Un 27 de septiembre, pero de hace 200 años en el año de 1821, el Ejército Trigarante, comandado por Agustín de Iturbide, entró triunfante a la Ciudad de México. Se dio fin así a 11 años de largas luchas que culminaron con la Independencia del Imperio de México.
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Un México que hacia 1821 tenía unos seis millones de habitantes, de los cuales cinco millones eran indígenas, además de analfabetos. Un México en el cual la población indígena representaba más de 70 por ciento de la población y siete de cada 10 personas hablaban una lengua originaria, según datos del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.
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La reflexión en este momento tan simbólico a la luz de 200 años de distancia es necesaria, ya que como lo menciona el Papa Francisco en la carta enviada al presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano precisamente con motivo de la celebración de la Consumación de la Independencia de México: “para fortalecer las raíces es preciso hacer una relectura del pasado, teniendo en cuenta tanto las luces como las sombras que han forjado la historia del país”
¿Qué cultura política pervive de ese parto doloroso que implicó la Independencia de la Corona Española? ¿Cuáles son aún demandas no resueltas? ¿México a estas alturas es independiente?
Agustín de Iturbide, cabe decirlo era representante de las clases dominantes de México, aunque en un giro histórico nada casual estableció con Vicente Guerrero, uno de los principales insurgentes del partido de Morelos, que aún estaba activo, un pacto en Iguala, Guerrero conocido como el famoso Plan de las Tres Garantías: a saber, las siguientes: Independencia, Unión y Religión.
El documento signado el 24 de febrero de 1821 y conocido hoy como Plan de Iguala, estableció la visión de un México independiente, que presentaba una monarquía constitucional con un emperador mexicano y eliminaba las disposiciones de la Constitución de Cádiz que las élites mexicanas consideraban tan amenazadoras para su estatus y privilegios. El 27 de septiembre de 1821, Iturbide, acompañado por los insurgentes Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria, entró triunfante a la ciudad de México.
Para ese momento, era evidente que se había logrado la libertad política de la corona española, sin embargo, las reformas sociales proclamadas por Hidalgo y Morelos habían desaparecido del escenario, mientras la estructura económica y social del antiguo orden permanecería por muchos años más prácticamente inalterable. Una especie de Gatopardismo cimentada en que todo cambiara de forma para que todo en esencial, siguiera igual.
Gatopardismo que a la fecha y después de 200 años sigue teniendo una gran deuda y agenda pendiente: nos referimos a la profunda desigualdad que se vivía en la independencia, pero que también se vive ahora.
Si de cultura política nos referimos ahora, cabe decir que lamentablemente para la vida política de la nueva nación mexicana ésta, empezó con el absurdo de coronar a Iturbide, al adoptar como forma de gobierno la monarquía constitucional moderada y cuyo poder llevó al novel emperador a anular para1822, el congreso aprobado constitucionalmente sustituyéndolo por una junta de su elección. A partir ahí un verdadero despeñadero. De Agustín de Iturbide, Don Jesús Reyes Heroles se expresó de la siguiente manera: El imperio, un triste espectáculo.
Y es que si bien, la aventura monárquica de Agustín de Iturbide, no duró mucho tiempo, sí cimentó las bases de un modelo de autoritarismo y estilo de gobernar que no permitió la consolidación de instituciones fuertes y sólidas en la joven nación y sí lamentablemente la implantación de un modelo de gobierno y de hacerse del poder que seguiría una serie de pautas que no harían sino repetirse una y otra vez en el México del siglo XIX y entrado ya el siglo XX.
Este estilo de gobernar daría justamente origen a otros personajes de triste memoria para la nación. El más inmediato en la trama independista fue el general Antonio López de Santa Anna, antiguo oficial realista que se pronunció en Veracruz por la República, siendo secundado por otros militares, hasta lograr que Iturbide abdicara de la corona y al mando para después hacerse del poder y llevar de una manera desastrosa a que el país perdiera más de la mitad de su territorio.
Ciertamente un triste espectáculo, doloroso y sangriento para la historia de nuestro México moderno ya que no fue sino hasta la llegada de dos hombres fuertes como Benito Juárez y Porfirio Díaz que la idea de Nación comenzó a cobrar forma y vigor.
Hoy, México no es un país independiente, aunque quizás ninguna nación en el orbe lo sea sobre todo porque el concierto de naciones se da cada vez de manera más interdependiente, no sólo por la lógica meramente comercial, sino porque como especie humana no vivimos ya problemas aislados y reducidos a ámbitos geográficos determinados sino verdaderos jinetes del apocalipsis que amenazan la subsistencia no de países sino de la humanidad entera.
Para muestra de ello sólo voltear la mirada a los efectos que el cambio climático está teniendo ya en todo lo largo y ancho de la tierra
Puesto así en perspectiva desde las antípodas cabría preguntarse
¿Qué idea de nación se tiene para México? ¿Qué nos une?
¿Estamos construyendo el México que queremos, pero aún más, el país que se merecen nuestros hijos y nietos?
Inmersos en la cotidianeidad, se requiere a veces una mirada más larga, un faro que nos permita ver más allá de nuestros ojos y construir en consecuencia. ¿Qué es oro? ¿Qué es oropel? El debate de ideas ha de servir para ello.
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