La caricatura en México ha sido un arma de crítica social dominada por hombres.
Ha ridiculizado políticos, denunciado injusticias y capturado el descontento popular.
Pero, ¿qué ocurre cuando la que sostiene el lápiz es una mujer? La historia de la
caricatura mexicana está plagada de ausencias. No por falta de talento femenino,
sino porque las mujeres han sido relegadas, invisibilizadas o forzadas a abandonar
el gremio. Sin embargo, algunas persistieron.
Escrito por: Mauxi Sánchez Fernández
Palmira Garza, Cecilia Pego, Nahui Ollin, Cintia Bolio. Nombres que deberían figurar
junto a los grandes caricaturistas mexicanos, pero que han sido excluidos de la
historia oficial. El problema no es la falta de mujeres en la caricatura política, sino la
resistencia del medio a abrirles espacio. Durante décadas, se asumió que la sátira
política era terreno exclusivo de los hombres, mientras a las mujeres se les relegaba
a un humor “amable” o a la ilustración infantil.
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El humor gráfico ha sido una extensión del poder: incluso en la sátira hay jerarquías.
Mientras los hombres han usado la caricatura para cuestionar a los poderosos, las
mujeres han sido marginadas, vistas como intrusas en un ámbito que exige
confrontación y agudeza. ¿Cuántas veces se ha dicho que la sátira política es
“demasiado agresiva” para una mujer? ¿Cuántas han sido ignoradas por no encajar
en los modelos tradicionales del humor gráfico?
No todas las mujeres que dibujan hacen caricatura feminista. La caricatura femenina
es simplemente aquella hecha por mujeres, sin un discurso de género explícito.
Muchas caricaturistas han trabajado en medios tradicionales sin abordar la lucha
feminista, enfocándose en sátira política general o humor cotidiano.
La caricatura feminista, en cambio, es una herramienta de denuncia. Su objetivo no
es solo entretener, sino exponer la misoginia, la violencia de género y la desigualdad
estructural. Cintia Bolio ha sido una de las grandes exponentes de este tipo de
caricatura, con un trabajo centrado en los derechos de las mujeres y la crítica a la
cultura machista.
Aquí radica la diferencia: mientras un hombre que hace sátira política es visto como
un intelectual crítico, una mujer que denuncia el patriarcado a través del humor es
tildada de exagerada o radical. No es el trazo lo que incomoda, sino la dirección del
golpe.
Las caricaturistas mexicanas han sido condenadas a la desaparición. Palmira
Garza, la primera mujer caricaturista en la prensa mexicana, apenas aparece en los
registros históricos. Cecilia Pego, pese a su talento, abandonó la caricatura para
dedicarse a la pintura. Nahui Ollin, cuya obra desafió las normas establecidas, fue
redescubierta décadas después de su muerte.
Estas ausencias no son casualidad. Muchas mujeres han enfrentado la falta de
oportunidades en los medios, la censura y la presión para abandonar el oficio. La
caricatura política es un espacio hostil para quienes no encajan en su molde
tradicional.
A pesar de todo, la caricatura feminista ha encontrado nuevas trincheras. Internet y
las redes sociales han permitido que más mujeres publiquen sin depender de los
medios tradicionales. El espacio ya no lo conceden los grandes periódicos: lo toman
las propias caricaturistas.
Hoy, Cintia Bolio sigue publicando en El Chamuco, demostrando que la caricatura
feminista no es una moda, sino una necesidad. Nuevas voces están emergiendo,
desafiando los límites impuestos por una tradición machista.
El reto no es solo incluir más mujeres en la caricatura política, sino reconocer que su
sátira no tiene que ser “suave” para ser válida. La caricatura feminista no pide
permiso ni busca aceptación. Dibuja con rabia, con ironía, con la certeza de que
cada línea es una grieta en el muro de la exclusión.
Porque la caricatura, cuando es feminista, no solo es crítica: es resistencia.
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