La democracia no es otra cosa que una forma de organización de las sociedades en la que el auténtico titular del poder es la ciudadanía, formada por miembros libres e iguales, quienes toman las decisiones mediante mecanismos de participación directa o indirecta, a través de los cuales otorgan legitimidad a quienes los representan.
Por Ricardo de la Peña**. Síguelo en twitter: @Ricartur59
Suele distinguirse entre democracia representativa, cuando las decisiones sobre normas y actos de gobierno las adoptan personas reconocidas por la ciudadanía como sus representantes, y la democracia participativa, cuando se adaptan procedimientos para que los ciudadanos puedan ejercer influencia directa en las decisiones públicas, lo que se facilita por medio de mecanismos consultivos y plebiscitos, que pueden o no llegar a ser vinculantes.
En la representativa la ciudadanía se limita simplemente a elegir a sus representantes para que estos deliberen y tomen las decisiones con el poder que el pueblo les otorga por medio del voto y en la participativa se permite que los ciudadanos se expresen de manera directa en circunstancias particulares, mediante diversos mecanismos.
Otras formas de democracia
Los mecanismos convencionales de participación democrática no representativa son el referéndum, donde la ciudadana expresa su aprobación o rechazo a una propuesta; el plebiscito, donde es respecto a una norma que se expresan; la iniciativa popular, para que los ciudadanos puedan proponer la expedición o derogación de una norma; y la destitución popular, como la revocación de mandato, por el que los ciudadanos pueden destituir a un representante electo antes de que finalice su periodo.
En la democracia moderna se asume como principio la llamada “regla de la mayoría”: el derecho de la mayoría a que se adopte su posición cuando existen diversas propuestas. Pero esto es sólo la base, pues la construcción de una democracia auténtica demanda un complejo sistema en el que el poder se divide entre múltiples órganos y ámbitos territoriales y se establecen variados sistemas de control, contrapesos y limitaciones, que llevan a la conformación de distintos tipos de mayorías, a la preservación de derechos y ámbitos básicos para las minorías y a garantizar los derechos humanos de individuos y grupos sociales.
La democracia exige que se reconozca la posibilidad de que cualquier persona pueda participar en condiciones de igualdad en el ejercicio del poder político dentro de un determinado territorio. Para que esto sea efectivo, el concepto de democracia debe ampliarse para dar cabida a principios que limiten y controlen a diversos poderes que coexistan de forma equilibrada y surjan de una diversidad de fuerzas políticas o partidos que compitan por detentar la condición de mayoría.
La relevancia de los ciudadanos
Los ciudadanos en sociedades verdaderamente democráticas requieren acceso a distintas fuentes de datos y hechos que garanticen su derecho a la información, libertad de expresión y de asociación y, desde luego, que los derechos humanos tengan plena vigencia, lo que supone un marco institucional de protección a las minorías. A esta forma de democracia, la única forma efectiva, se le acostumbra llamar “democracia liberal”, para distinguirla de otras concepciones de cómo ordenar sociedades que no son propiamente democráticas, pero que se disfrazan como tales.
Dos ejemplos de sistemas no democráticos, pero que reclaman ser llamados así, son las autodenominadas “democracias populares”, propias de sistemas socialistas donde existe un partido hegemónico, formalmente único o que no puede perder su condición de mayoría, íntimamente vinculado al Estado, y dentro del cual debe organizarse la representación de las diferentes posiciones políticas, sin que exista una auténtica libertad de expresión y de información fuera del control del poder establecido.
Otro son las “democracias plebiscitarias”, donde el poder se concentra en un líder carismático, a quien sus adeptos le atribuyen la posesión de fuerzas extraordinarias. Este líder, al alcanzar el poder, integra una administración conformada por funcionarios obedientes que siguen mandatos derivados de revelaciones fortuitas y revocables del propio líder.
El mundo de las consultas en la democracia directa
Para fortalecerse, este sistema busca concretar el apoyo ciudadano mediante fórmulas de consulta popular cuya finalidad es reformar y transformar las instituciones propiamente liberales, legitimando mediante plebiscitos actos orientados a reestructurar el orden jurídico, para concentrar el poder y garantizar la preservación de la mayoría en manos de quien ha obtenido el poder.
La utilización de los mecanismos de consulta popular, plebiscitos o referéndums tienen sus límites para conocer la auténtica voluntad de la colectividad, pues en la práctica suelen ser los gobernantes quienes seleccionan los temas que se someterán a consulta, sin que necesariamente se garantice la disposición por los ciudadanos de información completa y equilibrada sobre la materia, además de ser los propios gobernantes quienes definen el contenido y sentido de las preguntas, las cuales pueden ser manipuladas en su redacción. Todo esto afecta al contenido democrático de estos instrumentos de participación.
El historiador griego Polibio acuñó hace más de dos milenios el concepto de oclocracia, o gobierno de la muchedumbre, para referirse al último estado de degeneración de la democracia. En la oclocracia, el gobierno del pueblo es reemplazado por la masa, que es un agente corrompido y tumultuoso que expone una voluntad viciada, confusa, irracional, fruto de una acción demagógica que deja toda la esperanza de reconducción en un hombre providencial.
Como apuntaría mucho tiempo después Rousseau, para que la oclocracia fuese una fuente de poder legítimo, le hace falta la piedra angular: la voluntad general de ciudadanos libres, conscientes de su situación y sus necesidades, una voluntad formada y preparada para la toma de decisiones y para ejercer su poder de legitimación de forma plena. Esa voluntad general es la auténtica base de la democracia.
Una auténtica democracia liberal
Hoy día, en nuestra sociedad, para hacer cabal y auténtica una democracia liberal, debiera fortalecerse la autonomía de los órganos electorales; ampliarse las posibilidades de acceso partidario o individual al voto pasivo; limitarse y equilibrarse el financiamiento público a los contendientes; garantizarse el equilibrio en la representación mediante el reforzamiento de mecanismos de proporcionalidad; permitir la definición clara de decisiones sobre quién ha de gobernar mediante segundas vueltas para ejecutivos; y establecer procesos equilibrados para la revocación de mandatos, lo que supone que su consulta no se reduzca a una simple ratificación o no del titular, sino que incorpore la opción de elegir al suplente potencial.
En cuanto a las fórmulas de consulta directa, sin caerse en un debilitamiento de los órganos legislativos, pudiera darse paso a instrumentos que permitan que los afectados por las decisiones públicas puedan presentar propuestas y manifestar el sentido de su voto a través de la red mundial, sin tener que delegarlo necesariamente a representantes electos. Esto dotaría a los mecanismos plebiscitarios de la ductilidad propia de la actual “democracia líquida”, pero garantizando que las consultas tengan los controles y condiciones que las hagan confiables.
Algunos mínimos
Habría por demás que asegurar mínimos de participación para otorgarles carácter vinculatorio.
No se trataría entonces de promover la inmovilidad o de caer en un conservadurismo que vea en toda reforma un riesgo y en lo vigente lo único posible. Al contrario, se debiera impulsar la creatividad, la imaginación, para encontrar nuevas fórmulas que alimenten la auténtica democracia y nos aleje de formatos propiamente autoritarios.
Constituir una plataforma común de propuestas que permita la confluencia de las fuerzas políticas democráticas sería la vía para impedir el retorno a un sistema hegemónico o la perpetuación de una mayoría sin posibilidad de alternancia. Preservemos nuestra democracia promoviendo la confluencia en torno a los valores fundamentales que garantizan nuestras libertades. Esa es la tarea por venir.
**El autor es experto en temas político-electorales; actualmente es presidente de Investigaciones Sociales Aplicadas (ISA)
También te puede interesar: ¿Democracia o nazifascismo?