por María de la Paz López Barajas
El aumento de los hogares con jefatura femenina ha ocurrido en una diversidad de contextos y está marcado por una multiplicidad de causas y consecuencias reflejadas en los debates actuales en torno al bienestar de las jefas de hogares y sus integrantes
De acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, en 2012 había poco más de siete millones de hogares con jefatura femenina, es decir, casi uno de cada cuatro hogares. De acuerdo con esta fuente, se estima que los hogares dirigidos por mujeres crecieron 73% en 20 años (I).
Investigaciones sobre el tema identifican el crecimiento de la jefatura femenina como un indicador de la erosión del modelo patriarcal de familia, considerado como alternativa única sustentada en la figura de proveeduría masculina exclusiva (II). En muchos países, la magnitud y tendencias de este tipo de arreglos familiares han sido analizadas también como indicadores importantes de cambio en la organización familiar, en los procesos de formación de familias y en la transformación de la vida íntima.
Convertirse en jefa de hogar, ser responsable exclusiva de sus miembros o hacerlo compartiendo gastos y responsabilidades, entraña una serie de elecciones tomadas en relación con sus uniones o rupturas maritales, o con la delegación de responsabilidades por eventos exógenos que imponen a las mujeres la carga de cuidado de los hijos u otros parientes. Tal es el caso de la necesidad de migrar en búsqueda de trabajo en entidades distintas a la de residencia, la muerte del cónyuge, la maternidad no acompañada -muchas veces producto del embarazo adolescente-, o el cuidado de familiares con deterioro funcional o enfermos, entre otras.
Aun en los casos de viudez, la decisión de convertirse en jefa de hogar puede estar influida por la posibilidad o no de formar otra familia: hacerse cargo de los hijos o ser parte de un hogar jefaturado por un hombre (hermano, padre, hijo o una nueva pareja). Estas decisiones pasan, sin duda, por la disponibilidad de recursos y su distribución. Pero también están influidas por patrones socioculturales que pueden ser favorables o no en las nuevas responsabilidades asumidas, dependiendo del contexto.
Las elecciones y los resultados de esas elecciones entran en combinación y colocan a las jefas de hogar y a los miembros de los hogares que dirigen en diferentes condiciones de vulnerabilidad. Una serie de circunstancias entran en juego y la comprensión de cómo funcionan y cuáles son las necesidades específicas este tipo de arreglos hogareños se complejiza.
Por ello se hace preciso examinar las circunstancias, causas y decisiones que conducen a la formación de determinados tipos de hogar; analizar las consecuencias sobre el nivel de bienestar de las propias mujeres y de los miembros de estos hogares; monitorear los cambios que se producen a partir de intervenciones de política pública; y contar con pronósticos demográficos robustos de patrones esperados. Hacerlo posibilitaría dar una mejor respuesta de política pública a las necesidades reales de este tipo de hogares.
A falta de un análisis a profundidad sobre la composición y dinámica de los hogares con jefatura femenina visto desde la política pública y su eficacia, podemos advertir que las fuentes de datos disponibles permiten delinear algunas circunstancias en las que se desenvuelven los distintos tipos de hogares comandados por mujeres.
El trabajo de las jefas de hogar
El crecimiento y magnitud de hogares dirigidos por mujeres, sobre todo de jefas que participan en el trabajo remunerado, en muchos casos puede haber traído aparejados algunos logros, como ganancias en autonomía e independencia; pero en muchos más, el cambio ha provocado situaciones de mayor vulnerabilidad y una abrumadora sobrecarga de trabajo (remunerado y no remunerado); por el contrario, este hecho ha significado para muchos hombres la reducción o el finiquito de responsabilidades familiares y un trastrocamiento de su rol de proveedores exclusivos.
La tasa de participación económica de las mujeres con al menos un hijo nacido vivo es de 44%, de ellas, el 98% combina sus actividades domésticas y de cuidados con el trabajo realizado para el mercado (V). La participación más alta se aprecia entre las edades de 35 a 44 años, justo en un periodo todavía reproductivo de las mujeres y en las cuales todavía tienen hijos menores de 20 años, lo cual implica fuertes cargas de responsabilidad y trabajo.
La creciente inserción de las mujeres en el trabajo remunerado, con la consecuente transformación de sus roles, no se ha acompañado por cambios en la dinámica familiar y en la redistribución del costo de las tareas domésticas y de cuidado. Su mayor presencia en el mercado laboral se ha dado en un contexto de suma precariedad en la corresponsabilidad social del trabajo de cuidados.
Ni el Estado ni el mercado han asumido esta corresponsabilidad social y han dejado en manos de las parejas conyugales el reparto desigual de tareas y responsabilidades de cuidado interviniendo apenas en una fracción de las necesidades familiares, cuando se trata de resolver, legalmente, dichas responsabilidades (demandas por pensión alimentaria, por ejemplo).
En este pasaje, los hombres han ganado aún más libertades que las que ya tenían, posponiendo o evitando obligaciones cuando las mujeres asumen la jefatura del hogar; aunque no podemos perder de vista que el desempleo, el subempleo y la precariedad salarial, tanto como la migración, son factores que intervienen en la erosión del rol de proveedor de los hombres, afectando también las responsabilidades.
Los hogares con jefas pueden ser, de acuerdo con su composición y dinámica, más vulnerables a distintos riesgos y tener menor viabilidad económica para sus miembros que los dirigidos por hombres por la mayor sobrecarga de trabajo que impide a aquellas tomar ventajas en el mercado de trabajo; mayores obstáculos encuentran cuando asumen el rol de proveedoras/ cuidadoras siendo madres y combinan el papel de cuidadoras sin la asistencia directa o el sostén tradicional del hombre y, en el peor de los casos, sin el apoyo de redes familiares y sociales. Esta sobrecarga las conduce a tomar empleos más flexibles, generalmente en la informalidad, y también mal remunerados. La precariedad de sus ingresos suele compensarse con los ingresos de más perceptores en sus hogares, generalmente hijos e hijas que truncan sus carreras educativas para cooperar con el sostenimiento del hogar.
Las políticas han estado más concentradas en los efectos y en cómo revertir las consecuencias negativas sobre el bienestar de los miembros de las familias, pero se han ocupado menos de las causas que minan el bienestar de las jefas los miembros de sus hogares. Hacen falta políticas efectivas que atiendan de manera integral las consecuencias pero que también se hagan cargo de la corresponsabilidad social que entraña hacer frente al cambio social más importante ocurrido en la vida íntima.•
Notas y referencias:
I. De acuerdo con la ENIGH, en 1992 había en el país 2.6 millones de hogares dirigidos por una mujer (véase INEGI, ENIGH, 1992).
II. Véase: García, Brígida, Género y Dinámica Poblacional, El Colegio de México, México, 1999; López, M.P, V. Salles y R. Tuirán. “Cambios Sobresalientes en las Familias Mexicanas (1976-1999)”, en: Gómez de León, J. C. Rabell, La población de México, Tendencias y Perspectivas demográficas, FCE-CONAPO, México, 2001.
III. INEGI, Censo de Población y vivienda 2010.
IV. Ibídem
V. INEGI, Encuesta Nacional de Empleo, 2012.
María de la Paz López Barajas Asesora Técnica en Estadísticas de Género y Políticas de Igualdad de ONU Mujeres. Ha sido consultora de diversos organismos internacionales para temas de género y ha coordinado diversas publicaciones de las Naciones Unidas. También ha sido asesora en distintas instituciones de países latinoamericanos. |
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