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Cuando comunicar es gobernar

En las últimas dos décadas México ha tenido dos administraciones que han tenido en su estrategia de comunicación a uno de los principales ejes de su gobierno. El primero de ellos, en la primera alternancia presidencial, en el año 2000, con Vicente Fox, quien literalmente sostenía que comunicar era sinónimo de gobernar.

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Debe recordarse que, durante los dos primeros años de su gobierno, Fox dominó la conversación pública con base en un modelo discursivo sustentado en gracejadas, balandronadas y frases de alta eficacia comunicativa, que estaban dirigidas a mantener su simpatía popular, mostrándose como un gobernante cercano a la gente.

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En los casos de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto, los modelos de comunicación se desarrollaron en el esquema “tradicional” de emisión de comunicados de prensa, discursos en inauguración de eventos, y mensajes posicionados a través de las y los integrantes más visibles de sus gabinetes.

Ahora, en el caso del presidente López Obrador, estamos presenciando al titular del Ejecutivo, con lo que podría considerarse hasta ahora, la estrategia de mayor eficacia comunicativa, pues en ella están mezclados poderosos instrumentos de la comunicación política que mantienen al mandatario con un nivel de aprobación sumamente elevado, en uno de los peores momentos económicos y sociales que ha vivido el país en décadas.

Uno de esos elementos es una estructura de discurso que se sustenta en lo que se denomina como la “confirmación de prejuicio”; es decir, una lógica en la que las personas prefieren escuchar, leer y ver aquello que es consistente con su forma de pensar, y que reafirma sus creencias y suposiciones. Desde esta perspectiva, un presidente que habla con base en ideas que apelan más al pensamiento mágico y religioso que a la técnica y la ciencia, es altamente eficaz ante una mayoría de población con bajos niveles educativos y que mayoritariamente, de acuerdo con varias encuestas, tiende a creer en teorías de la conspiración, en argumentos metafísicos y en prejuicios que no tienen ningún vínculo con la evidencia científica.

En segundo lugar, el presidente de la República ha optado por un modelo de comunicación que apuesta por el posicionamiento de mensajes de esperanza y optimismo: “ya se ve la luz al final del túnel”; “ya estamos a punto de concluir la pandemia”; “la economía ya está creciendo otra vez”, y así numerosos ejemplos de frases que le permite a la mayoría de la población reforzar, literalmente la fe, en que sus vidas no están condenadas a la tragedia y que hay alguien que lidera y sabe hacia dónde conduce al país.

Este modelo de comunicación tiene enormes ventajas cuando lo que se busca es mantener elevados los niveles de aprobación del presidente, pero con él se renuncia a la posibilidad de convocar a la sociedad a realizar esfuerzos extraordinarios par responder a los dilemas y retos extraordinarios que impone un fenómeno tan catastrófico como una pandemia de la magnitud de la que enfrentamos.

¿Cómo convocar a un esfuerzo nacional, si ya todo está bien; si todo va conforme a lo planeado y si la pandemia no es sino solo un mero obstáculo más que habrá de superarse mediante las estrategias que ya desarrolla el gobierno?

A pesar de su eficacia comunicativa, el modelo de la presidencia presenta fisuras e inconsistencias; y en medio de la pandemia, los costos sociales están siendo altos en algunos frentes. Por ejemplo, la dualidad del mensaje en los mecanismos de prevención del contagio del Sars-cov-2, como quedarse en casa y el uso del cubrebocas, genera en amplios sectores de la población actitudes irresponsables con la confianza de que, el ejemplo del presidente, indica que efectivamente “no pasa nada” al no usar cubrebocas y al no mantenerse la mayor parte del tiempo en trabajo de oficina.

Con casi 70 mil homicidios dolosos; con poco más de 125 mil defunciones por COVID19 estimadas; y con una caída de más del 9% en la economía, el presidente ha decidido mantener sin cambios su estrategia de gobierno; así lo ratificó en su mensaje con motivo de sus primeros dos años al frente del Ejecutivo. La paradoja frente a este escenario, es que podrá mantener muy elevados niveles de aceptación y popularidad, pero no necesariamente conseguir la transformación estructural que ha planteado para el país.

Dr. Mario Luis Fuentes Vicepresidente del Patronato UNAM

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