por David Ramírez de Garay
La desigualdad tiene sin duda alguna mucho que decir cuando se trata de explicar las fuentes sociales del crimen violento, sin embargo, se tiene que considerar como una condición necesaria, mas no suficiente, para la emergencia del fenómeno
La investigación criminológica y sociológica sobre el crimen violento trabaja con una gran variedad de crímenes y una de las áreas más avanzadas es el estudio del homicidio. Ahí, una de las evidencias más robustas que existen es la relación entre desigualdad (medida a través del ingreso) y la probabilidad de altas tasas de homicidio. La evidencia muestra que en un número extenso de países existe una relación positiva entre el incremento de la desigualdad y la tasa de homicidio (I). Sin embargo, por más interesantes que puedan ser estas grandes asociaciones, no es suficiente para comprender la naturaleza de estos vínculos, y es que para acercarnos al trasfondo de la relación hace falta acercar la mirada hacia los contextos nacionales y locales.
La desigualdad tiene efectos en la conformación de lo que la literatura especializada llama contextos criminogénicos, que son las características contextuales relacionadas con la emergencia de distintas formas de criminalidad. No obstante, la gran incógnita está en saber la forma específica en que dichos efectos funcionan y es aquí donde todo se complica.
Para que un contexto se vuelva criminogénico no basta con altos niveles de desigualdad, también se tiene que dar una combinación de factores. Una de las combinaciones más interesantes se da entre disparidad en el ingreso y factores sociodemográficos. Esta idea proviene de los estudios de la criminalidad urbana en la década de los ochenta en los Estados Unidos, y propone que los efectos de la desigualdad no están distribuidos de manera aleatoria, sino que se concentran en grupos sociodemográficos específicos. En ese caso se definían por el origen étnico y se concentraban en grupos de origen afroamericano (II).
En México hay una relación muy clara entre ciertos factores sociodemográficos y los efectos de la desigualdad. Para el homicidio los factores relevantes son edad y densidad poblacional, los cuales se materializan en grupos específicos: jóvenes en zonas urbanas. De acuerdo con la evidencia, los jóvenes entre 15 y 29 años que habitan en zonas urbanas son aquellos en los que la desigualdad incrementa de manera significativa la probabilidad de verse involucrado en un crimen violento (homicidio) (III). Estos resultados no son sorpresivos, ya que si se revisan las tasas de homicidio por edad rápidamente salta a la vista que una gran proporción de víctimas se concentran en este rango (IV), y es probable que la misma relación sea válida para los victimarios (V).
Los efectos de la desigualdad en la criminalidad también son mediados por elementos de la estructura organizacional como el sistema educativo, de salud y de justicia. Independientemente de los niveles que puede alcanzar la desigualdad, estos tres elementos de la estructura organizacional de una sociedad tienen la capacidad de aminorar o incrementar los efectos que la disparidad en el ingreso genera. Basta pensar en escenarios de desigualdad económica donde un sistema de salud no puede evitar que una enfermedad se convierta en una crisis económica familiar; o un sistema educativo donde la movilidad social dependa del nivel de ingreso. Además, cuando las estructuras organizacionales no ayudan a aminorar los efectos de la disparidad económica, terminan generando patrones de estratificación que incrementan la distancia entre estratos y fortalecen la exclusión sistemática de ciertos grupos poblacionales.
A partir de esto surge una pregunta fundamental: ¿cómo es que ésta configuración contextual (desigualdad, grupos sociodemográficos y estructura organizacional) incrementa la probabilidad de crímenes violentos? Todavía hace falta mucho trabajo para encontrar una respuesta, pero ya podemos ubicar algunas pistas en la investigación contemporánea. Parece ser que la solución está en la forma en que ciertas configuraciones contextuales pueden afectar la motivación individual. Para ello se tienen que adoptar supuestos sobre la motivación individual y se establece una diferencia entre las conductas criminales: crímenes patrimoniales y crímenes expresivos.
En primer lugar la evidencia apunta hacia mecanismos diferenciados de acuerdo con el tipo de crimen. El homicidio como crimen patrimonial sería una acción basada en el cálculo de preferencias, donde las ganancias económicas y simbólicas esperadas sirven de motivación para involucrarse en este tipo de actividades. Por el otro lado, el homicidio como crimen expresivo sería catalizado por tensiones y estados psicológicos favorables para la violencia criminal de tipo expresiva.
Estos son sólo indicios que se encuentran en la literatura teórica y empírica, pero son líneas de investigación que sin duda vale la pena explorar, en particular para el caso de México. Una forma de hacerlo sería la siguiente: supongamos que encontramos la estrategia metodológica adecuada para descomponer la tasa de homicidio a partir de 2008 en la tasa esperada (proyección basada en la tendencia histórica) y la tasa de homicidios relacionados con el crimen organizado. Si examináramos estos datos con el modelo de crimen expresivo y crimen patrimonial tendríamos que comprobar que una proporción significativa de los homicidios correspondientes a la tasa esperada son explicados por el modelo de crimen expresivo, mientras que una cantidad significativa de casos pertenecientes al excedente tendría que ser explicado por el modelo de crimen patrimonial. Como resultado tendríamos crímenes distintos, generados por las mismas variables independientes pero vinculadas con la motivación individual a través de mecanismos distintos.
Finalmente, vale la pena decir que la importancia del estudio sistemático del crimen violento y otras formas de criminalidad va más allá de los círculos académicos. Ahora que una buena parte del discurso público se ha enfocado en la prevención y una cantidad importante de recursos públicos se están destinando a dichos programas, es necesario que los resultados de la investigación sirvan para orientar de la mejor manera posible el destino de los recursos públicos. Además de la evaluación, el conocimiento generado a partir de la evidencia sirve para identificar áreas de oportunidad donde los programas de prevención podrían tener una mayor probabilidad de éxito.•
Referencias:
I. Ouimet, Marc. (2012) “A World of Homicides”.Homicide Studies. August 2012 vol. 16 no. 3 238-258
II. Me refiero al trabajo de Judith R. Blau y Peter M. Blau.
III. Ramírez, D. (2013) “Crimen y Economía: Análisis de la tasa de homicidio en México a partir de variables económicas (2000, 2005, 2010)” Documento de trabajo, Colmex-CES.
IV. Una observación más a detalle de la tasa de homicidio por distintos rangos de edad permite ver que el sector más victimizado está entre los 15 y los 40 años. De igual forma existen diferencias considerables con respecto al sexo. Ver: Incháustegui, T., y López, M., (coord.) (2012) Violencia feminicida en México 1985-2010. Comisión especial para el seguimiento de los feminicidios, ONU Mujeres, Instituto Nacional de las Mujeres. México.
V. Merino, J., Zarkin, J., Fierro, E. (2013) “Marcado para morir”. Nexos. Julio. México.
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