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¿Cuánta austeridad es posible?

Las previsiones económicas para los Estados Unidos de América y para México no son nada halagüeñas. La elevación de las tasas de interés, la inflación, y el turbulento e incierto escenario internacional han llevado ya a varios analistas a dar por descontado el escenario para el mundo y, desde luego, para México.

Escrito por:   Mario Luis Fuentes

¿Cuál es la respuesta que nuestro país debe dar a esta posibilidad? Más allá de la retórica gubernamental, lo que es urgente es abrir los espacios de diálogo e intercambio de ideas del gobierno con todos los actores posibles, a fin de ampliar las rutas de imaginación y tomar mejores decisiones de política pública.

Frente al reciente anuncio del Banco de México, relativo al incremento de la tasa de interés a un 8.25%, mediante el cual se busca, recurriendo a la ortodoxia económica neoliberal, para intentar controlar la inflación, lo que debe medirse con mucho cuidado es el impacto que esto tiene en el encarecimiento de la deuda pública y privada, además de las restricciones adicionales al consumo de las clases medias, sobre todo en el segmento de los bienes duraderos.

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En esta administración se perdió un tiempo de enorme valía antes de la llegada de la pandemia. Se le minimizó y se plantearon muy mal los escenarios de la magnitud que tendría la emergencia sanitaria y la económica. Ahora, frente a las alertas que está encendidas en diferentes tableros, correr el riesgo de plantear nuevamente escenarios equívocos y mantener el curso de acción, puede condenarnos a una nueva, pero esta vez más profunda crisis que resultaría poco menos que devastadora para las personas de menores recursos.

Se entiende que en estos escenarios el mensaje de las autoridades siempre debe ser mesurado y convocar en todo momento a evitar la parálisis. Pero hay una enorme diferencia entre eso y tomar decisiones a la ligera o asumiendo que las condiciones críticas que se viven a nivel internacional, por alguna razón providencial, no nos llegarán a nosotros.

Frente a este tipo de proyecciones, antes que apelar al discurso ideológico, lo que debería ocurrir es una revisión crítica respecto de cómo salir estructuralmente del problema y cómo aprovechar el contexto para dar un vuelco de 180 grados a las condiciones que nos han llevado a un prolongado e indeseado periodo de estancamiento económico que nos llevó a un crecimiento mediocre de 2% promedio anual para el periodo de 1988-2018; y que amenaza con ser, en la presente administración, cercano a cero o, frente a los escenarios que tenemos, incluso negativo.

Hasta ahora, lo que se sabe por las declaraciones del Ejecutivo Federal es que se tomarán nuevas medidas “de austeridad” a las que llamó como “una fase superior de pobreza franciscana”.

Más allá de lo poco serio de la expresión, lo cierto es que en términos estrictos lo que se está preparando es un nuevo recorte presupuestal; y que aún cuando se dé el compromiso presidencial de no recortar los programas de apoyo a las personas más pobres, lo que se requiere, y con urgencia, es una mucho mayor inversión en infraestructura para la salud, la educación, la vivienda; pero también en la generación de empleos dignos y la universalización de la seguridad social, con el objetivo de enfrentar las crecientes necesidades y demandas de la población nacional.

Lo anterior es relevante porque aún manteniendo los montos de los apoyos, un nuevo recorte, dependiendo de su magnitud, puede llevar a nuevos niveles de parálisis institucional, y a incrementar la disfuncionalidad de varios organismos que están en riesgo de no continuar con su operación adecuada debido a la falta de presupuesto.

Lo que debería ocurrir en los siguientes meses, es una revisión profunda de cómo priorizar en los estrechos márgenes presupuestales que se tienen; y en esa medida, orientar los recursos hacia la protección de los más vulnerables, sin que esto implique reiniciar a la idea de recuperar el sendero del crecimiento con equidad y con criterios de sostenibilidad.

Lo que se esperaba de esta administración era, por ejemplo, retomar una nueva era de industrialización de México, con base en energías limpias, un mucho más potente desarrollo científico y tecnológico, que permitiera reconvertir a nuestra planta productiva para dejar de ser un país atractivo para la inversión principalmente porque tenemos mano de obra muy barata.

Se esperaba también una reforma fiscal integral. Lo que se ha hecho hasta ahora no es menor, logrando recuperar los mega adeudos generados por los abusos de grupos empresariales y la corrupción gubernamental; pero es claro que eso era condición necesaria, pero no suficiente para superar la anemia fiscal del Estado.

Por lo que ahora, cuando el presidente de la República mantiene amplios niveles de popularidad, y mantiene la mayor cantidad de poder en el espectro político nacional, todavía habría margen para avanzar hacia una reforma que sea gradual, pero que permita tener un sistema progresivo y con mucho mayores capacidades de distribución vía una política de garantía amplia de los derechos humanos reconocidos en la Carta Magna.

Si se avanza en ese sentido, México tendría muchas más posibilidades de enfrentar con éxito los peligros que están ya tocando la puerta y que, de no hacer algo diferente, amenazan con tener efectos imprevisibles en lo que significarían en términos de más enfermedad, pobreza y también muerte; porque lo que no debe olvidarse es que la desigualdad y la pobreza, literalmente matan.

Hasta ahora, el Banco de México mantiene en 2.2% el crecimiento del PIB anual para este 2022, pero que se mantiene en niveles que están muy lejos de lo que México necesita para reducir las oprobiosas desigualdades que se han mantenido a lo largo de siglos.

Hasta ahora también, el país a logrado mantener mínimos de funcionalidad que garantizan también niveles relativos de “normalidad” de la vida cotidiana; sin embargo, los recortes que vienen pueden adquirir una vez más el carácter draconiano que caracterizó a los implementados en los peores momentos del neoliberalismo, y que amenazan con regresar, esta vez presentados bajo el “rostro amable” de la figura del santo de Asís.

No debemos olvidar que el Estado mexicano tiene una responsabilidad y un mandato ineludibles: garantizar, desde la perspectiva más amplia posible, el amplio catálogo de derechos humanos que están reconocidos en la Constitución; y que ello, más allá de la buena voluntad, necesita recursos, infraestructura y capacidades institucionales y humanas; y sólo avanzando hacia ellas estaremos listos por si llega la recesión que ya está prevista, pero otras que podrían darse en el mediano plazo.

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