La pandemia generada por el virus del SARS-COV-2 nos ha colocado contra la esquina de la existencia. Su letal presencia nos ha hecho recordar lo frágiles que somos, en tanto especie humana. Que ante la arrogancia que implica asumir que se tiene el control del mundo, una partícula diminuta, microscópica, es capaz de poner en jaque al sistema económico y político mundial. ¿La COVID19 implica, en ese sentido, un cambio de época?
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Uno de los pocos efectos relativamente positivos que ha tenido la pandemia, por ejemplo, es que detuvo la frenética lógica de consumo que teníamos antes de la aparición del nuevo coronavirus; frente a ello, debemos ser capaces de no regresar a la misma una vez que exista la vacuna o los medicamentos que eviten la muerte que puede provocar el virus.
El Diccionario de la Legua Española define a una época como un: “Periodo de tiempo que se distingue por los hechos históricos en él acaecidos y por sus formas de vida”.
A punto de terminar el mes de julio de 2020 es prácticamente un hecho que el mundo enfrentará la pérdida de al menos un millón de vidas. Al día 29 de este mes hay 661,917 muertes confirmadas por la enfermedad, y en países como EEUU, Brasil, India, Sudáfrica y México las cifras de contagios y defunciones crecen como las llamas en un depósito de pólvora.
Sin duda se trata de un acontecimiento histórico: una enfermedad que recorre el mundo con tasas de contagio pocas veces vistas, que semi paraliza a la economía planetaria; y que obliga a la mayoría de los gobiernos a retraerse y moderar sus posiciones; al mismo tiempo, los enloquecidos en y por el poder niegan la existencia del virus, minimizan sus efectos y envían a la muerte a cientos de miles de personas bajo el argumento de que la economía y lo que quede de vida deben continuar.
¿Han surgido nuevas “formas de vida”? Eso es más difícil de responder; pero es innegable que meses de encierro para millones (los que pueden y quieren quedarse en casa), y la suspensión de las actividades en los espacios de contacto “tradicional” en las últimas décadas han provocado nuevos panoramas familiares, sociales y hasta vinculados con la imagen y estética urbana.
Los parques vacíos nos revelan, por ejemplo, la inmensa insuficiencia de la infraestructura para la convivencia cívica de la población; para la activación física y para el esparcimiento sano; y en contraste, los centros comerciales sin gente en sus locales y tiendas muestran en todo su esplendor la inútil fastuosidad que les caracteriza, así como la locura que implica la promoción del consumo ad nauseam.
Por su parte, viviendas abarrotadas por sus integrantes, en espacios mayoritariamente inhabitables, convocan a una reflexión mayor en torno a los problemas estructurales que se han mantenido relegados y en segundo plano, ante la insensibilidad y el dispendio de los gobernantes.
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En medio del caos, aparecen las más nobles expresiones de bondad y solidaridad; a la par de las monstruosas manifestaciones de maldad e indolencia, que se generan desde los más remotos espacios de la vida cotidiana hasta las más altas esferas de los gobiernos en todos sus ámbitos y niveles.
Frente a la pandemia, en México se ha privilegiado tener hospitales “medio llenos”, aunque eso se traduzca en tumbas repletas. Hay mucho dolor, miedo, confusión; también odio y rencor social que se expresa en inadmisibles agresiones a personal médico.
Algo se agita en las complejas aguas de la vida social en nuestro país; y como el remolino de Escila en la Odisea, no augura nada nuevo para quienes vamos, al parecer a la deriva, en este barco llamado México.
¿Vine un cambio de época? Es difícil saberlo. Pero lo que es cierto y deseable es que la que teníamos antes de la pandemia es una pesadilla de la que es urgente despertar.
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