De acuerdo con el análisis de OXFAM-México, el 1% de las familias más ricas del país concentra la quinta parte de la riqueza nacional, y sólo cuatro familias poseen fortunas equivalentes al 9% del PIB anual. En contraste, 55.3 millones de personas viven en pobreza; 35.1 millones cuentan con primaria incompleta; 9 millones de hogares carecen de agua potable en sus viviendas; y en 5 millones se cocina con leña o carbón.
De acuerdo con distintos historiadores, una de las principales causas tanto del movimiento de Independencia nacional como de la Revolución mexicana es la profunda desigualdad que existía en esas épocas. En la primera, la distinción de castas y los privilegios para los españoles, en detrimento de la población denominada como “criolla”, y ya no se diga de la población mestiza e indígena dieron cauce a una indignación y malestar generalizados.
En los años previos a la Revolución, la acumulación de riqueza, expresada fundamentalmente en la posesión de inmensos latifundios, la pobreza y la explotación intensiva de la mano de obra en haciendas, plantaciones y minas, dio también origen a un movimiento cruento que dejó un saldo de aproximadamente un millón de personas muertas.
Luego de 200 años de la Independencia, y de 100 años de la Revolución, no hemos encontrado la clave para abatir ni la pobreza ni la desigualdad. Los anhelos de un país independiente y justo, como lo planteaban Hidalgo y Morelos; y de un país democrático e incluyente de las clases trabajadoras y las poblaciones indígenas, como lo exigieron Madero, Villa y Zapata, se mantienen incumplidos.
Si algo nos corresponde en un sentido histórico -al ser la “generación de los centenarios”- es plantearnos con seriedad en qué momento se extravió el rumbo del país, y en qué momento dejamos de asumir que la justicia, el bienestar y la dignidad humana son las metas irrenunciables para cualquier nación democrática.
Una grosera concentración
Uno de los grandes problemas de nuestra economía se encuentra en la incapacidad que se ha tenido para hacerla crecer de manera sostenida en las últimas décadas; adicionalmente, lo que se logra generar se concentra mayoritariamente en unas cuantas manos, provocando no sólo que los pobres sigan careciendo de casi todo, sino que la desigualdad se mantenga intocada.
Hay varios estudios que han documentado la historia de la desigualdad en nuestro país; entre los más serios se encuentran los de Fernando Cortés y Carlos Tello; mientras que recientemente, OXFAM-México, presentó el documento titulado “Desigualdad Extrema en México”, en el cual se muestra que, en las últimas dos décadas el crecimiento promedio del PIB se ha ubicado en alrededor del 1.5% anual; en contraste, la fortuna de las 16 familias más ricas del país se ha multiplicado por cinco.
Según los datos del mismo estudio, el 1% más rico de la población se queda con una quinta parte del total de la riqueza nacional (21%). Si este dato es de suyo inaceptable, debe agregarse que al considerar al 10% de la población con más ingresos, el porcentaje es de 64.4%. Es decir, un 10% de la población nacional se queda con dos terceras partes de la riqueza generada, mientras que el 90% restante debe vivir con el 35% de los recursos disponibles.
De acuerdo con el citado documento de OXFAM, la riqueza de los cuatro multimillonarios con mayores fortunas equivale al 9% del PIB nacional; una realidad inaudita si se considera que hasta el año 2002 la riqueza de esas cuatro familias equivalía al 2% del PIB.
La vida en el extremo
De acuerdo con la medición multidimensional de la pobreza presentada por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), de cada 100 personas con alguna discapacidad, únicamente 13 son consideradas como no pobres y no vulnerables; son la población con mayor rezago educativo, pues 51.1% se encuentra en esa condición, mientras que 31.1% vive en carencia por acceso a la alimentación.
Asimismo, de cada 100 personas que viven en zonas rurales (en localidades de menos de 2,500 habitantes), 61 de ellas son pobres y únicamente seis son consideradas como no pobres y no vulnerables. Entre ellos, el 57.9% enfrentan carencias por calidad en los espacios en la vivienda; el 80% vive sin seguridad social; mientras que el 32% vive en vulnerabilidad por carencia de acceso a la alimentación.
Por otra parte, de cada 100 personas hablantes de lenguas indígenas, 78 son pobres y únicamente 3 de cada 100 son no pobres y no vulnerables. Son la población con menor acceso a la seguridad social, pues el 80% se encuentra vulnerable por carencia de acceso a tales servicios, mientras que el 59% enfrenta carencias por acceso a servicios al interior de las viviendas.
Otros contrastes
Uno de los grandes rezagos que tenemos como país se encuentra, de manera generalizada, en el ámbito educativo: de acuerdo con la Encuesta Nacional de Hogares (ENH, 2014), que elabora el INEGI, hay 35.8 millones de personas mayores de 16 años con estudios de primaria incompleta; hay además 22.4 millones que apenas han completado la educación primaria; mientras que únicamente 28.6 millones han concluido la secundaria. En lo que respecta a la educación media superior, hay en todo el país únicamente 26.7 millones de personas que han cursado o concluido estudios del bachillerato.
Adicionalmente, 492 mil personas habitan en viviendas que, o bien forman parte de “vecindades”, son cuartos en azotea, o definitivamente son espacios que no fueron construidos para ser habitados; 847 mil viviendas tienen piso de tierra; únicamente 22.3 millones de los 31.3 millones de hogares disponen de agua al interior de sus viviendas; mientras que 5 millones cocinan cotidianamente con leña o carbón.
*Columna publicada con el mismo nombre en el periódico Excélsior, 04- Agosto- 2015, p.18