por José Woldenberg
Democracia
Hace ocho años el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) documentó –como en los chistes rutinarios– dos noticias, una buena y otra mala. La primera era que en América Latina se había vivido una potente ola democratizadora que había dejado atrás los regímenes dictatoriales y autoritarios. La mala: que las nuevas democracias tenían que reproducirse en un ambiente nada favorable marcado por abismales desigualdades y franjas enormes de pobreza. Era la primera vez en la historia de América Latina que ese triángulo –democracia, pobreza y desigualdad– se hacía presente en prácticamente la totalidad de los países.