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Cuatro grandes cambios tectónicos

por Gabriel Porcile

El diseño de políticas para un nuevo estilo de desarrollo requiere tomar en cuenta las grandes transformaciones que ha sufrido la economía mundial en los últimos 20 años. Por el alcance global y por la escala de sus efectos, estas transformaciones se han denominado en el sistema internacional “cambios tectónicos”

Los cambios tectónicos que se consideran en este artículo son:

1) La irrupción de China, que ha redefinido la importancia de los actores y el peso (político y económico) de las distintas regiones en la economía global.

2) Los mega-acuerdos, que buscan regular el comercio, la inversión y la producción, dando un marco institucional a procesos de integración de facto impulsados por las cadenas globales de valor.

3) Un  nuevo consenso en torno a los costos medioambientales del actual patrón de crecimiento, que se percibe como insostenible y que amenaza el bienestar de las generaciones futuras.

4) La revolución tecnológica, cuya intensidad redefine la competitividad de las firmas y países y amplía la brecha tecnológica Norte-Sur, mientras que, al mismo tiempo, abre un nuevo horizonte de oportunidades de inversión, en la medida que sea encauzada hacia innovaciones que prioricen el cuidado del medio ambiente y la inclusión socialI.

Cada uno de ellos, y sus implicaciones para el estilo de desarrollo en América Latina y el Caribe, se discuten brevemente a continuación:

Uno de los cambios tectónicos de mayor importancia de las últimas dos décadas es la irrupción de China como potencia económica y geopolítica. En 2011 China era la segunda economía del mundo, representando el 14.4% de producto mundial, después de Estados Unidos, que representaba el 16.6 % de dicho producto.

El peso estimado de las dos economías en 2014 era aproximadamente el mismo, alrededor de 16%. Durante casi tres décadas a partir del inicio de las reformas económicas en 1979, China ha sido capaz de mantener una tasa de crecimiento anual promedio cercana a 10% en términos reales, lo que constituye un caso único en la historia económica moderna.

China representa, además, una experiencia histórica en la que una política activa frente a la globalización logró redefinir la forma en que el país se inserta en el mundo (Lee et al, 2011). Se convirtió en uno de los principales socios comerciales de los países desarrollados y de algunos de los países en desarrollo.

Su demanda de recursos naturales cumplió un papel central en el aumento del precio de los productos básicos (commodities) entre 2002 y 2011, que benefició en particular a los países de América del Sur. Pero si bien esta demanda fue un factor que impulsó el crecimiento de América del Sur, tuvo asociados algunos costos importantes.

En primer lugar, se reforzó la especialización de la región en la exportación de recursos naturales. Los altos precios internacionales y la apreciación cambiaria que trajo aparejada comprometieron la competitividad de numerosos sectores, especialmente en la industria.

Por otro lado, la relación comercial y de inversiones que mantiene China con América Latina y el Caribe ha sido predominantemente Norte-Sur. Mientras que la transformación estructural de China la fortaleció en el ámbito global, como contrapartida reforzó la especialización de las economías latinoamericanas en bienes primarios.

La región exporta muchos menos bienes de media y alta tecnología a China que lo que exporta a otras regiones del mundo. Inversamente, la región importa un porcentaje más alto de bienes de alta y media tecnología de China que de otras partes del mundo.

Así, la irrupción de China hizo aún más urgente responder a la asignatura pendiente del cambio estructural en América Latina y el Caribe. La región debe renegociar sus vínculos con China sobre nuevas bases que abran más espacio a la diversificación y a la construcción de capacidades al interior de sus economías en dirección a un sendero de crecimiento más bajo en carbono (CEPAL, 2012, 2016).

Actualmente gran parte del comercio y de la producción mundial se lleva a cabo dentro de las llamadas “cadenas de valor”, ya sean regionales o globales (Duran y Zaclicever, 2013; OECD/WTO/UNCTAD, 2013; OECD, 2014).

Según estimaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), cerca de un 80% de las exportaciones mundiales de bienes y servicios (medidas en valor bruto) corresponde a comercio en cadenas de valor, asociado a la participación de empresas multinacionales.

Las principales cadenas de valor tienen una clara dimensión regional. Es posible identificar tres grandes redes de producción (“fábricas”) en el mundo: la “fábrica Europa” (centrada en Alemania), la “fábrica América del Norte” (centrada en Estados Unidos) y la “fábrica Asia” (centrada en un principio en Japón y más recientemente en China), que se caracterizan por presentar altos niveles de comercio intrarregional (Baldwin, 2012).  

El comercio en estas redes  tiene una elevada proporción de bienes intermedios (partes y componentes), en particular en el caso de la “fábrica Asia”, lo que refleja la especialización vertical que las caracterizan.

La integración de facto por las cadenas de valor, el comercio en bienes intermediarios y la inversión directa han venido de la mano con cambios institucionales, en particular con el aumento de la importancia de iniciativas transregionales, conocidas como “megarregionales”.

Éste es el caso del reciente Acuerdo de Asociación Transpacífico (más conocido por la sigla TPP), concluido en octubre de 2015, y de otros acuerdos que están siendo negociados, como el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP), y el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Japón.

Cabe agregar a esta categoría la Asociación Económica Integral Regional, que aparece compitiendo con el TPP como modelo para definir las “reglas del juego” en Asia en los próximos años.  

Las actuales negociaciones megaregionales tienen características que las diferencian de la mayoría de los acuerdos existentes. En primer lugar, el número y tamaño de las economías involucradas, que representan proporciones importantes del producto, la población, el comercio y la inversión extranjera directa mundiales.

Ello hace que los mega-acuerdos sean clave para las reglas de juego globales. En segundo lugar, la agenda temática propuesta es mucho más amplia que en el pasado, incluyendo un número importante de áreas no abordadas por los acuerdos de la OMC.

Las nuevas reglas en negociación en el TPP y TTIP sobre propiedad intelectual, flujos de capital, manejo de información personal en Internet, empresas del Estado, asuntos laborales y medioambientales podrían limitar fuertemente los espacios de las políticas de promoción del desarrollo en temas como el acceso a la tecnología, innovación, y la regulación de los flujos de capital (asociada a políticas macroprudenciales).

Si bien el impacto ambiental del crecimiento económico ha sido una constante en la historia, por primera vez hay una generación plenamente consciente e informada de la magnitud que alcanzó dicho impacto y de los riesgos que conlleva para la vida en el planeta.

La evidencia científica se acumula indicando un aumento persistente de las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) desde comienzos de la era industrial a causa de la actividad humana. Las tendencias de los escenarios de emisiones GEI proyectan cambios importantes en el sistema climático global que se intensificarán en el futuro.

FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR  Dependiendo de la región, se producirá un aumento progresivo de las temperaturas (entre 1.6 oC a 4 oC en Centroamérica y 1,7oC a 6,7oC en Sudamérica), y una mayor volatilidad de las precipitaciones, con tendencia a su reducción particularmente en México y Centroamérica.

Se espera, además, una mayor frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos. Por otro lado, numerosas especies de aves y peces se encuentran en peligro de extinción en diferentes países latinoamericanos.

FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR  La tendencia media global actual de ascenso del nivel de los mares es de 3.3 milímetros al año, y se prevé que aumente aún más en el siglo XXI, afectando negativamente la viabilidad y desarrollo de las regiones costeras de América Latina y el Caribe.

En ausencia de medidas globales para frenar el fenómeno del cambio climático, la región deberá enfrentar crecientes costos de adaptación. Es parte del consenso emergente que el esfuerzo simultáneo de adaptarse a las nuevas condiciones climáticas y realizar los procesos de mitigación requeridos para estabilizar el clima implica transformaciones profundas al actual estilo de desarrollo.

Estas transformaciones suponen alejarse del paradigma energético con base en combustibles fósiles para orientarse hacia uno de base energética renovable, de estabilización de las fronteras agropecuarias y de uso del espacio más integrado.

A pesar de que la región de América Latina y el Caribe no ha sido un gran contaminante global, se ha movido en la dirección opuesta a la deseable desde el punto de vista ambiental, al elevar sus emisiones a una tasa de crecimiento del 0.6% anual.

Lograr situarse en dos toneladas per cápita —con la desigual distribución del ingreso regional que hace que los sectores de mayor ingreso contribuyan desproporcionadamente a las emisiones— requiere una considerable mejora en calidad y suficiencia de los servicios públicos urbanos como el transporte masivo, la infraestructura para el manejo de residuos y la iluminación pública, una mayor penetración y diversificación de las energías renovables (actualmente en 24% en promedio) y medidas de preservación en la agricultura y cubierta forestal.

El progreso técnico ha adquirido en las últimas dos décadas una intensidad inédita. Se observa una convergencia de distintas tecnologías, en lo que se ha llamado convergencia NBIC (nanociencia, biología, información y conocimiento).

Del concepto de convergencia NBIC se ha avanzado al de convergencia CTS (conocimiento, tecnología y sociedad), definida como una interacción cada vez más intensa y transformadora entre disciplinas científicas, tecnologías, comunidades y dominios de la actividad humana en apariencia distintos para lograr una compatibilidad, sinergia e integración mutua.

Esta convergencia se ve facilitada por cuatro plataformas interdependientes (Roco y otros, 2014):

1) Herramientas fundacionales dadas por la convergencia NBIC.

2) Escala humana, que se caracteriza por las interacciones entre personas (redes sociales), entre personas y máquinas, y entre personas y el ambiente (por ejemplo, patrones de consumo).

3) Escala planetaria, que define el ambiente para las actividades humanas, incluidos los sistemas naturales globales (ciclos del agua y el nitrógeno, atmósfera, océanos, clima), los sistemas de comunicación y la economía.

4) Escala social, caracterizada por las actividades y sistemas que vinculan a individuos y grupos (actividades colectivas, organizaciones y procedimientos).

La convergencia CTS es importante para la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus 17 objetivos (ODS). Un ejemplo que ilustra este punto: las interacciones entre las plataformas de escala humana (sistemas alimentarios locales), de escala global (ciclo del agua, ciclo del nitrógeno, clima) y de escala NBIC (por ejemplo, mejoramiento genético) tendrían implicaciones significativas para los objetivos relacionados con la eliminación del hambre y la producción sostenible de alimentos (Objetivo 2), la acción climática (Objetivo 13) y la protección de los ecosistemas terrestres (Objetivo 15).

FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR  La ciencia y la tecnología tienen una lógica propia, pero sus impactos y dirección pueden ser orientados por el ambiente institucional y los incentivos creados por las políticas públicas (Cimoli et al, 2015). 

Generar un marco institucional y regulatorio que permita poner el potencial gigantesco de la revolución tecnológica al servicio de los objetivos de la sostenibilidad y la inclusión es una de las tareas más urgentes e importantes que enfrentan los gobiernos, mercados y la sociedad civil.

COMENTARIOS FINALES

Los cambios tectónicos descritos en esta nota redefinen el espacio de las políticas. En muchos aspectos, vuelven más complejos los desafíos que enfrenta la región para alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible.

Mientras tanto, históricamente, son las coyunturas críticas aquellos momentos en que los países encuentran condiciones para redefinir la economía política y moverse hacia un nuevo estilo de desarrollo, y hay un esfuerzo en América Latina y el Caribe por integrarse más activamente al mundo, y ello pasa por reavivar los esfuerzos de integración regional.

El optimismo de los años de la bonanza pudo haber reducido el interés en el tema, pero el fin de la bonanza puso nuevamente en la agenda el papel de la integración como un mecanismo de diversificación productiva y fortaleza negociadora.

De la misma manera, la intersección entre la revolución tecnológica y los temas de medio ambiente e inclusión social abre un horizonte de inversiones —en lo global, regional y nacional— capaz de generar aumento del empleo y crecimiento, tan necesarios en el actual contexto de sesgo recesivo de la economía mundial.

NOTA:

I. Existe un quinto cambio tectónico que por motivos de espacio no se trata en este artículo: las asimetrías en el crecimiento demográfico entre regiones y las tendencias a la urbanización y el envejecimiento de la población, sobre todo en los países avanzados.

BIBLIOGRAFÍA:

I. Baldwin, R. (2012), “Global supply chains: Why they emerged, why they matter, and where they are going”, CEPR discussion paper series No. 9103.

II. CEPAL (2012) Cambio Estructural Para la Igualdad, Santiago: Naciones Unidas.

III. CEPAL (2016) Horizontes 2030: La Iguldad en el Centro del Desarrollo Sostenible. Santiago: Naciones Unidas

IV. Cimoli, M; Dosi, G.; and Stiglitz, J.E. (2015) “The Rationale for Industrial and Innovation Policy”, Intereconomics, V. 50, N.3, May / June, pp. 125-155.

V. Duran, J. and D. Zaclicever (2013), “América Latina y el Caribe en las cadenas internacionales de valor”, Serie de Comercio Internacional, No. 124, ECLAC, Santiago

VI. Lee, K.; Jee, M. And Eun, J.K. (2011)  “Assessing China’s Economic Catch-Up at the Firm Level and Beyond: Washington Consensus, East Asian Consensus and the Beijing Model”, Industry & Innovation, V. 18, N.5, pp. 487-507.

VII. OECD (2014), Developing countries’ participation in global value chains and its implications for trade and trade-related policies, Paris: OECD.

VIII. OECD/WTO/UNCTAD (2013), “Implications of global value chains for trade, investment, development and jobs”, Prepared for the G-20 Leaders Summit Saint Petersburg, September.

IX. Roco y otros (2014) Convergence of Knowledge, Technology and Society: Beyond Convergence of Nano-Bio-Info-Cognitive Technologies, Springer. 

3) Un  nuevo consenso en torno a los costos medioambientales del actual patrón de crecimiento, que se percibe como insostenible y que amenaza el bienestar de las generaciones futuras.

4) La revolución tecnológica, cuya intensidad redefine la competitividad de las firmas y países y amplía la brecha tecnológica Norte-Sur, mientras que, al mismo tiempo, abre un nuevo horizonte de oportunidades de inversión, en la medida que sea encauzada hacia innovaciones que prioricen el cuidado del medio ambiente y la inclusión socialI.

Cada uno de ellos, y sus implicaciones para el estilo de desarrollo en América Latina y el Caribe, se discuten brevemente a continuación:

Subtitulo1

Uno de los cambios tectónicos de mayor importancia de las últimas dos décadas es la irrupción de China como potencia económica y geopolítica. En 2011 China era la segunda economía del mundo, representando el 14.4% de producto mundial, después de Estados Unidos, que representaba el 16.6 % de dicho producto.

El peso estimado de las dos economías en 2014 era aproximadamente el mismo, alrededor de 16%. Durante casi tres décadas a partir del inicio de las reformas económicas en 1979, China ha sido capaz de mantener una tasa de crecimiento anual promedio cercana a 10% en términos reales, lo que constituye un caso único en la historia económica moderna.

China representa, además, una experiencia histórica en la que una política activa frente a la globalización logró redefinir la forma en que el país se inserta en el mundo (Lee et al, 2011). Se convirtió en uno de los principales socios comerciales de los países desarrollados y de algunos de los países en desarrollo.

Entresacado1

Su demanda de recursos naturales cumplió un papel central en el aumento del precio de los productos básicos (commodities) entre 2002 y 2011, que benefició en particular a los países de América del Sur. Pero si bien esta demanda fue un factor que impulsó el crecimiento de América del Sur, tuvo asociados algunos costos importantes.

En primer lugar, se reforzó la especialización de la región en la exportación de recursos naturales. Los altos precios internacionales y la apreciación cambiaria que trajo aparejada comprometieron la competitividad de numerosos sectores, especialmente en la industria.

Por otro lado, la relación comercial y de inversiones que mantiene China con América Latina y el Caribe ha sido predominantemente Norte-Sur. Mientras que la transformación estructural de China la fortaleció en el ámbito global, como contrapartida reforzó la especialización de las economías latinoamericanas en bienes primarios.

La región exporta muchos menos bienes de media y alta tecnología a China que lo que exporta a otras regiones del mundo. Inversamente, la región importa un porcentaje más alto de bienes de alta y media tecnología de China que de otras partes del mundo.

Entresacado2

Así, la irrupción de China hizo aún más urgente responder a la asignatura pendiente del cambio estructural en América Latina y el Caribe. La región debe renegociar sus vínculos con China sobre nuevas bases que abran más espacio a la diversificación y a la construcción de capacidades al interior de sus economías en dirección a un sendero de crecimiento más bajo en carbono (CEPAL, 2012, 2016).

Subtitulo2

Actualmente gran parte del comercio y de la producción mundial se lleva a cabo dentro de las llamadas

“cadenas de valor”, ya sean regionales o globales (Duran y Zaclicever, 2013; OECD/WTO/UNCTAD, 2013; OECD, 2014).

Según estimaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), cerca de un 80% de las exportaciones mundiales de bienes y servicios (medidas en valor bruto) corresponde a comercio en cadenas de valor, asociado a la participación de empresas multinacionales.

Las principales cadenas de valor tienen una clara dimensión regional. Es posible identificar tres grandes redes de producción (“fábricas”) en el mundo: la “fábrica Europa” (centrada en Alemania), la “fábrica América del Norte” (centrada en Estados Unidos) y la “fábrica Asia” (centrada en un principio en Japón y más recientemente en China), que se caracterizan por presentar altos niveles de comercio intrarregional (Baldwin, 2012).  

El comercio en estas redes  tiene una elevada proporción de bienes intermedios (partes y componentes), en particular en el caso de la “fábrica Asia”, lo que refleja la especialización vertical que las caracterizan.

La integración de facto por las cadenas de valor, el comercio en bienes intermediarios y la inversión directa han venido de la mano con cambios institucionales, en particular con el aumento de la importancia de iniciativas transregionales, conocidas como “megarregionales”.

Éste es el caso del reciente Acuerdo de Asociación Transpacífico (más conocido por la sigla TPP), concluido en octubre de 2015, y de otros acuerdos que están siendo negociados, como el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP), y el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Japón.

Cabe agregar a esta categoría la Asociación Económica Integral Regional, que aparece compitiendo con el TPP como modelo para definir las “reglas del juego” en Asia en los próximos años.  

Las actuales negociaciones megaregionales tienen características que las diferencian de la mayoría de los acuerdos existentes. En primer lugar, el número y tamaño de las economías involucradas, que representan proporciones importantes del producto, la población, el comercio y la inversión extranjera directa mundiales.

Entresacado3

Ello hace que los mega-acuerdos sean clave para las reglas de juego globales. En segundo lugar, la agenda temática propuesta es mucho más amplia que en el pasado, incluyendo un número importante de áreas no abordadas por los acuerdos de la OMC.

Las nuevas reglas en negociación en el TPP y TTIP sobre propiedad intelectual, flujos de capital, manejo de información personal en Internet, empresas del Estado, asuntos laborales y medioambientales podrían limitar fuertemente los espacios de las políticas de promoción del desarrollo en temas como el acceso a la tecnología, innovación, y la regulación de los flujos de capital (asociada a políticas macroprudenciales).

Subtitulo

Si bien el impacto ambiental del crecimiento económico ha sido una constante en la historia, por primera vez hay una generación plenamente consciente e informada de la magnitud que alcanzó dicho impacto y de los riesgos que conlleva para la vida en el planeta.

La evidencia científica se acumula indicando un aumento persistente de las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) desde comienzos de la era industrial a causa de la actividad humana. Las tendencias de los escenarios de emisiones GEI proyectan cambios importantes en el sistema climático global que se intensificarán en el futuro.

Foto1

FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR  Dependiendo de la región, se producirá un aumento progresivo de las temperaturas (entre 1.6 oC a 4 oC en Centroamérica y 1,7oC a 6,7oC en Sudamérica), y una mayor volatilidad de las precipitaciones, con tendencia a su reducción particularmente en México y Centroamérica.

Se espera, además, una mayor frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos. Por otro lado, numerosas especies de aves y peces se encuentran en peligro de extinción en diferentes países latinoamericanos.

FOTO2

FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR  La tendencia media global actual de ascenso del nivel de los mares es de 3.3 milímetros al año, y se prevé que aumente aún más en el siglo XXI, afectando negativamente la viabilidad y desarrollo de las regiones costeras de América Latina y el Caribe.

En ausencia de medidas globales para frenar el fenómeno del cambio climático, la región deberá enfrentar crecientes costos de adaptación. Es parte del consenso emergente que el esfuerzo simultáneo de adaptarse a las nuevas condiciones climáticas y realizar los procesos de mitigación requeridos para estabilizar el clima implica transformaciones profundas al actual estilo de desarrollo.

ENTRESACADO4

Estas transformaciones suponen alejarse del paradigma energético con base en combustibles fósiles para orientarse hacia uno de base energética renovable, de estabilización de las fronteras agropecuarias y de uso del espacio más integrado.

A pesar de que la región de América Latina y el Caribe no ha sido un gran contaminante global, se ha movido en la dirección opuesta a la deseable desde el punto de vista ambiental, al elevar sus emisiones a una tasa de crecimiento del 0.6% anual.

ENTRESACADO5 Lograr situarse en dos toneladas per cápita —con la desigual distribución del ingreso regional que hace que los sectores de mayor ingreso contribuyan desproporcionadamente a las emisiones— requiere una considerable mejora en calidad y suficiencia de los servicios públicos urbanos como el transporte masivo, la infraestructura para el manejo de residuos y la iluminación pública, una mayor penetración y diversificación de las energías renovables (actualmente en 24% en promedio) y medidas de preservación en la agricultura y cubierta forestal.

SUBTITULO4

El progreso técnico ha adquirido en las últimas dos décadas una intensidad inédita. Se observa una convergencia de distintas tecnologías, en lo que se ha llamado convergencia NBIC (nanociencia, biología, información y conocimiento).

Del concepto de convergencia NBIC se ha avanzado al de convergencia CTS (conocimiento, tecnología y sociedad), definida como una interacción cada vez más intensa y transformadora entre disciplinas científicas, tecnologías, comunidades y dominios de la actividad humana en apariencia distintos para lograr una compatibilidad, sinergia e integración mutua.

Esta convergencia se ve facilitada por cuatro plataformas interdependientes (Roco y otros, 2014):

1) Herramientas fundacionales dadas por la convergencia NBIC.

2) Escala humana, que se caracteriza por las interacciones entre personas (redes sociales), entre personas y máquinas, y entre personas y el ambiente (por ejemplo, patrones de consumo).

3) Escala planetaria, que define el ambiente para las actividades humanas, incluidos los sistemas naturales globales (ciclos del agua y el nitrógeno, atmósfera, océanos, clima), los sistemas de comunicación y la economía.

4) Escala social, caracterizada por las actividades y sistemas que vinculan a individuos y grupos (actividades colectivas, organizaciones y procedimientos).

ENTRESACADO6

La convergencia CTS es importante para la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus 17 objetivos (ODS). Un ejemplo que ilustra este punto: las interacciones entre las plataformas de escala humana (sistemas alimentarios locales), de escala global (ciclo del agua, ciclo del nitrógeno, clima) y de escala NBIC (por ejemplo, mejoramiento genético) tendrían implicaciones significativas para los objetivos relacionados con la eliminación del hambre y la producción sostenible de alimentos (Objetivo 2), la acción climática (Objetivo 13) y la protección de los ecosistemas terrestres (Objetivo 15).

FOTO3

FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR  La ciencia y la tecnología tienen una lógica propia, pero sus impactos y dirección pueden ser orientados por el ambiente institucional y los incentivos creados por las políticas públicas (Cimoli et al, 2015). 

Generar un marco institucional y regulatorio que permita poner el potencial gigantesco de la revolución tecnológica al servicio de los objetivos de la sostenibilidad y la inclusión es una de las tareas más urgentes e importantes que enfrentan los gobiernos, mercados y la sociedad civil.

COMENTARIOS FINALES

Los cambios tectónicos descritos en esta nota redefinen el espacio de las políticas. En muchos aspectos, vuelven más complejos los desafíos que enfrenta la región para alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible.

Mientras tanto, históricamente, son las coyunturas críticas aquellos momentos en que los países encuentran condiciones para redefinir la economía política y moverse hacia un nuevo estilo de desarrollo, y hay un esfuerzo en América Latina y el Caribe por integrarse más activamente al mundo, y ello pasa por reavivar los esfuerzos de integración regional.

ENTRESACADO7

El optimismo de los años de la bonanza pudo haber reducido el interés en el tema, pero el fin de la bonanza puso nuevamente en la agenda el papel de la integración como un mecanismo de diversificación productiva y fortaleza negociadora.

De la misma manera, la intersección entre la revolución tecnológica y los temas de medio ambiente e inclusión social abre un horizonte de inversiones —en lo global, regional y nacional— capaz de generar aumento del empleo y crecimiento, tan necesarios en el actual contexto de sesgo recesivo de la economía mundial.

NOTA:

I. Existe un quinto cambio tectónico que por motivos de espacio no se trata en este artículo: las asimetrías en el crecimiento demográfico entre regiones y las tendencias a la urbanización y el envejecimiento de la población, sobre todo en los países avanzados.

BIBLIOGRAFÍA:

I. Baldwin, R. (2012), “Global supply chains: Why they emerged, why they matter, and where they are going”, CEPR discussion paper series No. 9103.

II. CEPAL (2012) Cambio Estructural Para la Igualdad, Santiago: Naciones Unidas.

III. CEPAL (2016) Horizontes 2030: La Iguldad en el Centro del Desarrollo Sostenible. Santiago: Naciones Unidas

IV. Cimoli, M; Dosi, G.; and Stiglitz, J.E. (2015) “The Rationale for Industrial and Innovation Policy”, Intereconomics, V. 50, N.3, May / June, pp. 125-155.

V. Duran, J. and D. Zaclicever (2013), “América Latina y el Caribe en las cadenas internacionales de valor”, Serie de Comercio Internacional, No. 124, ECLAC, Santiago.

VI. Lee, K.; Jee, M. And Eun, J.K. (2011)  “Assessing China’s Economic Catch-Up at the Firm Level and Beyond: Washington Consensus, East Asian Consensus and the Beijing Model”, Industry & Innovation, V. 18, N.5, pp. 487-507.

VII. OECD (2014), Developing countries’ participation in global value chains and its implications for trade and trade-related policies, Paris: OECD.

VIII. OECD/WTO/UNCTAD (2013), “Implications of global value chains for trade, investment, development and jobs”, Prepared for the G-20 Leaders Summit Saint Petersburg, September.

IX. Roco y otros (2014) Convergence of Knowledge, Technology and Society: Beyond Convergence of Nano-Bio-Info-Cognitive Technologies, Springer. 

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