El jefe del estado ha afirmado cuando menos en cinco ocasiones, en distintos momentos a lo largo de los últimos cinco meses que, frente a la pandemia y la profundización de la crisis económica, “lo peor ya pasó”; más allá de la veracidad o no de tal afirmación, la cuestión relevante a comprender en la narrativa del gobierno de la República es qué entienden por eso que califican como “lo peor”; más aún es necesario pensarlo si hay la posibilidad de que lo peor es permanente.
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El tema no es trivial ni se trata de una mera cuestión retórica. Es un asunto que, por el contrario, incide en la determinación de la racionalidad de la política pública y la toma de decisiones del gobierno, las cuales van desde su estructura operativa, hasta cuestiones presupuestales y operativas.
El estado previo a la pandemia
Desde una mirada crítica, podría decirse que antes de la llegada de la pandemia ya estábamos en circunstancias que bien podrían haber sido calificadas como “las peores posibles”; es decir, en 2019 la economía tuvo crecimiento negativo, fue el año con menor creación de empleos formales, y el año con menor nivel de inversión extranjera directa; asimismo, el número de homicidios en el territorio nacional fue el más alto de la historia, lo mismo que el número de feminicidios; y fue el año con más denuncias por delitos sexuales.
Era difícil imaginar un escenario peor que ese; sin embargo, además de la pandemia de la COVID19 México enfrenta rebrotes de sarampión, una presencia masiva de casos de dengue y tuberculosis; las epidemias de obesidad, hipertensión y diabetes no disminuyen; todos ellos padecimientos vinculados a los determinantes sociales de la salud que se van a profundizar en su crisis y gravedad como efecto de la pandemia.
Cuando lo peor es permanente
Desde esta perspectiva, y siempre afirmando que las nociones de “lo mejor” y “lo peor” son relativas, no sólo a las “aspiraciones del pueblo”, sino también a las condiciones objetivas y materiales de bienestar en una sociedad, es de suma relevancia que el jefe del Estado envíe mensajes muy claros a la población; y no se trata de que sea “derrotista”, sino antes bien, un Presidente que cuenta con un inmenso respaldo popular y que puede y debe dar dimensión de lo que tenemos enfrente a fin de que todas y todos podamos tomar las mejores decisiones posibles.
Haciendo una analogía, cuando un gran terremoto o un potente huracán devastan infraestructura, cobran vidas y literalmente provocan destrucciones mayúsculas, lo peor no se da en el momento en que el fenómeno ocurre. Lo peor se hace evidente en el momento de enfrentar la reconstrucción; porque lo que ahí surge es la calamidad y tragedia a que se enfrentan las familias: tienen que vivir en las calles, en casas de familiares o en albergues públicos. Por el momento, pareciera que estamos justo en el ojo del huracán y que lo que viene además de incierto, es duro y doloroso.
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La tristeza de las pérdidas
En casos como los señalados, las personas pierden seres queridos, empleos, posibilidades y proyectos de vida. De tal forma que, lo que parecía “lo peor”, cobra una nueva y más terrible dimensión cuando las personas se dan cuenta de que sus planes e ilusiones están fracturadas.
Eso mismo estamos viviendo ahora, en medio de lo que parece ser, apenas, “el pico epidémico”; y lo que debe quedar claro, más allá de las reiteradas frases relativas a que ésta es y continuará siendo “una epidemia larga”, es qué debe y puede hacer la gente para enfrentarla y literalmente salir vivos y en las “mejores condiciones posibles”.
No podemos seguir simplemente contando muertos y esperar a que la intensidad de los contagios descienda. La economía no puede “reactivarse” por sí misma, y menos si lo que queremos es una nueva lógica de crecimiento con igualdad y justicia.
Estamos quizá, eso sí, ante la peor o una de las peores crisis que enfrentará nuestra generación; y la narrativa presidencial, enfocada casi exclusivamente desde la disputa político-electoral, no ayuda para convocar a la nación a un esfuerzo compartido para convertirnos en un país auténticamente de justicia y prosperidad para todas y todos. Lo peor, así visto, no ha pasado aún; antes bien, está instalado en nuestras vidas, y parece que de manera estructural.
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Sobre el autor
El autor es integrante del Patronato-UNAM e Investigador del PUED-UNAM
Frase clave: Cuando lo peor es permanente