Buenas tardes, agradezco el amable gesto del Dr. Mario Luis Fuentes y el Dr. Saúl Arellano para invitarme a pensar junto con ellos este Índice de los Derechos de la niñez, 2022. Un riguroso, importante y necesario diagnóstico del “estado de incumplimiento de los derechos de la niñez” en nuestro país.
Escrito por: Patricia Ciénega
Comparto esta breve reflexión como respuesta al llamado y la interpelación que nos hacen los autores para tomar una posición ética ante las indignantes condiciones de violencia, pobreza, rezago y de explotación en las que viven millones de niñas, niños y adolescentes mexicanos.
Los autores son claros al enfatizar que el texto que presentan, no debe ser leído solo como un ejercicio de medición”, los cito: “El número no es sinónimo ni síntesis de la realidad, sino apenas una ventana que permite asomarse al enorme mar de la complejidad social…” (Fuentes y Arellano, p.18).
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El riguroso ejercicio de medición estadística que nos aportan tiene un enorme valor para dar cuenta de los avances y retrocesos que se tienen en cada uno de los derechos de niñas, niños y adolescentes contemplados tanto en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos como en la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes”, y con ello ofrecer a la sociedad y “…a las autoridades de todos los niveles de gobierno, información precisa de los temas que hay que atender con prioridad para que la niñez mexicana viva en un país que garantice su dignidad y bienestar” (Fuentes y Arellano, p.13).
Sin embargo, la apuesta de Mario Luis y Saúl va más allá, lo que nos proponen es “dotar al análisis estadístico de capacidad de habla”, “pensar los números como signos que deben ser interpretados en todo lo que muestran, pero también en lo que ocultan” (Fuentes y Arellano, p.83).
Pero lo que nos muestra el Índice de los Derechos de la niñez se resiste a ocultar, revelándonos la dramática realidad en la que viven las personas menores de 18 años en este país, haciendo visibles los “severos incumplimientos en lo que respecta al derecho a la vida y la supervivencia, el derecho a la salud, el derecho a vivir protegidos contra toda forma de violencia, abuso o maltrato, el derecho a la alimentación, el derecho a la educación y a vivir en condiciones adecuadas de bienestar” (Fuentes y Arellano, p.13).
La conclusión de los autores es contundente: “México es un país inapropiado para la niñez” (Fuentes y Arellano, p.13).
A pesar de que en el papel México está adscrito a una serie de leyes que aparentemente buscan el Principio del Interés Superior de la Niñez, en la práctica hay “una ausencia de perspectiva de los derechos de niñas, niños y adolescentes” (Fuentes y Arellano, p.41), como señalan los autores: “el desempeño de las instituciones, invisibiliza o niega la relevancia de intervenir siempre a favor de las infancias” (Fuentes y Arellano, p.41).
Suscribo la pregunta que lanzan Mario Luis y Saúl al respecto de tal incongruencia: “¿Qué significa el mandato de poner siempre primero a niñas, niños y adolescentes en todas las decisiones que les afectan? ¿Se toma en serio dicho mandato ético?” (Fuentes y Arellano, p.16), y agrego, ¿qué produce que en la práctica se repitan contradicciones que terminan por vulnerar constantemente sus derechos?
Lo que el Índice de los Derechos de la niñez hace evidente es el no-lugar para las infancias en nuestro país para subrayar que este no-lugar apela por ser reconocido y con ello, construir la posibilidad de restituirles un lugar, no de un devenir siniestro, sino de un por-venir.
La construcción de esta posibilidad implica una toma de posición ética con respecto a la propia práctica de aquellos que tenemos la enorme responsabilidad de trabajar con la infancia, desde cualquier disciplina.
Retomo aquí el término de institución de infancia, propuesto por las psicoanalista Perla Zelmanovich y Mercedes Minnicelli (2012). Dicho término nos permite jugar con las palabras, se trata tanto del instituir la infancia, como de las instituciones que tienen la responsabilidad de constituirla. Es una operatoria del lenguaje que producirá una inscripción social y subjetiva.
El planteamiento de las autoras citadas apunta a que no es posible describir e inscribir a los niños, niñas y adolescentes por fuera del universo simbólico vehiculizado por el lenguaje, y además considerar, que esta operación es realizada a través de discursos y prácticas de época.
La institución de infancia – en el sentido de inscripción – “no será una operación ni exclusivamente singular…ni exclusivamente colectiva…sino que dependerá de las formas en que lo singular y lo colectivo se reflejen…” (Zelmanovich y Minnicelli, 2012, p.40).
En este orden de ideas, desde el discurso psicoanalítico, se hace necesario distinguir ese residuo de lo infantil, “resto que permanece en el “adulto” como saldo de la propia infancia que ya fue”…“…instituir infancia implicará aportar, en el texto del discurso de época, a la escritura de la diferencia que intenta desdibujarse entre el lenguaje infantil y lenguaje adulto…, entre el infantil sujeto y lo infantil en el adulto” (Zelmanovich y Minnicelli, 2012, p.41).
Es una particularidad de la época la renuncia de los adultos a ejercer su función de dejar marcas, huellas, significantes, que inscriban subjetivamente a los niños en el orden familiar y social, y me parece que el libro que hoy nos ocupa, testimonia lo anterior.
A falta de esta institución de infancia por parte de los adultos y sus instituciones, es que niñas y niños quedan expuestos a un estado de desamparo simbólico, que los deja a la deriva, desprotegidos en lo más fundamental, que tiene que ver más con el orden del afecto y de la disposición de quienes trabajamos con niñas y niños para dejarnos ser también afectados.
En el campo de la infancia, podemos hablar de un “real de la experiencia de las prácticas profesionales contemporáneas”, que se encuentra vinculada a la impotencia y la desesperanza del profesional debido a la extrema vulnerabilidad y desvalimiento en el que pueden encontrarse las niñas y los niños con los que trabaja. Impotencia que puede llevar al desfallecimiento de su función si no se considera la propia subjetividad. Lo complejo del asunto es que muchas veces en aras de una superficial “objetividad” o debido a la angustia que produce la práctica, podemos dejar de vernos a nosotros mismos y a ese otro del cual somos responsables, y convertirnos en meros “espectadores”, manteniendo una actitud pasiva, repitiendo técnicas, saberes, procedimientos. De ahí la necesidad de dar la palabra también a los profesionales para tratar de simbolizar algo de ese real de la experiencia, promover y producir al interior mismo de la institución la apertura de espacios en donde el cuestionamiento, la reflexión y el análisis de la propia práctica evite la “fijeza” de lugares, hacer un cambio desde el lenguaje para que eso se vea reflejado en el hacer.
El Índice de los Derechos de la niñez nos permite pensar en lo necesario del trabajo interdisciplinario para que las intervenciones sean pensadas a partir de tres cruces: lo social, lo institucional, y lo singular, a partir de ello es que las instituciones, los profesionales pueden instituir infancia. Para ello es fundamental dar sitio y escuchar la voz infantil, lo que conlleva a admitir su lugar como sujeto con una historia singular que lo precede.
Apuntar al reconocimiento de esa singularidad implica construir una historia con esa niña, con ese niño, donar marcas que posibiliten su pasaje de sujeto perjudicado a sujeto de palabra. Y este pasaje no será posible de advenir si no es recabando piezas que puedan esclarecer los puntos ciegos de cada práctica.
Mario Luis Fuentes y Saúl Arellano nos donan el esfuerzo y el trabajo de sostener una tarea imprescindible para dar cuenta de que en “México hay mucha tristeza, maltrato, abandono y soledades que todos los días provocan dolor, sufrimiento y llanto a millones de integrantes de la población infantil en el país” (p.15), pero lo hacen para levantar la voz y denunciar lo que ya no puede seguirse sosteniendo, provocar la indignación para responder y tomar una posición ética “una vez que se sabe lo que se sabe”, tomar las acciones necesarias- desde la trinchera de cada una y cada uno como integrantes de esta sociedad – para comenzar a saldar “la enorme deuda social, ética y política que tenemos con las niñas, niños y adolescentes.
Sostenerse en una posición ética como a la que convocan Mario Luis y Saúl, nos implica a tomar posición y a no seguir guardando silencio, porque en la situación actual, callar sería una forma de validar la catástrofe.
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