Estamos a 16 días de la jornada electoral más importante de la historia de la joven democracia competitiva mexicana. Una elección crucial en muchos sentidos. Por su tamaño: con 20 mil 415 cargos en disputa, una lista nominal de 93 millones 528 mil 473 ciudadanos (¡51.8% mujeres!), un millón 464 mil 840 ciudadanos requeridos para integrar las 163 mil 926 casillas, má de 48 mil supervisores y capacitadores electorales, 6 mil 108 observadores electorales, y diez partidos políticos nacionales.
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También por su diversidad: la paridad de género es obligatoria en la dimensión vertical y en la horizontal; hay 30 distritos considerados indígenas por el INE, y hay acciones afirmativas en las entidades con presencia de población originaria; también hay acciones afirmativas para garantizar la representación de los migrantes en las listas de candidatos a diputados por representación proporcional; luego, hay acciones afirmativas para integrar representantes de las comunidades LGBT+; además hay estatutos partidistas que obligan a la participación de jóvenes, etcétera.
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De igual manera son trascendentes por su alcance político: las la coalición partidista hoy dominante en los poderes federales quiere garantizar su permanencia como fuerza hegemónica en los ejecutivos y los legislativos, en particular en la cámara de diputados federal. Sin la mayoría absoluta –y sobrerrepresentada– de hoy, difícilmente la 4T culminará su obra de deconstrucción del modelo “neoliberal” que tanto detesta. Los comicios del 6 de junio se asumen como una especie de plebiscito sobre el cambio radical de modelo económico y político, para abandonar el que ha imperado en los últimos siete lustros, y así desandar las privatizaciones, la apertura comercial, la globalización y la poliarquía burguesas.
El discurso de las Campañas se ha convertido en un arma de descalificación apriorística del rival, sin dar opción más que la propia. La radicalización nos ha conducido a un escenario de extremos que electriza e inflama fundamentalismos excluyentes. La anti política del primitivismo simplón.
Como me temía, la violencia se ha apersonado. Antier leí en Reporte Índigo que ya suman 32 los candidatos asesinados en lo que va del proceso electoral, incluyendo al de Cajeme. Y recién un candidato del distrito 11 de Moroleón-Uriangato, en Guanajuato, fue balaceado en su vehículo a pleno día. No sorprende: la violencia verbal es un aliciente para la violencia criminal.
Es urgente que los actores políticos —candidatos, titulares de los ejecutivos, líderes partidistas— abandonen los discursos impulsivos y amenazantes en sus campañas, y se concentren en sus ofertas concretas en el ámbito estricto de las responsabilidades a asumir. Los bailes de Tik Tok, las canciones de karaoke, las coreografías ridículas, sólo devalúan la función pública y deseducan a la ciudadanía, haciéndole creer que la política electoral es un circo de tres pistas, dentro del que hay que optar por el payaso más patético.
Seriedad y mesura, señoras y señores políticos.
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(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net @riondal FB.com/riondal ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda