por Philippe Marlière / @PhMarliere
El resultado de Jean-Luc Mélenchon en la primera vuelta de la elección presidencial en Francia es el árbol que oculta el bosque. La izquierda desunida se encuentra en una posición de debilidad raramente alcanzada en su historia
En primer lugar, la debilidad electoral de la izquierda: en 2012 François Hollande había conseguido más de 10 millones de votos (28,36%), Jean-Luc Mélenchon alrededor de 4 millones (11,1%), Philippe Poutou 411 000 (1,15%) y Nathalie Arthaud 232 000 (0,56%). Es decir, un total para la izquierda de 41,44% de los sufragios.
En 2017, Mélenchon obtuvo un total de 7 millones de votos (19,58%), Benoît Hamon más de 2,2 millones (6,36%), Poutou un poco más de 390 000 y Arthaud 232 000. El porcentaje total de votos de izquierda sumó 26,67% de los sufragios, es decir, un retroceso de 13,77% de los votos (una tercera parte del total de 2012).
Son alrededor de 5 millones de votos de izquierda que se evaporaron en cinco años. La (casi) desaparición de la izquierda en la Asamblea nacional es una hipótesis que hay que tomar en serio.
Con un porcentaje de 21,3%, Marine Le Pen progresó 3,5%, las derechas (François Fillon y Nicolas Dupont-Aignan) perdieron 4%, pero no les fue tan mal en comparación con el porcentaje de perdidos por la izquierda: 13,77%.
Es importante señalar que es una derecha económicamente “néo-thatcheriana” y xenófoba que aglutinó 41,01% de los sufragios, es decir alrededor del total de toda la izquierda en 2012. La derecha “dura” es sin lugar a dudas mayoritaria en Francia.
El vuelco del mapa electoral es la consecuencia del avance de Emmanuel Macron (24,1%). El Partido socialista es la primera víctima: el ala neoliberal-autoritaria prefirió menoscabar la candidatura de un social-demócrata de izquierda que habría podido reconciliar al Partido socialista con su electorado.
Cuando se consiguió el naufragio de Hamon (hacia mediados de marzo), el éxodo de los electores socialistas hacia Mélenchon realizada a la fuerza para asegurar in extremis la calificación de la izquierda en la segunda vuelta. Esfuerzo en vano.
La libertad amenazada
La izquierda está políticamente e ideológicamente debilitada: ausente de la segunda vuelta como en 2002, aborda este proceso con un estado de ánimo diferente. Hace quince años, la constitución de un frente republicano que abarcó a la izquierda partidista y sindical, así como a los sectores “republicanos” de la derecha, fue crucial en la magistral derrota infligida a Jean-Marie Le Pen. La izquierda está hoy profundamente dividida. Hamon llamó sin tardar a votar por Macron, pero Mélenchon rechazó decir si votará por el ex secretario de economía para “no dividir a su movimiento”.
Si la noción misma de “frente republicano” aparece hoy en día desacreditada por la larga historia de renuncias electorales a favor de candidatos de derecha, algunas veces poco “republicanos”, la necesidad de la izquierda de unirse contra la extrema derecha debería sin embargo de continuar siendo un imperativo absoluto
¿Cómo no ver que la historia, la cultura, las ideas y el programa del Frente Nacional (FN) contribuyen al establecimiento de una sociedad autoritaria y discriminatoria (sobre todo a través de la política de “preferencia nacional”)? En el marco de la 5ª república, una presidencia Le Pen abriría las válvulas de un racismo de Estado institucionalizado.
Los Árabes, los Romaníes y los Negros estarían en el primer plano del nuevo régimen. Lo son ciertamente en práctica, pero el racismo se volvería oficial, legalizado en una buena medida, y culturalmente banalizado. Los derechos sindicales, políticos y las libertades públicas se restringirían seriamente.
¿Un presidente Macron tendría las mismas (malas) intenciones que Le Pen en lo que concierne las libertades y los derechos civiles? No. Podemos estimar ciertamente que en ese campo, sus compromisos son insuficientemente enérgicos o precios, pero no se le puede acusar de un tal designio. Ni Le Pen, ni Fillon habrían reconocido que la colonización fue un crimen contra la humanidad (propósitos de los cuales desgraciadamente Macron se retractó bajo presión).
Su concepción de la laicidad es más inclusiva y pluralista que la de muchos dirigentes de izquierda (inclusive a la izquierda del Partido Socialista). La presidencia Macron no atentaría más contra las libertades que la de Mitterrand, Chirac, Sarkozy u Hollande). Es más bien la orientación económica de Macron que plantea problemas.
Tenemos entonces un candidato neoliberal (en la misma vena “blairista” que se encuentra en el poder en los partidos social-demócratas en Europa desde los años noventa) y una candidata de extrema derecha fiel a las obsesiones de esta familia política (inmigrados, etnicidad, musulmanes, judíos, romaníes, homosexuales y comunistas).
¿Hay que despreciar a tal punto las libertades para tomar a la ligera la hipótesis de un resultado elevado de Marine Le Pen? Peor, una abstención importante de la izquierda permitiría incluso su victoria. Este resultado sigue siendo hipotético, pero se volvió una posibilidad, mientras que en 2002 esto era totalmente imposible
Tenemos entonces una parte de la izquierda eliminada en la primera vuelta que defiende un “ni ni” fuera de tema. Fuera de tema, pues votar por Macron no significa por nada “avalar” su programa económico. Si Macron gana la elección con 80%, 60% o 50%, aplicará su programa. Ya lo anunció y lo confirmó.
El desafío no es encontrar un compromiso (nuestro voto contra un cambio en ciertas políticas económicas) sino de infligir (lo más posible) una clara derrota utilizando para esto el voto Macron. El tiempo de la oposición política comenzara después de la elección de Macron.
Si Le Pen deberá de mejorar sobradamente el resultado de su padre, su influencia nefasta sobre los debates post-elección se encontraría reforzada. La izquierda no debería de dudar en votar por Macron con la siguiente consigna: “¡derrotar a Le Pen el 7 de mayo, oponerse a Macron a partir del 8 de mayo!”.
En otras palabras, la izquierda debe preservar un marco de debate colectivo democrático para enseguida hacer fracasar la política económica del nuevo presidente. Aquellas y aquellos que han vivido bajo una dictadura saben muy bien que una lucha por los derechos sociales y económicos es virtualmente imposible a llevar a cabo dentro de un régimen donde se han suspendido las libertades humanas esenciales.
La constitución de la 5ª republica confiere al presidente elegido (a) y a su gobierno poderes exorbitantes (artículo 16, articulo 49.3, legislación por orden del ejecutivo). Nuestras instituciones son ideales para Marine Le Pen y su gobierno autoritario. La dirigente del FN lo sabe, y es de hecho por ello que no piensa cambiar.
Caricaturas y demonización
En lugar de esto, los abstencionistas de izquierda navegan entre mala fe y teorización dudosa de su posición. La mala fe es patente, pues estos abstencionistas esperando que haya un número suficiente de electores de izquierda que votarán por Macron para evitar la victoria de Le Pen (que no desean por supuesto).
La teorización de esta abstención es igualmente dudosa. Para justificar la ausencia del voto anti-Le Pen, alguno(a)s arguyen que una presidencia Macron sería tan nociva como una presidencia Le Pen y que el neoliberalismo (que nutre al fascismo) sería tan pernicioso como un régimen autoritario y racista (que será igualmente neoliberal, dicho sea de paso). En otros términos “entre la peste y el cólera” uno no elige.
Este “ni ni” puede ser defendido a condición de considerar que Macron representa un peligro tan grande como Le Pen. Para hacer esto hay que demonizar al ex secretario de economía: las expresiones “Macron el oligarca” y Macron “el banquero” se volvieron figuras retoricas de odio para el candidato de “¡En Marcha!”[1]. El estereotipo del banquero codicioso nos remite a la representación del judío cosmopolita del periodo de entre-guerras (de hecho se le reprocha de gran manera su “cosmopolitismo”).
En cuanto a los términos de “oligarca” o de “casta”, propios al léxico populista a la moda, son atajos reduccionistas que obscurecen el pensamiento del mismo modo que el fetichismo de la palabra “pueblo”, otra noción políticamente indefinida y sociológicamente obscura.
Una socióloga que junto con su esposo tuvieron gran éxito por su estudio de la gran burguesía francesa, justificó su abstención al poner los nombres de Trump, Fillon, Le Pen y Macron en la misma categoría de indeseables. Según ella, estos pertenecen a una “oligarquía” o una “casta” unida y consiente [1]. Este análisis es simplista y peligroso.
Sugiere que un candidato de centro-derecha sería igualmente peligroso que una representante de la extrema derecha. Supone también que el neoliberalismo es sinónimo en todos los casos, de un régimen autoritario. Ahora bien, la Francia de Hollande no es el Chile de Pinochet, ni los Estados Unidos de Trump. Macron podría ser, en igualdad de circunstancias, una versión un poco derechizada de Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá.
A fuerza de enfangar las aguas, uno enreda las cosas. La prueba: 40% de los electores de Mélenchon declaran querer abstenerse y 20% votarán por Le Pen. En efecto, si los intelectuales de izquierda repiten hasta el cansancio que “neoliberal” es igualmente peligroso que “facho” ¿Por qué no votar entonces directamente por Le Pen? ¿No está ella finalmente en contra de “la Europa de banqueros”? Que 20% del electorado de izquierda tengan la intención de votar por Le Pen es extremadamente chocante y preocupante. Aquí lo tenemos: la demonización de Macron tiene por efecto de hacer posible y de legitimar un voto por Le Pen; una aberración cuando se es de izquierda.
Es ahí donde reside el problema: la demonización de Macron impide todo análisis desapasionado y lucido de su política social y económica. Macron no es un hombre de izquierda, pero no pertenece tampoco a la derecha reaccionaria y dura.
Propone una nueva síntesis política en Francia que tiene fundamento en las dos bases del liberalismo, una económica y otra cultural. A este respecto, Macron es el portavoz de los segmentos de la poblacion de izquierda y de derecha que apoyaran su política. Para combatirlo eficazmente, se necesitan entonces saber cuáles son sus intenciones.
En 1979, Stuart Hall publicó un artículo notable en la revista Marxism Today [2]. En éste, llamaba a sus camaradas de izquierda a revisar su interpretación marxista mecanicista para captar lo que había de auténticamente nuevo en el “neo-capitalismo popular” en el corazón del thatcherismo.
Quería comprender por qué éste había seducido a las clases media y a una parte del electorado obrero. Si no se comprende esta capacidad de atracción en los ex electores del partido de los trabajadores – advertía – la izquierda no podrá derrotar al gobierno de Thatcher.
Es precisamente esta tarea la que debe importar ahora a la izquierda francesa. Macron no debe reducirse a la caricatura del “evangelista de la extrema finanza”. Si esta izquierda se queda en ese nivel de los slogans y caricaturas demoniacas de su adversario, no podrá oponerse más que en palabras y se quedara como una minoría durante largo tiempo.
La izquierda de la izquierda será rechazada por la gente, si pone en un mismo plano la democracia burguesa y un régimen autoritario. La defensa de las libertades fundamentales es para la izquierda, uno de los grandes combates anti-totalitarios del siglo XX. Amenazados estos últimos días, conviene preservarlos contra las tentaciones autoritarias de la derecha, pero también de la izquierda.
[1] Monique Pinçon-Charlot, “C’est une guerre de classes des plus riches contre les peuples”, France Inter, 26 avril 2017, https://www.franceinter.fr/emissions/l-invite-du-5-7/l-invite-du-5-7-26-avril-2017
[2] Stuart Hall, “The Great Moving Right Show”, Marxism Today, janvier 1979.
[1] ¡En Marcha! es el nombre del movimiento de Macron.
Philippe Marlière es Profesor de Ciencias Políticas en la University College London (Traducción de Laila Porras) @PhMarliere
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