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Desigualdad de oportunidades y de resultados.

Los estudios de desigualdad se centraron durante mucho tiempo en el ingreso de los hogares o las personas. Estos análisis se han caracterizado por poner la atención en distribuciones estadísticas que suelen controlar por el número de casos en cada grupo, empleando para ello los muy conocidos deciles, quintiles o en general fractiles, y también por el interés en identificar a los actores sociales que los conforman. Una parte importante de las investigaciones realizadas bajo esta óptica se han dedicado al análisis de las relaciones entre desigualdad en la distribución del ingreso y el crecimiento económico, siguiendo los caminos trazados por el trabajo con perspectiva histórica-económica realizado por Simon Kuznets (1965).

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Hacia fines del siglo XX, J. Roemer (1998) introdujo una modificación conceptual que complejizó el concepto de desigualdad. Planteó que el ingreso que obtienen los individuos por su aporte a la actividad económica, se puede dividir en dos partes: una que depende de sus propios esfuerzos y otra que resulta de las circunstancias. La primera, es el producto de la energía aplicada a la realización de su actividad económica, y es de su exclusiva responsabilidad; en tanto que las circunstancias refieren al medio en que se desenvuelve, y que, por lo tanto, escapa a su control.

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De este planteamiento se deriva que: (i) en la desigualdad observada en la distribución del ingreso hay un componente que se origina en las diferencias entre las personas según el medio social al que pertenecen lo que genera disparidades en recursos económicos y sociales para enfrentar la vida. La diversidad de circunstancias se engloba en el concepto desigualdad de oportunidades, que es claramente distinta a la desigualdad de resultados y (ii) aún en el caso hipotético de que “se igualara el piso”, es decir, se garantizara a todas y cada una de las personas igualdad de condiciones iniciales (inexistencia de desigualdad de oportunidades) se observarían discrepancias en los resultados alcanzados por cada quien debido a los esfuerzos económicos diferenciales. Esta es una manera elegante de poner en duda el criterio de equidistribución, que por lo demás es la norma que emplean los índices estadísticos para medir desigualdad (Cortés F. y R.M. Rubalcava 1978) e introducir la noción de desigualdad “legitima”, entendida como aquella que surge de la variedad de los esfuerzos dedicados por cada quien a la realización de actividades en el mercado.

Las investigaciones con orientación macrosocial han buscado y buscan describir la distribución de los ingresos en términos de características estructurales de las sociedades y de sus procesos sociales. Un ejemplo paradigmático lo proporciona el estudio que emprendió Kuznets para desentrañar las relaciones entre crecimiento económico y desigualdad en la distribución del ingreso de los hogares, considerando los procesos de migración campo-ciudad, de la urbanización y el papel que jugó el estado en Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña desde el siglo XVIII hasta comienzos del XX. En general, los análisis realizados desde esta perspectiva macrosocial buscan hacer visibles, por ejemplo,  las diferencias en las condiciones de vida de los hogares localizados en las zonas rurales y urbanas e intentar entender sus orígenes; por analizar la inequidad según la ocupación de las personas o las composiciones ocupacionales de los hogares y el papel que juegan las organizaciones sindicales en la conformación de la desigualdad en el ingreso; las distintas condiciones de vida de la población en función de los niveles educativos de los jefes de familia y la composición de los hogares según niveles de instrucción. El interés también se ha centrado en estudiar el efecto que tiene la intensificación del empleo de la fuerza de trabajo familiar en la desigualdad del ingreso en épocas de crisis económica. En el papel que juegan las transferencias de ingresos provenientes de los programas sociales sobre la desigualdad en la distribución del ingreso. Estos ejemplos no son exhaustivos sino indicativos del tipo de preocupación que interesa en esta corriente de pensamiento, y que marca una diferencia clara respecto a las preguntas que surgen de la perspectiva “igualdad de oportunidades”, pero antes de avanzar en esta dirección es aleccionador apuntar a la matriz teórica en que descansan los planteamientos que derivan del trabajo de Roemer.

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En la década de los ochenta culminan los años de estanflación acompañados de violencia social, huelgas, empobrecimiento, terrorismo y desempleo, y con la toma del poder por los conservadores en Inglaterra y los republicanos en los Estados Unidos de Norteamérica respectivamente; los nuevos gobiernos procedieron a desmantelar sistemáticamente el viejo modelo económico inspirado en las ideas keynesianas y adoptar una estrategia basada en el libre funcionamiento del mercado.

Para la fecha en que tiene lugar el vuelco político ya habían madurado las ideas principales de lo que hoy se conoce con el nombre de modelo neoliberal. El proyecto ideológico había iniciado con la convocatoria de L. Rougier para discutir el libro de Walter Lippmann The Good Society que dio origen a la Mont Pélerin Society[1], esta sociedad siguió reuniéndose para contribuir al progreso del liberalismo en respaldo del interés de las grandes empresas (F. Escalante, 2015).

A raíz de la crisis económica de los ochenta, los países de América Latina sufrieron un endeudamiento extraordinario y para financiarlo tuvieron que recurrir a los organismos financieros internacionales quienes impusieron condicionalidades. Bourguignon (2017) señala: “La crisis de la deuda comenzó en América Latina, específicamente en México, y durante década y media tuvo graves consecuencias para el mundo en desarrollo …… Los programas de ajuste estructural que los organismos internacionales exigieron a cambio de ayuda se basaron en una serie de principios que más tarde fueron bautizados como consenso de Washington. Éstos dieron lugar a profundos cambios institucionales liberalización comercial y financiera, desregulación de los mercados de capital y de mercados de trabajo, privatización, eliminación de los subsidios a consumidores y productores, reducción en el gasto fiscal, etc.” (P. 142)

Para evitar equívocos hay que distinguir entre liberalismo clásico y neoliberalismo. El liberalismo predica que, en consideración de la complejidad de la economía, el estado debe limitarse a garantizar y ensanchar la libertad económica, y actuar con cautela en este campo.  Según B. Amable (2011) la idea central que caracteriza al estado liberal es que debe ser precavido en tomar decisiones en el campo de la economía y que, cuando sea necesario, hacerlo indirectamente.

En contraste con las ideas del liberalismo clásico, el neoliberalismo concibe al capitalismo y al mercado como construcciones artificiales e históricas que existen dentro de un marco institucional, en consecuencia, la intervención gubernamental no se puede concebir limitada únicamente a su ámbito, sino que se extiende también sobre el mercado. Se plantea, entonces, que el estado neoliberal debe cuidar el funcionamiento del mercado; no debe actuar en los ámbitos de la producción y el intercambio, pero sí debe garantizar la competencia (Amable B., 2011).

Hay que subrayar que el neoliberalismo impulsa la participación estatal, a diferencia del liberalismo clásico, con el propósito de garantizar el libre funcionamiento de los mercados e intervenir en los casos en que se observen fallas. Además, se debe notar que el planteamiento neoliberal construye sus explicaciones sobre la base de las decisiones racionales que toman los individuos en el mercado, de aquí deriva que las únicas explicaciones válidas de los fenómenos agregados son aquellas que se desprenden de las acciones individuales.

El cambio de paradigma económico dominante que se produjo en la década de los ochenta se manifestó también en el estudio de la inequidad.  La noción “igualdad de oportunidades” surge en sincronía con él, y proporciona una mirada diferente al enfoque histórico, de orientación keynesiana, que predominó sin contrapeso en América Latina entre las décadas de los sesenta y noventa.

El nuevo enfoque pone énfasis en las decisiones que toman los individuos donde, por lo menos teóricamente, el estado se limita a resolver las fallas de mercado. También surge la idea de que una parte de los ingresos responden a las diferencias en la dedicación de las personas a la actividad productiva, lo que legitima la desigualdad observada o por lo menos parte de ella, e incorpora el concepto de desigualdad de oportunidades que servirá como caballo de batalla para orientar la política pública, con el propósito de igualar las condiciones iniciales, emparejar el piso, o neutralizar las diferenciales económicas y sociales que la provocan.

Por otra parte, la perspectiva tradicional concibe la desigualdad vinculada a procesos sociales, como son la disputa por la distribución del producto entre el trabajo y el capital, que, por lo demás está habitualmente regulada por instancias gubernamentales, y el resultado depende en gran medida de sus poderes relativos y de sus vínculos con el gobierno en turno.  En esta corriente de pensamiento la desigualdad también está vinculada a la inserción de los individuos en la actividad productiva: campesinos, propietarios agrícolas, trabajadores dependientes del sector formal o del sector informal, profesionistas, etc. También se vincula a los procesos socio demográficos que tienen incidencia sobre la oferta de fuerza de trabajo familiar y a la política social o al sistema de protección social.

La nueva aproximación para estudiar la desigualdad, que en una mirada superficial pareciera limitarse a una precisión y diferenciación conceptual (desigualdad de oportunidades y de resultados), es en realidad la punta del iceberg, pues debe entenderse como la manera en que se expresó en este campo de estudio, el cambio de paradigma que tuvo lugar a partir de la década de los ochenta.

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Referencias

Amable B (2011). “Morals and politics in the ideology of neo-liberalism” Socio-Economic Review 9.

Bourguignon F. (2017), La globalización de la desigualdad, Fondo de Cultura Económica, México.

Cortés F. y R.M. Rubalcava (1997), Técnicas estadísticas para el estudio de la desigualdad, El colegio de México.

Escalante F. (2015), El neoliberalismo, Historia Mínima de México, El Colegio de México, México.

Kuznets, S. (1965). “Economic growth and income inequality”. En S. Kuznets, Economic Growth and Structure: Selected Essays. (págs. 257-287). Nueva York: W.W. Norton.

Roemer, J. (1998) Equality of Opportunity. Cambridge, MA: Harvard University Press.


[1] Terminada la Segunda Guerra Mundial, en 1947 el grupo que se había reunido en París en 1938 se reunió en el Hotel du Parc en Mont Pélerin, por esas fechas ya tenía un proyecto mucho más definido “en organización, membresía, y sobre todo en su financiamiento y en su intención era otra cosa. Mucho más político, más estadounidense, más empresarial y con una ambición mucho más concreta también” (F. Escalante 2015).

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