Esta es la crónica de Elizabeth Bonilla, una enfermera que todos los días, como miles de profesionales de la salud, entregan la vida tratando de salvar otras. Es la crónica de una enfermera que narra su experiencia en el día a día del hospital en que trabaja. “COVID19: una crisis de ansiedad”.
Por Elizabeth Bonilla
Hay cicatrices que no se ven, son las más dolorosas… las que marcan de por vida, las que te hacen dudar del camino que elegiste, ¡cicatrices que no te dejan… volver a ser el mismo!
Enfermedades que acaban con la vida, nos muestran lo vulnerables que somos ante la muerte… cuando lo decide, es implacable y logra sacar lo peor de la humanidad.
Mi nombre es Eli; elegir la carrera de Enfermería no fue una decisión fácil, ¡fue una decisión por necesidad! He ejercido por veintitrés años, aprendí a valorar mi trabajo, a respetar y admirar a todos mis compañeros de labor, ¡esta es una profesión muy sacrificada, mal pagada y dañina!
Las noticias del virus Covid 19 que afecta a China desde diciembre del 2019, comienzan a invadir medios de comunicación, ¡una pandemia mundial se aproxima!
Puebla no es la excepción, sin embargo, la gente no toma conciencia de una situación que se ve muy lejana, al otro lado del mundo parece una fantasía.
En el hospital donde laboro, no tomamos en cuenta las noticias, acostumbradas a todo tipo de enfermedades contagiosas, para las enfermeras solo es una más.
No faltan las compañeras alarmistas, ¡las que exageran!, las que todas tomamos como ignorantes a lo que su trabajo y protección conlleva.
Todo el mes de febrero transcurre entre notas de una pandemia que amenaza al mundo, las autoridades sanitarias del país no parecen darle gran importancia; las autoridades hospitalarias no mencionan protocolos que debiéramos seguir en caso de que la pandemia llegue a México, solo argumentan: ¡no existe un protocolo!
Poco a poco, las noticias de que se acerca el nuevo Coronavirus a México inquietan, las burlas y bromas están a la orden del día, la respuesta fácil a lo desconocido.
Ante la noticia del primer caso de coronavirus confirmado en el país, de un mexicano que viajó a Italia, donde ya los contagios se manifiestan en fuertes cifras, las autoridades sanitarias comienzan a mandar recomendaciones.
Nosotras seguimos sin indicaciones de protocolos sanitarios específicos para este nuevo padecimiento… solo seguimos lo ya establecido en las normas del proceso de Enfermería.
La carencia de insumos nos pone en alerta, solo tenemos cubre bocas de tela muy delgada, de muy baja calidad, que no nos garantiza seguridad; un jabón líquido rebajado que su única función es dejar un agradable aroma en las manos; y un gel anti bacterial ¡casi casero!, es lo único que nos proporcionan para trabajar.
Algunas compañeras, comienzan a desatar el pánico entre sus conocidos cercanos, aunque se les pide no hagan caos colectivo, ignoran la petición; comenzamos a demostrar, ¡que no estamos profesionalmente aptos para situaciones de alto riesgo sanitario!, es momento de analizar la preparación de estas nuevas generaciones de profesionales de la salud, ¡nos están demostrando fortaleza!
Primer fallecimiento por covid 19 en el país, ocasiona caos y compras de pánico, no faltan los abusadores del consumismo.
El personal de salud comienza a tomar medidas de prevención personal; nuestro instituto ¡no nos proporciona garantías de seguridad! Médicos y enfermeras adquieren su propio equipo de protección; no solo es el virus de la pandemia, es también la lucha interminable contra lo que ya conocemos: Diabetes, Alcoholismo, Hipertensión, Obesidad, Tabaquismo, Anemia, tan concentrados en la novedad, que nadie ve que el enemigo ya lo tenemos en casa.
Nosotros, el personal de salud tratamos de mantener la calma, ¡deben vernos fuertes, deben vernos enteros!, valientes y seguros, aunque por dentro … el miedo es terrible, sabemos que somos los que más vamos a padecer, pero a la vez, somos lo único que nuestro país tiene para defenderse.
Decretos presidenciales que comienzan a circular, dando tope y suspensión a actividades de riesgo de alto contagio.
Poco a poco todo comienza a tornarse gris, las bromas en los hospitales cada vez causan más risas nerviosas, sentimientos encontrados ante lo desconocido, ante lo que no sabemos cómo enfrentar; ¡todos tenemos miedo! Vienen las preguntas que siempre nos hacemos: ¿por qué ni la salud y mucho menos la vida es segura? ¿Si me contagio y contagio a mi familia?, ¿Si algo me pasa, qué será de mis hijos?
¡Ese miedo latente!, esa cercanía de la muerte, a la que estamos tan acostumbrados por primera vez, nos tiene vulnerables.
Veo los rostros de mis compañeros, tratan de sonreír, tratan de ignorar el tema.
En sus ojos se refleja el miedo, esa sonrisa fingida, ¡es una careta que nos implantan desde el inicio de nuestra preparación! Se nos dice que al momento de la labor mis sentimientos y miedos quedan a un lado, para dar prioridad a la vida que tengo encomendada.
Los primeros en ser protegidos: niños, tercera edad, mujeres embarazadas, grupos vulnerables que son prioridad. Hasta este momento hemos logrado controlar la situación.
Después de declarar fase dos el 24 de marzo, y hacer la suspensión de las actividades económicas, el 30 de marzo se declara Pandemia en México, con la alerta sanitaria para la que nadie estaba preparado.
Los hospitales comienzan a llenarse de casos sospechosos; ¡la población no comprende la magnitud de una alerta sanitaria!, y sin hacer caso a las recomendaciones, siguen en su vida normal…
Enfermeras y médicos tratan de dar recomendaciones para evitar que la gente entre en pánico; sale la frase “héroes sin capa” refiriéndose a nosotros.
Bien ganado o no, portamos el uniforme blanco, estamos aquí y no hay marcha atrás.
Las cifras de contagio van en aumento día a día, yo me pregunto ¿dónde están?
Hasta ese día, no he visto ningún caso, ¡lo agradecía!, pero a la vez esa sospecha, esa duda que compartimos todos, ¿será verdad?, ¿existe ese virus tan mortal?
Este apenas era el principio…
Con la llegada del Decreto presidencial, se toman medidas de protección hacia el personal de salud; dentro de los grupos vulnerables, el 60 % del personal que trabaja en la institución donde laboro es candidato a cuarentena: personal con padecimientos crónicos de riesgo.
No entiendo por qué. Todos somos personal capacitado para enfrentar la situación; yo presento resistencia a la insulina, con 43 años de edad, ¡la Diabetes me ronda!; no entré en la calificación de riesgo.
Así muchos compañeros que ya sufren las secuelas de los padecimientos crónicos, entre hipertensos, asmáticos, con problemas renales, problemas cardiacos, inclusive alcoholismo y obesidad, no fueron candidatos en el marco del decreto para entrar en cuarentena; sin embargo, no fue limitante ni motivo de queja para seguir con nuestro trabajo.
En mayo se realizan las aperturas de “hospitales Covid”, y ahora la pregunta es: ¿quién está dispuesto a enfrentar el riesgo?
Mucho personal joven, entre médicos y enfermeras, se aplican a esta labor, ¡conocen bien lo que es un riesgo de contagio!
A ellos les llaman la primera línea, ¡pero se están olvidando del soporte!, de la base que sostiene a toda el área de la salud, se están olvidando del ejercito blanco.
Todos los reflectores se enfocan en esa primera línea, olvidando los filtros que son medicina preventiva, área de urgencias y hospitalización de especialidad. En estas áreas nosotros no estamos protegidos. Los de primera línea cuentan con todo el equipo de protección necesario para disminuir el riesgo de contagio; nosotros no…
Al área de urgencias llegan los casos sospechosos, con síntomas leves que nos describe el padecimiento, fiebre, dolor muscular, estornudos, dificultad para respirar.
Así, comenzaron a llegar. El personal con un simple cubre bocas de tela transparente da la atención a todos estos pacientes. En mi área de hospitalización de Medicina Interna, comenzamos a recibir los ingresos hospitalarios… con las medidas de siempre.
Una noche recibo un paciente con el diagnostico de “Anemia”, pero al acercarme a revisarle, me encuentro con un hombre de 35 años, con sobre peso; me llamó la atención la dificultad respiratoria que presentaba, jalaba aire con mucha fuerza, un silbido agudo se escuchaba al inhalar aire profundamente; las puntas de oxigeno no le ayudan, su rostro está amarillento, sus labios y uñas amoratados; a pesar de su sobre peso, la necesidad de respirar le marcan el esternón y parte de las costillas, sus ojos muy rojos y un sutil olor a vinagre salía de su aliento.
Por el diagnostico de anemia no eran necesarias medidas de prevención; mi paciente comenzó a toser y a escupir las flemas en el piso. Estaba en una sala general junto con otros cuatro pacientes, entre recién operados y diabéticos descompensados.
Todos esos signos que mi paciente presentaba me hacieron dudar demasiado; le notifiqupé a mi jefa de piso, todo lo que observé en él; mi jefa, a suvez, realizó el reporte al médico de guardia, quien hizo caso omiso.
Es tal mi insistencia, que mi jefa llama al subdirector médico en turno; él ordena, al ver el estado del paciente, los estudios para covid19; el resultado fue positivo.
No queda más que aguantar el coraje y la impotencia; solo un “¡pásenlo al centro de enfermedades respiratorias (CER)!”; un “disculpe usted, fue un descuido”.
Este fue un descuido que costó el contagio de los otros cuatro pacientes que estaban en la sala, quienes eran vulnerables.
También estuvo comprometida mi propia seguridad; estuve con él sin ningún tipo de protección, pero dado el poco tiempo de contacto que tuve con mi paciente, afortunadamente estoy libre de contagio; aun así, este tipo de situaciones se están presentando en todos lados y esa es la forma más fácil de diseminar el virus.
Uno tras otro, estos casos se presentan; todas las compañeras de hospital de especialidades no contamos con el equipo de protección suficiente y estamos expuestas pues todo el tiempo recibimos en primera instancia a todos estos pacientes que son positivos.
Sin contar con gel anti bacterial, o por lo menos un jabón abrasivo, optamos por enjugarnos las manos en agua con cloro diluido, tenemos a toda la gente hospitalizada en riesgo de contagio, expuestas a llevarnos el virus a casa, llevarlo a la familia.
Las quejas crecen: ¡Es un fastidio ver a los que buscan protagonismo llorando en videos de red social!: que su vida corre peligro, que dejan a sus familias por ir al llamado del enfermo. Nadie les pide que continúen; este camino es para los que se arriesgan, y muchos son los llamados, pero pocos los elegidos a formar parte del ejército blanco.
Así, veo por primera vez la inseguridad; el miedo afecta la estabilidad de un equipo que debe estar siempre unido; nadie es más que nadie y todos estamos al servicio del mismo objetivo, con la misma meta.
Comienzan los halagos a los de la primera línea, el personal de “hospitales covid”. ¡Regalos y felicitaciones!
Pocos saben de nosotros; sin embargo, seguimos trabajando, exponiendo nuestra salud por tratar de mantener la de los pacientes que están a nuestro cuidado.
Y no, no es envidia, es una situación de desigualdad que nos pone en riesgo latente.
Los enfrentamientos entre compañeros están a la orden del día.
Nuestra queja es diaria, al grado de negarnos a recibir al paciente; y si vemos datos sospechosos no aceptamos el ingreso a la sala de camas.
Varios pacientes son reenviados al área de urgencias donde se corrobora el temido diagnóstico positivo.
¿Qué pasa? ¿porque que no hay un control?; eso corresponde a la entrada del primer filtro, el área de urgencias.
En las noticias, los reportajes de los rostros marcados, por el equipo de protección de los compañeros de covid, son la novedad; es verdad: el soportar el traje de protección es terrible, ¡pero más terrible es no tenerlo!
De héroes pasamos a ser los infectados ¿a causa de qué? ¿Cuál es el motivo? El personal empieza a hacer público la carencia de insumos.
Si supieran las condiciones en las que tenemos que trabajar en algunas ocasiones, pero esto no es una novedad.
Ahora el personal de salud es agredido, en las notas de prensa se avisan los baños de cloro, los golpes, el daño a los bienes de algunos compañeros del personal de salud.
¡Pero se los pedimos!, no alarmemos a la población, ¡siempre hemos salido adelante de estas situaciones!, no es la primera alerta sanitaria que enfrentamos. Pero si, la más descontrolada.
¡HIV, Hepatitis, Tuberculosis, Herpes, Varicela, podemos controlar esto también! Las y los compañeros más jóvenes no nos hacen caso, piensan que, por ser de la antigua escuela, estamos obsoletos en técnicas y protocolos
¿Qué pueden saber que no sea una norma o una técnica creada por alguien de generaciones pasadas?
Comienza una batalla entre nosotros, y en vez de unirnos, estamos destruyéndonos, ¡por el miedo, a lo que se está saliendo de nuestras manos!
Se nos culpa ahora de todo lo que está ocurriendo, inclusive de las muertes de los pacientes.
Pululan las notas amarillistas relativas a que “los médicos y enfermeras los matan”, cuando solo estamos luchando dentro de un hospital por evitar su contagio, por salvar su vida; la sospecha es ahora la etiqueta que nos acompaña.
Debemos dejar de portar el uniforme blanco. Lo que antes nos distinguía, ahora nos hace vulnerables a todo tipo de insultos, agresiones, discriminaciones y humillaciones.
Los directivos de mi instituto, los cuales no se acercan a las zonas de contagio, salen optimistas en noticias, alardeando del ejercito de gladiadores que tienen para contrarrestar la pandemia, mas no comentan que no se nos proporciona lo adecuado para enfrentarla, que estamos a nuestros medios o con lo que podemos trabajar.
Inclusive la propia jefa de enfermeras, no se acerca al personal, una marcada distancia que se puede tomar como falta a los derechos humanos.
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Poco a poco, el personal que quedó en labor, empieza a caer; los contagios por los “descuidos” al momento del ingreso de los pacientes, al área hospitalaria, no preparada para covid, pasa la factura.
Dos meses han pasado, el ejército blanco se está debilitando, médicos y enfermeras se ausentan hasta por catorce días, incapacitados con pruebas positivas. Nunca voy a olvidar el rostro de mis compañeras y amigas que ahora son portadoras: sus ojos hundidos, sin brillo, con ese color amarillento y labios amoratados característicos de este cruel padecimiento; esa necesidad de respirar, ese agotamiento físico que no te deja estar de pie por mucho tiempo, ese sutil olor a vinagre.
Mientras, en el hospital covid, mis compañeras se quejan de la tortura física que implica soportar el traje de protección por más de doce horas; sufren deshidratación, ahogamiento y desmayos por la falta de oxigenación.
Poco a poco, el desgaste físico es notorio, los rostros marcados por las mascarillas y google, nos dicen que estamos actuando mal; esas marcas las llevaran de por vida.
La gente no quiere entender, sigue sin cuidarse, sigue sin creer que algo nos asecha.
La ausencia de más del 70% del personal, provoca que se nos eliminen los permisos para tomar un descanso; el personal eventual no tiene derecho a vacaciones, y nos tiene “doblando turnos”; aunque el gobierno federal ha decretado bonos económicos, éstos no se ven, no llega ningún tipo de estímulo.
Al contrario, nuestro sistema tributario está haciendo el descuento sobre todo lo trabajado, prácticamente estamos regalando nuestro trabajo: ¡estamos en Pandemia, en alerta sanitaria!, pero no se han suspendido los pagos de servicios básicos. Nosotros debemos salir a los hospitales en medio de un caos de necesidad de la población. Todos piden dinero regalado.
Se me acerca una niña que vende rosas, me pregunta si soy enfermera por mi pantalón y mis zapatos. Temerosa por las múltiples agresiones respondo que sí. La niña me pregunta: ¿en verdad existe el virus?; ¿en verdad estamos en riesgo?, ¡me pide que le diga la verdad!
Solo me limito a decirle que es un virus que nos está afectando, pero que con sus adecuadas medidas de higiene y el uso correcto del cubre bocas estará bien.
¿Cómo para qué causarle mayor miedo? ¿Para qué darle una información alarmista, que ella puede llevar al doble con los suyos?
Mi trabajo es mantener su integridad física y mental.
Me siento triste, me siento impotente al ver a mis compañeras caer una por una; quedamos muy pocos laborando en el hospital; nos estamos quedando sin ánimos, sin fuerzas, decepcionados del trato que nuestros propios jefes nos están dando, de cómo la población ahora nos rechaza.
Nos dicen que no les hacemos un favor; es nuestro trabajo y no hay más… tenemos que soportar la tan pesada carga de trabajo a la que nos están sometiendo.
¿Cómo explicar a la gente que un asintomático presenta el padecimiento, aún cuando lo es en menor grado?
Me siento cansada, con dolor de garganta, dolor muscular, ¿una gripe común o no? Solo siento que no quiero levantarme de la cama, solo quiero dormir, dormir mucho, el sueño es pesado.
Nunca pensé que llegaría el día en el que vería a mis compañeros de trabajo demacrados, ojerosos y diciendo “¡ya no aguanto!”; todos arrastrando los pies. Todos cansados física y mentalmente pues el estrés está a mil por hora, aún cuando no somos la primera línea de covid, somosquienes sostenemos el resto del hospital; llevamos sin descanso más de dos meses, cumpliendo turno por turno; el cuerpo nos duele, el sueño nos domina. Ya el cansancio nos dice que, o nos damos un tiempo o vendrán las consecuencias…
Esa es la manifestación en nosotros: ahora somos portadores asintomáticos generando inmunidad a base de forzar nuestro cuerpo y nuestras defensas fisiológicas.
Lo estamos logrando, ¡eso pensamos! Pero el virus nos dice que no; compañeros de trabajo están muriendo, mueren en nuestras manos, sin que podamos hacer nada.
Qué dolor se siente cuando muere alguien con quien compartes experiencias, tiempo, con quien de la mano salvaste vidas, el no poder decirle adiós; lo ves llegar… yano lo ves salir; ese dolor es como puñalada que penetra lentamente; ¡duele, duele mucho!
Buena parte de la población está insensible, incrédula; acuden al hospital por el malestar. Sin embargo, cuando les dan la expectativa a un “covid positivo”, se niegan a la atención, piden sus altas voluntarias a pesar de las explicaciones de los médicos de que deben quedarse internados para evitar contagiar a su familia; ese argumento no es válido para ellos, solo quieren irse lejos del hospital.
La movilización del personal es necesaria; me encuentro esta noche en urgencias y recibo un paciente de 74 años, con la dificultad respiratoria y el color amarillento; por la necesidad de respirar, presenta rigidez en los brazos por el esfuerzo tan grande; es padre de cinco hijos. Para internarlo la decisión debe ser unánime, los resultados de las pruebas son positivos. Ante esto, la familia decide llevárselo, y angustiados, gritan: “¡él no es un infectado!”. Entiendo la angustia de la familia, pero ellos deberían ser conscientes de que se llevan el virus a todos los cercanos a ellos.
Esta vez sí me pongo el equipo de protección; pesa, el calor sofocante es insoportable, entro con el paciente, esta desnutrido, se ve descuidado, su hija llora, pide que no sea verdad que su padre esta contagiado. El médico le habla fuerte, es muy probable que todos ellos sean portadores, pero su negligencia los hace llevarse a su paciente a casa, sin tomar en cuenta esa advertencia.
Debemos entender la angustia de ellos, es su padre, pero a la vez ellos deben entender que ponen en riesgo a mucha gente. No hay acuerdo, así como ellos, muchos abandonan el hospital con el resultado positivo.
Por los pasillos del hospital parece que ya no entra la luz.
El olor a cloro se ha concentrado; ahora el hospital está impregnado del olor de la muerte, muy concentrado, muy penetrante. Si eres paciente positivo, tu cuerpo permanece boca abajo, para evitar la compresión en tus pulmones, tienes un tubo que entra por tu boca y llega a la tráquea; con ese tubo conectado a un respirador puedes seguir viviendo, ¡sin garantía! Al cambiarte de posición pasas de emanar el sutil olor a vinagre, al temible olor a vísceras podridas. Ese es el signo de que has perdido la batalla, esa es la muerte que te da el Covid 19, es la señal de que has dejado la semilla del virus en todos los lugares por donde has pasado. Luego viene el infarto fulminante y todo acabó.
Aquí la muerte no tiene piedad; tal vez la humanidad lo merece, tal vez no, eso solo lo sabe ella.
El uso prolongado de las mascarillas, nos provoca un agotamiento físico y mental; sobre todo mental: rostros pálidos, ojeras pronunciadas, labios secos, la sed ya nos acompaña siempre, al agua ha dejado de sernos útil y consumimos bebidas azucaradas en exceso por esa necesidad que tenemos de energía.
Por todos lados, enfermeras con ojos llorosos, frotándose las manos, gesto de angustia y depresión.
El paciente espera el cuidado, espera la atención humana; a estas alturas ya es difícil darla: el estrés nos está llevando a una crisis de ansiedad generalizada.
Se escuchan las bombas de infusión de suero, esa alarma que en un silbido agudo nos está desquiciando; estamos cumpliendo las funciones, porque es parte de la rutina, porque ya sabemos cómo hacerlo, ¡porque debemos hacerlo!, pero ya no están los cinco sentidos alerta.
El trayecto de casa al hospital es tranquilo, la brisa de la noche es fresca, húmeda; se siente en el rostro como una caricia relajante, me hacía falta sentir de nuevo ese aire de libertad.
Entre más me acerco al hospital, comienzo a sentir ese dolor en el cuerpo, esa sensación de cansancio que me desespera, las manos me hormiguean, la cabeza me duele, los parpados me pesan.
Esos pasillos están más solos y fríos que nunca, mis compañeras con las mascarillas puestas solo dejan ver sus ojos ya sin brillo.
A cada paso, mis pies parecen hincharse como si percibieran el piso del hospital y no quisieran caminar más.
Solo nos miramos entre nosotras, tratando de darnos apoyo, un ánimo que estamos lejos de sentir; se acabó el tiempo en que nuestras risas eran el motivo de queja de nuestros pacientes; ahora solo buscamos dónde poder cerrar los ojos por un momento y pedir que esta pandemia pronto se acabe.
Nada volverá a ser igual: en primera línea, en medicina de campo, en hospitalización, en urgencias, estamos aprendiendo una dura lección que seguro servirá en el futuro; por ahora, ya no hay ánimos ni esperanzas. Solo queda esperar y esperar a que las autoridades nos den la luz verde para seguir caminando, para seguir con una vida que jamás será la misma, aguantando esta crisis de ansiedad que nos acompañará por mucho tiempo…
El hecho de saber que tengo que volver al hospital me agota, me pone de mal humor, ya no soporto llegar al lugar que se ha vuelto una tortura obligada, pues, al fin y al cabo, es el trabajo, de lo que vivo.
El personal de salud tiene cicatrices en el alma que nunca se borraran, mientras tanto seguiremos en la batalla una y otra vez …
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