De acuerdo con el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval): “Una persona se encuentra en situación de pobreza cuando tiene al menos una carencia social… y su ingreso es insuficiente para adquirir los bienes y servicios que requiere para satisfacer sus necesidades alimentarias y no alimentarias”.
De acuerdo con el propio Coneval, el valor de la llamada “línea del bienestar”, en la cual se incluyen la canasta alimentaria y la no alimentaria, se ubicó en el mes de julio de 2017 en 2,857.85 pesos para los ámbitos urbanos y en 1,856.62 pesos en los ámbitos rurales.
Al respecto es de singular relevancia poner atención en los conceptos que se utilizan. El primero que llama la atención es el de la “línea del bienestar”, porque implica que, obteniendo ingresos por arriba de ese umbral, las personas estarían en condiciones de “bienestar”.
El Diccionario de la Lengua Española (DLE) define a la voz “bienestar” como sigue: “Vida holgada o abastecida de cuanto conduce a pasarlo bien y con tranquilidad”. Y también como: “Estado de la persona en el que se le hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y psíquica”.
Frente a lo anterior es pertinente preguntar: ¿obtener 1,856.62 pesos por persona al mes garantiza (aun sin ser vulnerable por alguna de las carencias que implica la medición multidimensional de la pobreza) situarse en una condición de bienestar, tal como la define el DLE?
Hay quien sostiene que tal “línea de bienestar” constituye un eufemismo, es decir (según la definición del DLE), una: “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Como puede verse, no se trata exactamente de este caso.
Antes bien, la definición de la “línea del bienestar”, bajo los estándares señalados, constituye un equívoco, palabra definida por el DLE como: 1) aquello que puede interpretarse en varios sentidos, o dar ocasión a juicios diversos; 2) una equivocación, confusión; y 3) una palabra cuya significación conviene a diferentes cosas.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH, 2016), presentada recientemente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el país hay 33.46 millones de hogares, los cuales son integrados por 122.64 millones de personas.
Si se considera el monto de los ingresos obtenidos por los hogares del país, el promedio para cada uno es de $46,521 pesos trimestrales; es decir, $15,507 pesos mensuales, lo que es también equivalente a $4,191 pesos mensuales en promedio por persona.
Para el 10% de la población con menos ingresos el dato es abrumador: $8,166 pesos trimestrales por hogar, es decir, $2,722 pesos al mes; o bien un promedio de $680.5 pesos mensuales por persona. Estos ingresos incluyen transferencias (becas, pensiones, remesas, etc.), las cuales equivalen al 65% del total de los ingresos de estos hogares.
El 10% de los hogares con menos ingresos del país implica, en números absolutos, 3,346,260 hogares, donde habría al menos 13.38 millones de personas obteniendo 680.5 pesos mensuales, cada una de ellas. En contraste, un diputado federal obtiene un aproximado mensual de 162 mil pesos; lo que equivale a 238 veces más, que los integrantes de los hogares con menores ingresos.
De este tamaño es la desigualdad y la pobreza que vive el país. Por más que nos digan que las cosas van bien, en realidad seguimos siendo, como lo diagnosticara hace ya hace poco más de 200 años Alexander Von Humboldt, el país de las grandes desigualdades.
Lo que gana una persona empobrecida es ofensivo para la dignidad humana. El umbral de la llamada “línea de bienestar” es en realidad una “línea de supervivencia”. Propongo que se le cambie el nombre y que comencemos, desde los conceptos, a reconsiderar qué es lo que entendemos por dignidad humana, y en ese sentido, si es que es posible, determinar cuánto es lo mínimo para garantizarlo.
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