por Judith Coronel
La complejidad del éxodo masivo de centroamericanos sin documentos, en su mayoría hondureños, por territorio mexicano hace más tenso el clima de polarización, prejuicios y crispación que prevalece en nuestro país en el contexto de transición política
Las crisis humanitarias, la inseguridad, el desplazamiento forzado, la vulnerabilidad de las fronteras, el miedo a los “otros” y la poca comprensión de que México también es un país de origen, tránsito, destino y retorno de migrantes son ingredientes de un peligroso caldo de cultivo.
Son muchas y variadas las causas por las que las personas migran en el mundo: van desde la integración familiar, cuestiones laborales, académicas, búsqueda de oportunidades, hasta las más graves y aterradoras, sobre todo cuando ocurren en forma no documentada, como salvar la vida al escapar de la violencia, la guerra, la pobreza, los desastres naturales.
El Informe sobre las migraciones en el mundo 2018, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas, subraya que este fenómeno se remonta a los primeros períodos de la historia de la humanidad y, en el presente, ofrece oportunidades a las sociedades expulsoras y receptoras.
Pero es también un desafío político y legal en rubros como son la integración, los desplazamientos, la migración segura y la salvaguarda fronteriza.
Pese a lo complicado para la elaboración de proyecciones, la OIM considera que en 2050 el número de migrantes internacionales será de 405 millones de personas. En contraste, en 2015 eran 244 millones, el 3.3% de la población mundial; 22.5 millones de refugiados; 65.6 millones de personas desplazadas por conflictos violentos, y más de 740 millones de personas cambiaron de lugar de residencia dentro de su propio país.
Lo cierto es que el desplazamiento en el orbe en todas sus modalidades alcanza niveles sin precedentes. Se les contabiliza numéricamente, pero hablamos de personas, personas con derechos humanos.
En nuestro país, el éxodo centroamericano ha generado todo tipo de reacciones. Los comentarios más adversos señalan que es una “invasión orquestada”; que “nos quitarán los pocos empleos que hay”; o que vienen las aterradoras bandas criminales “maras”, forajidos, traficantes de drogas, violadores, escoria social.
Esa narrativa tiene como máximo exponente a Donald Trump, quien, por cierto, fustiga igual contra centroamericanos que mexicanos para apuntar su capital político.
México no es ajeno a la expulsión de personas. Tan es así que el Anuario de Migración y Remesas 2018, elaborado por BBVA Bancomer en alianza con el Consejo Nacional de Población, señala que México cerrará 2018 con la recepción de 33 mil millones de dólares por este rubro. La OIM de ONU hace énfasis en que la migración de mano de obra genera beneficios para los países de origen y los de destino.
El multipremiado escritor peruano, Mario Vargas Llosa, publicó en El País, el 10 de noviembre, una valiosa reflexión titulada “La marcha del hambre”. Subraya que la “paranoia” contra quienes migran forzadamente “no entiende razones y mucho menos estadísticas”.
Nos dice que como nunca antes en la historia humana, “el asalto de los millones de miserables a los países prósperos… resucita fobias que se creían extinguidas, como el racismo, la xenofobia, el nacionalismo, los populismos de derecha y de izquierda y una violencia política creciente”.
Ejemplifica con el hecho de que cientos de africanos mueren al intentar atravesar en endebles barcazas el Mediterráneo hacia Europa. Otro dato relevante: los desplazados por guerras políticas, religiosas y tribales en Oriente Medio en 2015 alcanzaron 54 millones.
Escenario brutal.
Humanidad famélica que se desplaza entre las fronteras, mujeres, hombres de todas las edades; humanidad desesperada, atemorizada, desposeída. Para Vargas Llosa, las migraciones masivas se reducirán cuando la cultura democrática se extienda a las naciones expulsoras.
¿Pero qué pasará con el éxodo que se concentra en la frontera norte mexicana, en su mayoría en Tijuana? Aunque algunos de sus integrantes iniciaron trámites para obtener el refugio mexicano, la mayoría persigue el “american dream”. La posibilidad es extremadamente adversa por las restricciones del gobierno de Estados Unidos.
Hombres, mujeres, niñas, niños, adolescentes quedarán varados en la frontera mexicana, los albergues de la franja limítrofe están saturados, enfrentan el rechazo de algunos sectores de la población de la región. Eran los condenados en su tierra, son los condenados a la indigencia en tierra ajena.
La crisis humanitaria en sus países de origen se mudó de lugar con ellos. Les sigue acompañando y persiste el peligro de que sean víctimas de bandas criminales. Baste recordar casos como la masacre de 72 migrantes en agosto de 2010 en San Fernando, Tamaulipas.
Migrar no es un delito, es un derecho humano. Hacerlo sin documentos es una falta administrativa, así lo establece la Ley de Migración mexicana desde 2011. Son delitos contra la humanidad las causas que provocan la migración forzada. La indolencia de las autoridades que permiten espirales de violencia y de pobreza extrema en los países expulsores.