por José Felipe Ocampo Torrea
La industria petrolera en México y en todo el mundo está constituida por una cadena de actividades fuertemente vinculadas entre sí: exploración, explotación, refinación y petroquímica. Las empresas petroleras tienden integrarse en todos estos campos y así aumentar su eficiencia. En México, por ley, solamente el Estado mexicano puede participar en forma exclusiva en las tres primeras.
Anteriormente, parte de la industria petroquímica estaba reservada al Estado. Su misión era producir las materias primas que las industrias privadas transformaban en artículos y bienes de uso común. Este esquema hizo progresar notablemente a esta rama industrial, tanto en el sector gubernamental, como en el sector privado.
Los cambios en la legislación se iniciaron desde el sexenio de Carlos Salinas y la actual división de la petroquímica en básica y secundaria se aprobó durante la presidencia de Ernesto Zedillo. En realidad, se privatizó toda la industria petroquímica, ya que la división en primaria y secundaria es totalmente artificial. Los compuestos definidos como petroquímicos básicos en la legislación vigente son en realidad petrolíferos, no petroquímicos. Así los definía el mismo Pemex en sus informes anuales anteriores a la legislación vigente, que los convirtió en petroquímicos básicos.
Con esta legislación, la petroquímica dejó de ser responsabilidad de Estado y es un campo en que la industria privada puede invertir libremente.
La consecuencia fue que Pemex dejó de invertir y la industria privada también. Los resultados para la nación han sido desastrosos y totalmente diferentes a lo que pregonaron los autores de esta privatización. Prácticamente no se ha vuelto a instalar ninguna nueva planta petroquímica, pero se han cerrado muchas. La producción nacional ha decrecido considerablemente y ha sido sustituida por importaciones; la producción de amoniaco es un ejemplo de esta situación.
El amoniaco es la materia prima más importante en la industria de fertilizantes. Su producción en México descendió de 2,261,287 toneladas al año en 1985 a 1,367,000 en 2011. Varias plantas de Pemex fueron desmanteladas y otras continúan fuera de operación. Las plantas privadas que producían urea y fertilizantes utilizando el amoniaco como materia prima siguieron el mismo camino. México ya no produce urea; anteriormente se exportaban excedentes. Desde luego que el consumo de amoniaco y sus derivados en el país no ha disminuido, pero ahora se satisface con importaciones. Éste es el resultado de las políticas industriales privatizadoras.
Un caso extremo derivado de esta política industrial fue el de vender, a precio de chatarra, los equipos de plantas petroquímicas que estaban en proceso de construcción. Es el caso de los equipos de dos plantas nuevas de amoniaco, que ya se habían adquirido: se vendieron a la Republica Popular China en menos del 10% de su valor original. Están trabajando y produciendo amoniaco. Esta situación se repitió en muchos campos de la industria petroquímica estatal.
Una breve historia en la rama de refinación es la siguiente: hasta finales de los años ochenta la capacidad de refinación instalada en el país permitía surtir el mercado nacional y exportar cantidades marginales de productos. Actualmente se importan destilados en cifras cercanas al 50% del consumo nacional. De la autosuficiencia pasamos a la dependencia.
El problema es aún más grave, ya que, si se analizan las cifras de proceso de crudo y las de capacidad nominal instalada, se pone en evidencia que las refinerías operan en niveles cercanos al 80%. Se está desperdiciando 20% de la capacidad de refinación instalada.
Aunque es un asunto muy técnico, es importante conocer que la capacidad nominal es inferior a la capacidad de diseño de las plantas; en otras palabras, una refinería con capacidad nominal de proceso de crudo de 150,000 barriles diarios se diseña para una capacidad de 163,000 barriles diarios. En esta forma, una refinería con capacidad nominal de 150,000 barriles diarios, puede procesar en promedio anual 150,000 barriles diarios, aun cuando su operación se suspenda durante el tiempo requerido para reparaciones y mantenimiento en general.
Pemex tiene seis refinerías en operación en México, cada una constituida por varios trenes de refinación. También posee el 50% de una refinería en Houston Texas (Deer Park) en asociación con Shell y acciones en la compañía Repsol de España. El origen de estas acciones es una asociación con Pertronor para una refinería en Bilbao.
Para obtener los destilados y combustibles derivados del petróleo que el país requiere, no hay otro camino que el de aumentar la capacidad de refinación; se han propuesto varias opciones para incrementarla y satisfacer la demanda nacional. El tema central es: permitir la inversión privada en refinerías o que esta actividad permanezca como actividad exclusiva del Estado.
No hay que olvidar que Pemex, desde su fundación hasta los años ochenta fue capaz de cubrir la demanda nacional. Posteriormente, por no construir refinerías, se pasó de la autosuficiencia a la dependencia del exterior. Ningún país desarrollado permite una dependencia de importación de productos petrolíferos que se consideran estratégicos para la economía nacional.
Los argumentos o pretextos para no construir nuevas refinerías son:
• No hay dinero
• No son rentables
“No hay dinero”
Para analizar y comprender este primer argumento es necesario establecer un marco de referencia adecuado y aplicable mundialmente para la industria de la refinación:
Todos los proyectos de refinerías en el mundo son financiados. Es absurdo suponer que una compañía cuente con esos recursos en su tesorería. Pemex, igual que todas las petroleras, contrató proyectos de refinación en los que se financiaba el 85% de la inversión total. Solamente se pagaba con recursos propios un 5% al aprobar una orden de compra de equipo o servicios y 10% a la entrega. El resto era financiado con un “tiempo de gracia” de varios años, suficiente para que la planta operara y generara los recursos monetarios requeridos. Durante este “tiempo de gracia” no se pagaba el capital; solamente los intereses, que, por cierto, eran y son muy inferiores (la mitad o la tercera parte) a los pagados para los proyectos financiados por Pidiregas.
Las empresas gubernamentales productivas (con proyectos autofinanciables) en muchos países están considerados en un apartado del presupuesto nacional no sujeto a techo de endeudamiento. México puede lograrlo. Por tanto, es falso el argumento de que si invierte en refinerías se reducirían las inversiones en educación, salud, etcétera, y desde luego es falso que no se cuente con recursos para construir refinerías.
“No son rentables”
En el “Hydrocarbon Processing”, revista técnica con excelente reputación mundial en estos asuntos, se consignan todos los años cientos de proyectos de plantas de refinación. ¿Las petroleras internacionales invierten en proyectos no rentables? ¿Los mexicanos pudimos diseñarlas y construirlas antes y ahora no?
La falta de recursos para inversión en proyectos autofinanciables en Pemex, es un “mito genial”. Países como Francia y Brasil, que tienen empresas estatales (Electricité de France, Petrobras, Petrosal etcétera) obtienen recursos financieros sin afectar el techo de endeudamiento de los presupuestos nacionales. Son proyectos autofinanciables; no son gastos gubernamentales. No forman parte del presupuesto de gastos o erogaciones importantes e imprescindibles, pero no autofinanciables como educación, salud, entre otros.
Por interés nacional, se debe legislar para que el presupuesto de inversiones gubernamentales autofinanciables quede fuera del presupuesto de gastos de la nación como en otros países.
La conclusión es: existen recursos para construir refinerías y estas instalaciones son altamente rentables.
Sobre la Tecnología
Otro pretexto utilizado frecuentemente como argumento para no construir refinerías se refiere a la tecnología. Las tecnologías de las diversas ramas de la industria petrolera están disponibles y todas las compañías del mundo las adquieren de licenciadores.
La venta de tecnología es un negocio bien establecido en el mundo y la competencia de diversos actores por vender la propia es feroz.
Sólo como ejemplo: en la refinería de Deer Park (asociación de Shell y Pemex) se adquirieron varias licencias de tecnologías, como planta de MTBE; “PSA” para purificación de hidrógeno; planta de coque; pta. de azufre; y otras. El costo de la adquisición de tecnologías (licencias de proceso) es del orden del 1% de la inversión total de una refinería. El argumento de falta de tecnología es falso.
Consecuencias de la privatización
Algunas de las consecuencias de privatizar el sistema de refinación serían:
1. Transferir al extranjero parte de la renta petrolera
2. Cancelar posibilidades reales (ya probadas) de desarrollo nacional
Antes del neoliberalismo teníamos 20 millones de horas-hombre de excelente ingeniería de plantas de proceso; ahora menos de la quinta parte. Antes del neoliberalismo adquiríamos en México 50% del equipo de refinación; ahora no llegamos al 5%. Los fabricantes de equipo mexicanos ganaban los concursos compitiendo con fabricantes extranjeros. Ofrecían mejores precios, calidad y tiempo de entrega.
Se cambió la forma de contratación y ahora Pemex no adquiere los equipos ni efectúa los concursos correspondientes. Mediante los contratos “llave en mano” delega estas actividades esenciales a los contratistas. Los contratos “llave en mano” son legales, pero altamente inconvenientes para Pemex y para la nación. Ésta es la causa principal de la destrucción de la industria nacional de fabricación de equipos y de servicios de ingeniería.
Las privatizaciones en el ramo petrolero han tenido un efecto negativo para los industriales mexicanos que han sido desplazados por extranjeros. Sólo se han beneficiado “intermediarios” e importadores, ya que la industria nacional de ingeniería y fabricación de bienes de capital ha sido desmantelada, pero pueden y deben rehacerse, en beneficio de México, de los inversionistas privados mexicanos y de la creación de empleos en el país.
Ya fue probado; ya lo hicimos anteriormente; no es teoría de cubículo académico. Es una acción urgente que no requiere de legislación alguna. Sólo hay que saber hacerlo. Las empresas pueden ser, como fueron, preferentemente privadas o en asociación con Pemex. Con esta acción se crearán en México fuentes de trabajo bien remuneradas y se contribuirá al desarrollo nacional. Se evitará el uso de divisas como pago de estos bienes y servicios.
Es inexplicable que los empresarios mexicanos, en buena proporción, avalen y aplaudan las iniciativas privatizadoras contrarias a sus intereses productivos (no así a los especulativos o doctrinarios).
La conclusión es evidente. Las privatizaciones en la industria petrolera han sido un fracaso y un desastre para el país y para los mexicanos. No continuemos por ese camino.•
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