El Presidente electo ha anunciado que recorrerá una vez más, a partir de esta semana, todo el país. En ese sentido, hay que reconocer “la vocación territorial” que tiene, así como la voluntad de estar cerca, de palpar y de conocer de primera mano muchas de las demandas y problemáticas que tiene la ciudadanía. Por lo anterior, será interesante observar el giro que dé a su discurso, pues lo esperable es que el tono y contenido se modifiquen, sustancialmente, respecto de la campaña electoral.
Ya no se trata de denunciar y mostrar todo lo que falta, sino que hoy enfrentará el reto de delinear con mayores grados de precisión cuáles son las soluciones y el tiempo que éstas tardarán en llegar al territorio.
En lo que resta del año, visitará entidades y municipios en los que encontrará autoridades, igual que él, electas el mes de julio, cuya legitimidad electoral es la misma que él transporta, y con las cuales deberá generar, rápidamente, un diálogo fructífero para lograr que el país avance al ritmo que requiere hacerlo.
Andrés Manuel López Obrador conoce la diversidad de regiones, la pluralidad y diversidad cultural, religiosa, étnica y de todo tipo que nos caracterizan. Por eso, este nuevo recorrido debe ser aprovechado para precisar su noción en torno al desarrollo de cada una de las regiones, considerando sobre todo que se encontrará una vez más, con el dolor, la frustración y el anhelo y exigencia de justicia que existe en todo el país.
Ése será uno de los mayores retos que enfrentará su administración: cerrar las brechas que existen entre los estados de la República, las desigualdades intermunicipales, así como las disparidades intramunicipales que persisten en cuanto al acceso a servicios públicos y posibilidades para el desarrollo se refiere, esto sin olvidar las distancias que dividen al sector rural del urbano.
Lograrlo requiere de una renovada visión del desarrollo regional para lograr tres propósitos: 1) aprovechar, o reconvertir, en los casos en que así sea necesario, las capacidades y vocaciones productivas de los pueblos y comunidades a fin de acelerar los procesos de crecimiento y desarrollo.
2) proteger y potenciar el patrimonio cultural y ambiental de las comunidades y regiones, y 3) articular y generar nuevas cadenas productivas y de valor que detonen procesos de largo plazo para el desarrollo integral del país.
Debe hacerse hincapié en el hecho de que sólo en Nuevo León se tiene un porcentaje de población en pobreza inferior al 20%; mientras que en otras como Chiapas y Oaxaca, se supera el 70 por ciento.
Desde esa perspectiva, debe reconocerse que si bien es cierto que la construcción de infraestructura es fundamental para impulsar el crecimiento económico, el desarrollo social integral requiere de mucho más, pues de otro modo corremos el riesgo de continuar generando potentes polos de desarrollo como el corredor industrial del Bajío, la Laguna, los grandes puertos como Veracruz y Manzanillo, por citar sólo algunos ejemplos, al lado de mares de desigualdad y pobreza.
Desde esta óptica, debe comprenderse que nuestro país ya no sólo está dividido entre “sur y norte”, sino que hoy tenemos todo un “mosaico” que distribuye de manera injusta las posibilidades de desarrollo y acceso a condiciones para la garantía plena de los derechos humanos.
Para construir una nueva lógica de desarrollo regional, urge que puedan alinearse todos los instrumentos de planeación (Plan Nacional de desarrollo, planes estatales y municipales), a fin de promover la convergencia de territorios, y con ello también alinear las estrategias públicas para resignificar las ideas de complementariedad y la subsidiariedad.
El Presidente electo va a caminar nuevamente por este territorio fracturado y segmentado, cuya mayoría de habitantes le otorgó el mandato de conducir el proceso de transformación para acceder al bienestar y hacia condiciones de vida digna para todos.
Hoy, además de escuchar las demandas, estará ante el reto de ofrecer las urgentes soluciones que la nación exige.
@mariolfuentes1 | Investigador del PUED-UNAM