchas otras. Se establecieron criterios regulatorios fijados para proteger la salud, y se diseñaron mecanismos para tener mediciones confiables y saber cómo se encuentra el aire que respiramos.
En México los primeros programas formales de mejoramiento de la calidad del aire se adoptaron en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) a principios de los noventa, luego de varias crisis por niveles muy elevados de emisiones, que provocaban impactos muy graves en la salud de la población. Ahora pocas personas lo recuerdan, pero la contaminación era tan elevada, que si se aplicaran los criterios actuales, la ZMVM pasaría casi el año entero en contingencias.
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Las mejoras fueron notables sobre todo entre 1995 y 2012, pero desde entonces, o nos estancamos o los avances son muy lentos, y en la mayoría de las ciudades no se cumple con las normas. Por ejemplo, y según el Informe Nacional de la Calidad del Aire, en el caso del ozono, de 47 ciudades y zonas metropolitanas que se pudieron evaluar, solo en 7 se cumplieron los límites establecidos de protección de la salud.
En el caso de las partículas suspendidas, de 49 ciudades, apenas cinco aprobaron, y 20 de esas 49 no se pudo saber bien a bien lo que pasaba, porque las estaciones de monitoreo se reportaron fuera de operación o no arrojaban datos suficientes. Esto último es muy importante: fuera de la ZMVM, que cuenta con una de las redes de monitoreo atmosférico más confiables y completas del mundo, en el resto del país no estamos midiendo bien, ni se cuenta con inventarios de emisiones actualizados, ni con programas de calidad del aire puestos al día y con el suficiente apoyo de las autoridades y el conocimiento adecuado de la sociedad.
En realidad, el tema de la contaminación atmosférica está relegado en las prioridades públicas, como si ya estuviera resuelto o en franco proceso de superación. No es así, ni en el resto del mundo ni en México. Según la Organización Mundial de la Salud, cada año mueren alrededor de 6.7 millones de personas en todo el planeta por causas relacionadas con la contaminación del aire, y la mayoría de los países no cumple con las normas ambientales de protección a la salud por contaminación.
En México, la tasa de mortalidad por esta causa es de poco más de 40 por cada 100,000 personas. Es la mitad de la que teníamos treinta años atrás, pero sigue siendo elevada, sobre todo por la contaminación extramuros. Por esta causa específica, no hemos registrado mejoras en los últimos quince años. Hay que considerar, además, el impacto más amplio. Se estima que los costos generales provocados por la contaminación rondan 2.5 puntos porcentuales del producto interno bruto. Estamos invirtiendo muy poco en prevención, sobre todo en la mejora de los combustibles, la extensión de las redes de transporte público con vehículos eficientes, la mejora de la infraestructura urbana, el control de la deforestación y muchas otras medidas, que están bien estudiadas.
Deberíamos lanzar una gran cruzada nacional por la mejora de la calidad del aire. No solo es una urgencia para proteger la salud y el bienestar, sino algo indispensable que se vincula a la transición climática, y que tendría beneficios adicionales en muchos otros campos, incluyendo la activación de oportunidades de desarrollo en las economías de nuestras ciudades y zonas metropolitanas.
Hay mucho conocimiento acumulado sobre el tema, centros de estudio que tienen líneas de investigación que aportarían sus saberes, profesionales que se han entrenado, nuevas y viejas tecnologías a la mano. Las principales resistencias están tanto en la mejora de combustibles y en el rezago de la regulación, sobre todo de las normas. Se requerirá más inversión pública, pero este no es el obstáculo principal, sino la indolencia y la marginación del tema.
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