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De la erótica a la política

por Salvador Cruz Sierra

En el desarrollo de la identidad gay, lesbiana o bisexual, la cultura de género y la masculinidad dominante han visualizado la homosexualidad y el homoerotismo como un peligro que atenta contra la sociedad. Los logros políticos que han logrado las minorías sexuales en el mundo les han posicionado en el debate político abierto, y los cambios culturales van más a la vanguardia en cuanto a las diversas formas de vivir la sexualidad


La erótica habla del juego entre el sentido del cuerpo, la voluptuosidad, el suceso sensorial; una descripción de los placeres de la carne, aspectos siempre presentes en la experiencia humana, pero sujeta a la reglamentación social y a la disputa por los órdenes del poder. Por ello, tanto las prácticas eróticas más peculiares como quienes las realizan se avienen como permanentes mutantes de las fronteras de género y de la preferencia erótica, que han resistido a los regímenes morales, religiosos, culturales, políticos o económicos que imponen modelos fijos y cerrados, y han vivido sus placeres voluptuosos, aunque regularmente en el anonimato y privacidad.

Otro tema lo constituye la política de la identidad, donde las culturas de resistencia, como fueron nombradas por Jeffrey Weeks en los años ochenta, dieron rostro a las subculturas de la homosexualidad que lideraban políticamente su existencia y su rechazo contra la opresión del heterosexismo y la homofobia y, por ende, el derecho a la visibilidad, expresión abierta de su preferencia y trato legal igualitario que los heterosexuales, lucha que se emprende en la arena pública.

En este tenor, el proceso de reconocimiento de las minorías sexuales desde su luminosidad acaecida en los disturbios de Stonewall (I) a los actuales debates legislativos mundiales sobre los derechos civiles y sociales de gays, lesbianas, transgéneros e intersexuales, como el matrimonio y adopción, han generado una gradación de igualdad y a su vez un repunte de la violencia hacia estas poblaciones, dada la recia homofobia residual y emergente que sigue normando la cultura de género. Esto, en virtud de la mayor visibilidad y logros legislativos de dichas minorías.

Sexo, sexualidad y diversidad sexual

El sexo que hace referencia a la materialidad de la carne y a las funciones fisiológicas del cuerpo no escapa a un dominio de género construido histórica y culturalmente. Los placeres del cuerpo se ciñen a la piel como a los recuerdos, las fantasías y las pasiones. En la cópula, en la excitación o en el orgasmo las sensaciones se acompañan de remembranzas, fantasmas y sentimientos variados, siempre ligados a otras personas o a cosas que han formado parte de nuestra experiencia en la vida social. Por lo tanto, el imperativo biológico tampoco escapa al poder farmacopornográfico del capitalismo (Preciado, 2008).

La sexualidad, como reguladora de las prácticas sociales que construyen la reglamentación sexual (II), al parecer nunca ha estado tan sometida al régimen del poder como en la época moderna.

Dentro de la moral sexual, fue la época burguesa donde la hipocresía ética se manifestó de manera especial en forma ideológica del sexo, llegando en algunos casos hasta la mojigatería más desvergonzada (Fuchs, 1996). Por otra parte, Foucault da cuenta del paso del ars erotica a la ciencia de la sexualidad, que reglamenta el sexo e instala la postura perversa, encarnada en el personaje del homosexual; por lo que el homosexual deviene en una especie. El término homosexual, que procede de discursos cientificistas, psiquiátricos, décadas después se irá sustituyendo por el concepto de gay, al ser una apropiación de los mismos homosexuales por carecer de la carga médica y patológica del primero. Esto hace diferente el sentido y uso de los conceptos de homosexual, gay o mayate.

Hablar de homoerotismo no es lo mismo que enunciar una política de identidad. El primero implica un análisis de la erótica y los placeres sensuales más abyectos; mientras que el segundo implica el que alguien se identifique y asuma como gay, lesbiana o bisexual. Sin embargo, ambos son construcciones histórico-culturales a las cuales cruzan dos ejes fundamentales: el orden social de género y de la sexualidad. Esto permite identificar las estructuras políticas, económicas, ideológicas y los procesos socioculturales que asienta la significación de los cuerpos y sus placeres en el espacio de la política.

El término de diversidad sexual, acuñado por Ken Plumer, se emplearía como un concepto más benigno de nombrar la pluralidad sexual, y que insinúa un continuum de conductas sin imponer jerarquías. Para pensar la diversidad sexual se puede hacer desde la disidencia sexual a la norma heterosexual más tradicional y acotada, haciendo énfasis en las sexualidades proscritas, excluidas y satanizadas; lo escandaloso, intransigible y repugnante a la moral conservadora de la clase media.

Ante la consigna feminista que lo privado es político desafió en el campo de estudio de la sexualidad que no sólo la política es sexuada, sino también el sexo es politizado, lo que implica el reconocimiento público de formas de organización de la vida privada (Fassin, 2002). Es decir, lo que ocurre en la cama y las formas eróticas vertidas en el sexo tienen su contraparte en el ejercicio del poder público y político. Así, sobre los cuerpos de hombres y mujeres se plasman los placeres lascivos, pero también el poder; la hombría, pero también la sensualidad; la homofobia, pero también la seducción; la identidad, pero también lo inefable; el machismo, pero también el homoerotismo.

En el desarrollo que han tenido la aparición y reemplazo de conceptos en el nutrido léxico empleado para dar cuenta de la variabilidad de la conducta sexual humana, se observa que no solamente esto tiene que ver con el repertorio lingüístico, sino también con la cultura y el tipo de sociedad. México responde a un modelo de sociedad androcéntrica y heteronormado, que se basa en la homosociedad y en los pactos masculinos patriarcales, así como en sus dos instrumentos privilegiados: la misoginia y la homofobia (Domínguez, 2013). En poco más de un siglo se ha pasado de la sodomía a la homosexualidad, y de esta a la identidad gay, lésbica y bisexual, hasta llegar a la denominación de transgéneros, intersexuales y queers.

En la historia de México, a finales del periodo de la dictadura porfiriana, la presencia de la homosexualidad se hizo manifiesta ante el llamado “escándalo de los 41”. El 19 de noviembre de 1901 el alboroto en los periódicos hablaba de una fiesta ruidosa interrumpida por la policía, que fue descrita por la prensa como baile de señores solos, de afeminados, “maricazos”, “ahembrados”, “pollos plateros”, “jotos” (McKee, McCaughan y Nasser, 2003), entre otros términos. A partir de esta época, la sodomía, el pecado nefando, dio paso para hablar del homosexual; las lesbianas tardarán muchas décadas más en ser visibilizadas, y más aún las personas bisexuales, transgéneros e intersexuales.

Décadas posteriores, la homosexualidad es abordada por la psiquiatría, así como la producción cultural en el México posrevolucionario. Según Domínguez (2013), la estética posrevolucionaria que se plasma en los discursos de lo nacional y que se plasma desde la cinematografía contribuyó a la conformación de los prototipos de la masculinidad, base de la identidad nacional. Misma que tiene una imbricada relación con la cultura de género que privilegia la imagen del hombre viril edificada con ostentosa misoginia y homofobia. Es decir, la exaltación de la heterosexualidad y con ello una forma de masculinidad y de feminidad.

Los discursos nacionalistas, la cinematografía, la literatura y los mass media han promovido las dicotomías masculino-femenino, heterosexual-homosexual, normal-anormal, sin embargo, la ilusión de una sexualidad fija, cerrada y coherente, que se erige en relación con su contraparte, “la homosexualidad”, en esas mismas atribuciones, se derrumba ante las rupturas, quiebres y fracturas de la aparente congruencia y estabilidad. La sexualidad es un campo de batalla de la significación, donde misoginia y homofobia son su fundamento, pero también las hendiduras que permiten su deconstrucción.

Particularmente, los filmes de los años cincuenta A toda máquina y ¿Qué te ha dado esa mujer? podrían tener una lectura de cómo los machos aman a otros machos; esto, más allá de las prescripciones que contienen las políticas de identidad de la disidencia sexual. En esta lectura, la homosocialidad toca el umbral del goce, encuentro íntimo que habla de un deseo erótico entre hombres nombrado, pues esto implicaría quebrar la norma social que impone la homofobia y, en su caso, la abyección, el rechazo y la condena. Un homoerotismo que debe quedar en la liminalidad del deseo. El escape de la mirada pública que demuestra que la sociedad mexicana ha tolerado los encuentros homoeróticos mientras estos sean invisibles.

Posteriormente, en películas como El lugar sin límite, de Ripstein, expone al macho, aquel que reitera arduamente su gusto por las mujeres y su desprecio y asco por la homosexualidad, mientras que los homosexuales y transgéneros que enfrentan el prejuicio social le sirven de referente que delimita y forma su masculinidad. Aparente dualismo que lleva cada parte a los extremos, pero que en su límite final se funden y se confunden en una misma unidad, pues la política del deseo invita al placer para luego hacer un revés y mantener un estado de terror y violencia. Este filme muestra la dualidad de la imagen del travesti, deseo-desprecio, que aunque reitera la división masculino-femenino evidencia la artificialidad del género y su siempre liga con la identidad sexual y la práctica erótica. Asimismo, aunque el travesti encarna el castigado afeminamiento de los hombres, a su vez también muestran el deseo homoerótico y la descolocación de las identidades.

La configuración de la sexualidad y sus diversas bifurcaciones han adquirido variadas expresiones y rostros; ahora las especificidades se han hecho más presentes, no basta con la autodenominación de gay, lesbiana, bisexual, heterosexual, sino que se erigen otras identidades tanto en el sentido de lo particular, como las lesbianas butch o un gayoso, como quienes su deseo erótico es inaprensible a una simple identidad; como los llamados heteroflexibles, mañosos, curiosos, indeterminados o queer. Las resistencias ante la sexualidad normalizada se nutren del espacio de la abyección y resignifican culturalmente otras formas de denominación auto y heteroasignada, como los constructos identitarios del “joto”; la “loca”; el “mayate”; el “chichifo”; el “chacal”; las “vaquerobias”; las “camioneras”; las “vestidas”; entre otros.

A manera de conclusión

En algunos casos, la disidencia sexual aún continúa generando terribles consecuencias que propician en un gran número de hombres y mujeres jóvenes sentimientos de culpa, vergüenza u ocultamiento. Propiciando con ello discriminación, abuso, violencia y rechazo.

La presencia, visibilidad y exigencia de los derechos humanos y ciudadanos propicia más apertura y aceptación de las sexualidades -antes soterradas y silenciadas- en cada vez mayores espacios de la vida social y privada de los individuos. Sin embargo, aún nos enfrentamos a nuevas formas más sutiles y sofisticadas para discriminar, segregar y rechazar lo diferente.•

Nota:

I. Bar homosexual en que irrumpió la policía en los años sesenta en Nueva York.

II. Weeks (1998:41) señala que el impacto de dichas prácticas sociales dan sentido a las actividades corporales, configuran definiciones y limitan y controlan el comportamiento humano.

Referencias:

I. Domínguez, Héctor, 2013, De la sensualidad a la violencia de género, la modernidad y la nación en las representaciones de la masculinidad en el México contemporáneo, Publicaciones de la Casa Chata, CIESAS, México.

II. Fassin, Eric, 2002, Sexual Events:From Clarence Thomas to Monica Lewinsky, A Journal of Feminist Cultural Studies, 13.2.

III. Fuchs, Eduard, 1996, Historia ilustrada de la moral sexual, La época burguesa, Alianza Editorial, España.

IV. McKee, Robert; McCaughan, Edward; y Nasser, Michelle, 2003,The famous 41. Sexuality and social control in Mexico, 1901, Palgrave, New York

V. Preciado, Beatriz, 2008,TestoYonqui, Editorial Espasa Calpe, Madrid.

VI. Weeks, Jeffrey, 1998, Sexualidad, PUEG-UNAM y Paidós, México.

Salvador Cruz Sierra
Académico especializado en psicología social y estudios de género. Ha desarrollado investigación sobre violencia social y masculinidad, así como diversidad sexual y género. Actualmente está desarrollando trabajo sobre violencia social y masculinidad, así como masculinidades juveniles y colectivos culturales juveniles. Es Licenciado en Psicología por la UAM, Unidad Xochimilco, con Maestría en Psicología Social por la UNAM y Doctorado en Ciencias Sociales, por la UAM, Unidad Xochimilco. Actualmente está cursando el Programa Postdoctoral de Investigación en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Es Profesor investigador en el Colegio de la Frontera Norte, adscrito al departamento de Estudios Culturales, Investigador Nacional nivel II. Es Coordinador del Consejo Municipal para el desarrollo de las Culturas y las Artes en el Municipio de Cd. Juárez y Coordinador del Consejo Ciudadano del Programa de Desarrollo Cultural Municipal en 2009. Desde 2012 forma parte del Consejo Curatorial del Museo del IMBA en Ciudad Juárez. Cuenta con varios artículos publicados en revistas científicas y de divulgación.
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