Andrea Rodríguez

Cómo vivir en una sociedad líquida

El filósofo polaco Zygmunt Bauman (2015) definió a la sociedad líquida como el actual momento histórico en el que se han desvanecido las instituciones sólidas que marcaban nuestra realidad y se ha dado paso a una realidad marcada por la precariedad, el ritmo cambiante e inestable, la celeridad de los acontecimientos y la dinámica agotadora y con tendencia al individualismo de las personas.


“La cultura líquida moderna ya no siente que es una cultura de aprendizaje y acumulación, como las culturas registradas en los informes de historiadores y etnógrafos. A cambio, se nos aparece como una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido”, Zygmunt Bauman

Una percepción del momento actual es que las instituciones políticas, sociales, económicas, culturales, educativas, deportivas… todas las organizaciones ya no son las mismas. Es como si tanto descontrol mundial las hubiera convertido en líquido que se ajusta a la forma del contenedor. Su firmeza era tan frágil como la de un castillo de arena.

Por ejemplo, México, un Estado laico, en virtud que la religión por mandato constitucional no debería intervenir en ningún ámbito del gobierno. Sin embargo, la delgadez y laxitud de la actual administración permite, pues no desmiente, que el sacerdote católico Alejandro Solalinde, opine sobre los temas económicos, al afirmar que basta con rezar a San López para resolver el problema de los dineros (recuperado de https://twitter.com/padresolalinde/status/1255204802038059011)

Pero la pérdida de cohesión de las instituciones no sólo está en un tuit. Se observa en los discursos y en los hechos de los administradores de la nación. El ejecutivo descalifica las negociaciones y propuestas de los empresarios, despreciando todo aquello que no haya salido de su propia agenda (recuperado de https://twitter.com/literalmexico/status/1254814139052109827).

La acuosidad de sus bases se sostiene con un discurso de control sin sentido y muchas veces fanático como usar de protección un escapulario ante las adversidades. 

La vida líquida que explica Bauman (2015) destaca la desaparición de las utopías centradas en la sociedad y anula la posibilidad de una bondad social; en su lugar los gobiernos imponen mecanismo de seducción que simule acciones sujetas a la fe y esperanza. Porque al mismo tiempo la vida líquida propone una reforma colectiva en donde se haga evidente la renuncia paulatina de sus aspiraciones de control.

En este contexto de pandemia hemos visto cómo los gobiernos de todo el mundo se han tambaleado y al mismo tiempo han dejado al descubierto la porosidad de sus políticas públicas. Esta situación suscita en el individuo dudas sobre su presente, y miedo ante un futuro incierto.

Sin embargo, todo lo anterior no es sólo resultado de la catástrofe sanitaria, sino que se debe a un estilo de vida que ya se había asumido y a una condición que se perdió desde que el ciudadano decide vivir en sociedad: la libertad.

La libertad individual no puede y no debe darse por supuesta, ya que aparece (y tal vez desaparece) junto con un tipo particular de sociedad (Bauman, 2015) en este sentido la libertad sólo existe como una relación social y constituye una relativa novedad en la historia de la especie humana, estrechamente relacionada con el advenimiento de la modernidad y el capitalismo.

Así que la libertad de expresión, la situación natural que nos hace libres de decidir, estará en función de los marcos de control que el gobierno permita. Pero cuidado: no sólo el capitalismo tiene esa potestad de la que habla Bauman, sino también los estados populistas.

Aunque es revelador que la emancipación siempre esté condicionada a un contexto social y político, bastaría con recordar que la libertad se puede encontrar escudriñando en la consciencia, en la autoreflexión como señala el filósofo polaco, es ahí donde está lo humano aquello que nos permitirá experimentar la autonomía. 

En lo humano entonces se hallará ese privilegio de expresión, contingente a toda intención de aniquilación. En virtud que, en la sociedad líquida, nada puede declararse exento de la norma universal de la desechabilidad, Bauman (2015) y nada puede permitirse durar más de la debido.

En esta modernidad acuosa es inevitable reinventarse, y elegir la figura que se pretendería ser desde la ilusión de libertad que se ha imaginado.

Al final todo tiene la forma de lo que se aprende.

Bibliografía

Bauman Zygmunt. 2015. La vida líquida. Ed. Paidós. España

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