“Contra el fatalismo económico” es el texto leído por el gran sociólogo Pierre Bordieu en la ceremonia de recepción del Premio Ernst Bloch.
Mis más cálidos agradecimientos para la ciudad de Ludwigshafen, su alcalde el Señor Wolfgang Schulte y al Instituto Ernst Bloch, por el honor que se me ha concedido y asocia mi nombre con el de uno de los filósofos a quien más admiro. Mis agradecimientos también para el señor Ulrich Beck por el generoso discurso que acaba de pronunciar. Me hace pensar en que en el futuro próximo podremos asistir al nacimiento de la utopía de un colectivo intelectual europeo, cosa que he apoyado durante mucho tiempo.
Mi única crítica a esta eulogia es su excesiva generosidad, especialmente por la forma en que atribuyó a mi persona una cantidad de propiedades y cualidades que sólo son producto de condiciones sociales. No puedo dejar de pensar, cuando se me honra de semejante manera y se me eleva al nivel de gran defensor de la idea utópica -en estos días tan desacreditada, desechada y ridiculizada, en nombre del realismo económico-, que estoy siendo autorizado o más precisamente urgido a intentar definir cual tiene que ser y debe ser el papel del intelectual, en relación a la utopía en general y la utopía europea en particular.
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Debemos reconocer que estamos actualmente en un período de restauración neo-conservadora. Pero esta revolución conservadora asume una forma sin precedentes: no hay, como en tiempos anteriores, ningún intento de invocar un pasado idealizado mediante la exaltación de la tierra, la sangre, y los temas de las antiguas mitologías rurales. Es un nuevo tipo de revolución conservadora que, para justificar su restauración reclama una relación con el progreso, la razón y la ciencia -la economía, en verdad-, y a partir de esto intenta relegar el pensamiento y la acción progresiva a un estatus arcaico.
Se erige como patrón de normas para todas las prácticas, y por tanto como norma ideal, el orden del mundo económico librado a su propia lógica: la ley del mercado, la ley del más fuerte. Ratifica y jerarquiza la norma de los llamados mercados financieros, el retorno a un tipo de capitalismo radical que no responde a ninguna ley más que a la máxima ganancia; un capitalismo sin tapujos, desenfrenado, que ha sido llevado hasta el límite de su eficiencia económica por medio de las formas modernas de conducción Management y las técnicas manipuladoras como la investigación de mercado y las propagandas de venta y comercialización.
El aspecto engañoso de esta revolución conservadora es que, atrapada por todos los signos de la modernidad, aparentemente no conserva nada de la oscura pastoral de la Selva Negra, tan amada por los revolucionarios de los años 30… Después de todo, viene de Chicago ¿no es así?… Galileo dijo que el mundo natural está escrito en lenguaje matemático.
Actualmente, tratan de inventar que el mundo social está escrito en lenguaje económico. Mediante el arma de las matemáticas -y también del poder de los medios- el neoliberalismo se ha transformado en la forma suprema de contraataque conservador, apareciendo durante los últimos treinta años bajo la denominación de “el fin de la ideología” o, mas recientemente, “el fin de la historia”.
Lo que se nos presenta como un horizonte imposible de superar por el pensamiento -el fin de las utopías criticas- no es nada más que un fatalismo económico y economicista, que puede criticarse en los términos empleados por Ernst Bloch en El espíritu de la utopía (1) dirigiéndose al economicismo y fatalismo que pueden encontrarse en el marxismo.
La fechitización de las fuerzas productivas y el fatalismo resultante, se encuentra hoy paradójicamente en los profetas del neoliberalismo y en los sacerdotes del Deutschmark y la estabilidad monetaria. El neoliberalismo es una poderosa teoría económica cuya estricta fuerza simbólica, combinada con el efecto de la teoría, redobla la fuerza de las realidades económicas que supuestamente expresa. Sostiene la filosofía espontanea de los administradores de las grandes multinacionales y de los agentes de la gran finanza, en especial los agentes de Fondos de pensión. Seguida en todo el mundo por políticos nacionales e internacionales, funcionarios oficiales y especialmente por el mundillo de los periodistas tradicionales -todos más o menos igualmente ignorantes de la teología matemática subyacente- se está transformando en una creencia universal, en un nuevo evangelio ecuménico.
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Este evangelio, o más bien la vulgarización gradual que se ha hecho a nombre del liberalismo en todos los lugares, está confeccionada con una colección de palabras mal definidas -“globalización”, “flexibilidad”, “desrregulación” y otras- que, a través de sus connotaciones liberales e incluso libertarias pueden ayudar a dar la apariencia de un mensaje de libertad y liberación a una ideología que se piensa a si misma como opuesta a toda ideología.
De hecho, esta filosofía tiene y reconoce como su único objetivo la permanente creación de riqueza y, más secretamente, su concentración en manos de una minoría privilegiada, y por lo tanto conduce un combate por cualquier medio, incluso la destrucción del medio ambiente y el sacrificio humano, contra cualquier obstáculo a la maximización de las ganancias. Seguidores del laisser-faire, como Thatcher, Reagan y sus sucesores ponen cuidado en la práctica no del laisser-faire sino, al contrario, en dar mano libre a la lógica de los mercados financieros para llevar adelante una guerra total contra los sindicatos, contra las adquisiciones sociales de los últimos siglos, en una palabra, contra todas las formas de civilización asociadas con el estado social.
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La política neoliberal puede ser ahora juzgada por sus resultados, que son claros para todos, a pesar de los esfuerzos para probar por medio de trucos estadísticos y trampas groseras que Estados Unidos y Gran Bretaña han alcanzado el pleno empleo. Hay desempleo masivo. Los trabajos que hay son precarios, la permanente inseguridad resultante afecta una creciente proporción de la población, aun en las clases medias.
Hay una profunda desmoralización ligada al colapso de la solidaridad elemental, especialmente en la familia y todas las consecuencias de este estado de anomia: delincuencia juvenil, crimen, drogas, alcoholismo, la reaparición en Francia y en otros lugares de movimientos políticos de corte fascista. Y hay una destrucción gradual de las adquisiciones sociales y cualquier defensa de estas es denunciada como conservadurismo pasado de moda.
A esto podemos sumar ahora la destrucción de las bases económicas y sociales de las más notables conquistas culturales de la humanidad. La autonomía de la cual gozaban los universos de la producción cultural en relación al mercado, que había crecido continuamente por medio de las luchas de los escritores, artistas y científicos, está cada vez más amenazada.
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La dominación del “comercio” y de “lo comercial” sobre la literatura aumenta día a día, especialmente por medio de la concentración de la industria de publicidad que está cada vez más sujeta a las restricciones de la ganancia inmediata. Acerca del cine, podemos preguntarnos qué quedará del cine artístico experimental europeo en diez años, a no ser que se haga todo lo posible para proporcionar a los productores de vanguardia los medios de producción y más importante aún, de distribución.
Todo esto, sin mencionar los servicios sociales, condenados o a las órdenes directamente interesadas de las burocracias estatales o empresariales o a ser estrangulados económicamente. Se me preguntará ¿cual fue el papel de los intelectuales en todo esto ? No intentaré hacer un listado -sería muy largo y muy cruel- de todas las formas omisión o, peor aun, de colaboración.
No necesito mencionar los argumentos de los así llamados filósofos modernistas y posmodernistas que, no satisfechos con enterrarse a sí mismos en juegos escolásticos, se reducen a la defensa verbal de la razón y el diálogo racional, o peor aun, sugieren una versión supuestamente posmoderna pero realmente radical-chic de la ideología del fin de las ideologías, con toda su condena de las grandes narrativas y una denuncia nihilista de la ciencia.
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¿Cómo podremos evitar desmoralizarnos en este entorno más o menos desalentador? ¿Cómo devolveremos la vida y la fortaleza social al “utopismo razonado” del que habla Ernst Bloch refiriéndose a Francis Bacon? (2). Para empezar ¿cómo debemos entender el significado de esta frase? Otorgándole un riguroso significado a la oposición descrita por Marx entre “sociologismo” (la pura y simple sumisión a las leyes sociales) y “utopismo” ( el desafío audaz de estas leyes), Ernst Bloch describe al “utópico razonable” como quien actúa en virtud de “el pleno conocimiento conciente del curso objetivo”, la posibilidad objetiva y real de su “época”. Es quien, en otras palabras, “anticipa psicológicamente una posible realidad”.
El utopismo racional se define como opuesto tanto al “pensamiento ilusorio que siempre ha traído descrédito a la utopía” como a “las trivialidades filisteas preocupadas esencialmente por los hechos”.
Se opone al “derrotismo ultimatista” “la herejía de un automatismo objetivista, según el que las contradicciones objetivas del mundo serían suficientes en sí mismas para revolucionar el mundo en el cual se dan” y, al mismo tiempo, al “activismo por sí mismo” , puro voluntarismo basado en un exceso de optimismo.(3)
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Así que contra este “fatalismo de banquero” que pretende hacernos creer que el mundo no puede ser diferente a lo que es -en otras palabras, totalmente sometido a los intereses y deseos de ellos-, los intelectuales y todos aquellos preocupados por el bienestar de la humanidad tendrán que restablecer un pensamiento utópico con respaldo científico. Esto, tanto en sus metas, que deben ser compatibles con las tendencias objetivas, como en sus medios, que también deben ser científicamente examinados. Necesitan trabajar colectivamente en estudios que puedan impulsar proyectos y acciones adecuados a los procesos objetivos que se intenta transformar.
El utopismo razonado, como lo he definido, es indiscutiblemente lo más ausente en la Europa actual. La forma de resistir a esta Europa -la que el pensamiento de los banqueros intenta hacernos aceptar a toda costa- no es el rechazo a Europa en sí misma desde una posición nacionalista, como lo hacen algunos, sino levantar un rechazo progresivo a la Europa neoliberal definida por bancos y banqueros.
Sirve a sus intereses suponer que cualquier rechazo a la Europa que quieren equivale a un rechazo a cualquier Europa. Pero rechazando a una Europa definida y dominada por los bancos, rechazamos el pensamiento de los banqueros y el proceso que -bajo la cobertura neoliberal- termina haciendo del dinero la medida de todas las cosas, incluido el valor de los hombres y mujeres en el mercado laboral y así en todos los terrenos, en todas las dimensiones de la existencia. Un proceso que al establecer la ganancia como criterio único para evaluar la educación, la cultura, el arte, la literatura, nos condena a una prosaica civilización desabrida de “fast food”, novelas de aeropuertos y guisos televisivos.
La resistencia a la Europa de los banqueros y la previsible restauración conservadora, sólo puede ser europea. Y solamente puede ser europea en el sentido de liberarse de intereses, presunciones, prejuicios y hábitos de pensamiento que son nacionales y aun vagamente nacionalistas, siendo realmente una acción de todos los europeos, en otras palabras, una combinación concertada de intelectuales de todos los países europeos, sindicatos de todos los países europeos, de las más diversas asociaciones de todos los países europeos.
Es por esto que la tarea más urgente del momento no es elaborar programas europeos comunes, sino la creación de instituciones -parlamentos, federaciones internacionales, asociaciones europeas de esto y aquello: camioneros, editores, maestros y demás, pero también defensores de árboles, peces, hongos, aire puro, niños y todo lo demás- en el seno de los cuales pueden ser discutidos y elaborados determinados programas europeos.
La gente podrá decir que todo esto ya existe, pero yo estoy plenamente seguro de lo contrario, no es preciso más que mirar la actual situación de la federación europea de sindicatos; la única corporación internacional europea que se está construyendo y que posee cierto nivel de efectividad es la de los tecnócratas, contra la cual no tengo nada que decir, en verdad sería el primero en defenderla contra las dudas generalmente estúpidas, nacionalistas o -peor aún- populistas que se ciernen sobre ella.
Finalmente, para no dar una respuesta general y abstracta a la pregunta por la cual comencé -sobre el papel de los intelectuales en la construcción de la utopía europea- quisiera decir que contribución espero hacer personalmente a esta inmensa y urgente tarea.
Convencido como estoy de que los mayores vacíos de la construcción europea pueden ubicarse en cuatro áreas principales -el estado social y sus funciones; la unificación de los sindicatos; la armonía y modernización de el sistema educativo; y la articulación entre la política económica y la política social- estoy trabajando actualmente, en colaboración con investigadores de diversos países europeos, sobre la concepción y construcción de las estructuras organizativas esenciales para llevar a cabo la investigación comparativa y complementaria necesaria para aportar al utopismo en estas cuestiones su carácter razonado, especialmente, por ejemplo, esclareciendo los obstáculos sociales hacia una europeización real de instituciones tales como estado, sistema educativo y sindicatos.
Un proyecto especialmente querido por mí, se refiere a la articulación entre la política económica y lo que llamamos política social, más precisamente, los efectos sociales y los costos de la política económica. Incluye el intento de encontrar las causas primarias de las diversas formas de la miseria social que aflige a hombres y mujeres de las sociedades europeas, lo que casi siempre nos remite a decisiones económicas. Es una oportunidad para que el sociólogo, a quien corrientemente no se consulta excepto para remendar la vajilla que rompen los economistas, aproveche para recordarnos que la sociología puede y debe jugar un papel inicial en las decisiones políticas que son dejadas cada vez más en manos de los economistas o dictadas de acuerdo a consideraciones económicas muy limitadas.
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A través de una descripción detallada del sufrimiento causado por las políticas neoliberales -en el mismo sentido que en La Misere du monde (4)- y por medio de sistemáticas referencias cruzadas entre, por un lado, los índices económicos concernientes a la política social de las empresas (ajustes, métodos administrativos, salarios y demás) y, por otro lado, los índices de tipo más evidentemente social (accidentes industriales, enfermedades ocupacionales, alcoholismo, utilización de drogas, suicidio, delincuencia, crimen, violaciones, y demás). Me gustaría plantear la pregunta acerca de los costos sociales de la violencia económica y por lo tanto intentar diseñar las bases para una economía del bienestar que tenga en cuenta todas las cosas que, la gente que dirige la economía y los economistas, excluyen de los cálculos más o menos imaginarios en cuyo nombre pretenden gobernarnos.
Por lo tanto, para concluir, sólo quiero formular la pregunta que debe estar en el centro de cualquier utopía razonada concerniente a Europa: cómo creamos una Europa realmente europea, una que esté libre de toda dependencia de cualquiera de los imperialismos -comenzando por el imperialismo que afecta la producción y la distribución cultural en particular, vía las restricciones comerciales. Liberada también de todos los residuos nacionales y nacionalistas que aun impiden que Europa acumule, aumente y distribuya todo lo que es más universal en la tradición de todas naciones que la componen.
Para terminar con un lugar totalmente concreto del “utopismo” razonado, permítaseme sugerir que esta cuestión, para mí crucial, sea incluida en el programa del Centro Ernst Bloch y el de la organización internacional de “utópicos reflexivos” que en él podría constituirse.
* Texto del discurso pronunciado por Pierre Bourdieu en el acto de recepción del Premio Ernst Bloch, concedido por el Instituto Ernst Bloch, en la ciudad alemana de Ludwigshafen. Publicado en New Left Review Nº 227, Londres. Traducido del inglés por Clara Inés Restrepo y publicado originalmente en el siguiente enlace del sitio Servicios Koinonía.
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