por Rogelio Flores
Pocos géneros literarios son tan racionales como el policiaco. Podemos afirmar, incluso, que la columna vertebral de los relatos detectivescos suele ser el análisis objetivo de los hechos acontecidos, la investigación policiaca, el método científico que revelará una verdad irrefutable con la que se impartirá justicia, o por lo menos, se develará un tema oculto
La historia de Charlie Parker, alias “Bird”, homónimo del famoso jazzista por partida doble –ya por el nombre, ya por el apodo–, podría ser similar a la de cualquier personaje de novela negra: es hijo de un policía, y durante un tiempo, guardián del orden también; inspector de homicidios en Brooklyn, Nueva York, para ser más precisos. Ciudad donde, con éxito, dio con el paradero de asesinos siniestros y escurridizos, gracias a su inteligencia y dotes como investigador. Posteriormente se emplea como detective privado, y como todos los detectives privados, es solitario. ¿La causa? Las prematuras muertes de su esposa y su hija, aunque también su personalidad poco convencional, un tanto huraña y burlona. Tras haber vivido un alcoholismo autodestructivo (perdón por el pleonasmo: era ineludible), evapora sus deseos de beber y demás causas de estrés mediante el ejercicio, lo que lo mantiene en forma y en un estado de sobriedad permanente y necesario para no perder la razón.
No es un hombre agresivo, sin embargo lleva a cabo su oficio con solvencia y carácter, sabiendo que la violencia física está siempre a la vuelta de la esquina y que por ello, eventualmente, deberá defenderse de gente peligrosa. Tiene licencia de investigador con el permiso correspondiente para portar un arma y usarla, además. Insisto, podría ser como cualquier personaje del género, de no ser por un pequeño detalle: a diferencia de otros detectives, Charlie Parker percibe la presencia de los muertos.
No de todos, cabe la aclaración, únicamente de las almas de personas inocentes que fueron asesinadas, por lo que conoce las causas de que no descansen en paz. Es decir, experimenta empatía con las víctimas y su dolor, y lo hace en un nivel tan profundo que los casos en que se involucra van más allá de lo profesional y la simple conclusión de un hecho; resultando, por así decirlo, en verdaderas cruzadas contra el Mal (así en mayúsculas). Ojo, no sólo contra el mal con nombre y apellidos, sino contra uno primigenio, tan antiguo como la presencia del ser humano en el mundo. O quizá más.
Desde el seminal Auguste Dupin de Edgar Allan Poe y el clásico Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, hasta nuestros días, los detectives han cumplido la función (dentro de la literatura, por lo menos) de establecer que el Estado es falible y que la impartición de justicia terrenal se puede quedar a medias cuando los delitos no se investigan a profundidad. O peor aún, que la impartición de justicia puede corromperse y actuar en perjuicio de los inocentes, derivando en una farsa grotesca y terrorífica.
La saga del personaje ya descrito, Charlie Parker, no rompe con esta tradición de personajes y busca en cada una de sus novelas, más de diez a la fecha, desenmarañar hechos violentos, relacionados casi siempre con asesinatos y abusos de diversa índole.
Su autor, el irlandés John Connolly, si bien respeta las reglas del género detectivesco, amplía el universo de lo policiaco hacia algo aún más ambicioso, con elementos de la mejor literatura de terror (no es casual que Poe haya sido maestro en ambos géneros, el policiaco y el terrorífico) y no sólo apunta sus armas a la resolución de los crímenes, sino a sus razones más ocultas, las que anidan en el corazón de sus personajes. Para ello, se sirve de hechos fantasmales que pasan desapercibidos para casi todos los involucrados, no así para su héroe; y se sirve también de personajes cuyos actos y perversidad superan por mucho lo meramente delincuencial.
Como en todas las novelas policiacas, en las protagonizadas por “Bird”, desfilarán policías y políticos corruptos, sicarios, homicidas, ladrones y demás miembros de diversas mafias; empresarios y filántropos sin moral ni escrúpulos, también. Pero a esa fauna se añaden otro tipo de seres aún más oscuros, que en ocasiones, terminan por ser quienes dictan y controlan los actos de los personajes descritos en el primer grupo. Este segundo grupo se integrará por fanáticos religiosos, radicales de derecha, tratantes de personas, violadores, asesinos en serie, torturadores y pederastas, todos con una causa común: la práctica y la apología del abuso, la crueldad que va más allá de intereses políticos y económicos; el sadismo por el sadismo, siempre en perjuicio de quien no puede defenderse y siempre con amplias condiciones de gozar de impunidad. Insisto, el tema de esta saga de novelas es el mal como abstracción, el mal como agente que contamina todo a su paso y conduce a las personas a prácticas abominables, incluyendo en estas, a las delictivas.
No por ello, se eximirá a nadie de su propia conducta. Por el contrario. La lectura de estos libros conduce a cuestionamientos morales más allá de creer o no en lo sobrenatural o lo religioso. Y es que al final de la lectura, no es la presencia de fantasmas ni las atmósferas malignas lo que causa el terror, sino los actos de las personas. Es decir, los actos individuales, las decisiones que se toman con respecto a los demás.
Decía Charles Baudelaire que el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de su inexistencia. Fedor Dostoievski, por otro lado, afirmaba que el diablo sí existía, pero más como una creación del ser humano, y que éste lo había hecho a su imagen y semejanza. El mal siempre ha sido un tema del que la literatura bebe constantemente, aunque la manera de abordarlo tenga distintos enfoques, y es así, ya que abordar el mal es una forma de abordar la naturaleza humana. John Connolly lo hace a través de la novela policiaca y el delito, pero este último termina siendo sólo la punta del iceberg de algo mayor. Para nuestro autor, poco importa cuáles sean las creencias de sus lectores, ya que no es necesario ser practicante de ninguna religión, ni creer en la existencia del Dios o del Diablo para horrorizarse ante las prácticas de los antagonistas de Parker, ni para empatizar en su búsqueda por brindarle justica y descanso a esos muertos que sólo él reconoce, y que como los habitantes de este mundo, demandan justicia en el suyo.•
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