El pasado 1° de julio tuvieron lugar las elecciones más grandes de la historia de nuestro país y con ello se dio inicio al periodo de transición en donde el nuevo presidente de México está obligado a promover un amplio diálogo nacional para definir un programa de gobierno incluyente en donde se redefinan las prioridades nacionales
Uno de los primeros retos que debe superar el presidente electo es el de afrontar el contexto en el que se desarrolló el proceso electoral: asesinatos políticos; recrudecimiento de la violencia homicida; agudización de la polarización social; así como los problemas que llevan años corroyendo nuestra democracia, como la corrupción, la impunidad, la acumulación grosera de la riqueza, la prevalencia de la pobreza, la desigualdad, y el crimen.
Aunado a ello, el nuevo presidente debe ser capaz de construir un nuevo modelo de desarrollo sostenible que tenga como premisa un régimen democrático, uno donde la democracia pueda germinar y consolidarse gracias a la existencia de liderazgos auténticamente demócratas y de una ciudadanía social activa y que pueda mantenerse en el tiempo como resultado de un entramado institucional diseñado para proteger y arraigar la lógica democrática.
Por ello, preocupa que, de acuerdo con el Informe Latinobarómetro 2017, nuestro país sea, en América Latina, el que cuente con el menor respaldo ciudadano a su democracia, que únicamente el 18% se sienta satisfecha con ésta, y que el 90% considere que se gobierna para unos cuantos grupos poderosos.
Preocupa, asimismo, los niveles de confianza ciudadana hacia las instituciones del Estado; de acuerdo con la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental (ENCIG) del Inegi, en 2017, las cinco instituciones o sectores que tuvieron los niveles más altos de desconfianza entre la población fueron los partidos políticos con 80.4%; las Cámaras de Diputados y Senadores con 74.4%; el Gobierno Federal con el 71.7%; la Policía con 69.2%; y los Gobiernos estatales con el 68.2%.
Por ello, a partir de este momento, el nuevo presidente debe convocar a un auténtico diálogo que permita encauzar un proyecto de país en el que todas las aspiraciones legítimas tengan viabilidad y posibilidad de realización.
México puede volver a crecer con equidad; desde un nuevo estilo de desarrollo, revertir los efectos del cambio climático y proteger la biodiversidad; erradicar el trabajo infantil, y construir una nueva política de desarrollo centrada en el trabajo digno; podemos recuperar la paz. Empero, lograrlo necesita diálogo, tolerancia, verdad; sin eso será imposible cambiar, las expectativas se vendrán rápidamente abajo y el desencanto será mayor.
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