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Diego Rivera y la revolución

por Ángel Eduardo Ysita Chimal

El día que la Revolución Mexicana explotó, Diego Rivera recibía una carta en la que se le comunicaba o recordaba el final de la beca que le había extendido la Escuela Nacional de Bellas Artes, según comenta el Dr. Ramón Favela. El pintor guanajuatense regresó, pero muy pronto volvió a Europa, en donde estaría alrededor de once años más.


A lo largo del tiempo y de una extensa bibliografía podemos percibir una especie de reclamo o de reproche que algunos artistas mexicanos infligieron a Rivera debido a que le tomaron a mal el hecho de no participar en la Revolución. Diego estaba en París, no estuvo físicamente, pero su interés por los acontecimientos en su país motivaron a Rivera a seguirlos vía epistolar (cartas de su familia y amigos) y por una incipiente información periodística que se dio en París y en Francia en esa época. Como ejemplo podemos nombrar a Le Figaro, donde las noticias de México, y sobre todo acerca de su proceso revolucionario, eran casi nulas, no le daban ninguna presencia en su diario. Así, Rivera no tenía mucha información.

Diego Rivera tenía 23 años cuando dio inicio la guerra civil mexicana, en pocos días cumpliría 24 años, el 8 de diciembre; a esa edad Rivera va formando su ideología, que mucho después detonó en su vasta obra de caballete así como mural e incluso en la gráfica que también llegó a elaborar este destacado pintor.

Muchos años después se le empezó a “diagnosticar” su comunismo, también fue acusado por ser un comunista no genuino. Diego llevó siempre ese estigma en los hombros, con críticas ácidas que le dijeron artistas de la talla de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y el artista zacatecano Francisco Goitia.

La verdad es que Rivera era muy complejo y muy inteligente; sabía explotar y explorar las situaciones para argumentar sus ideas y sus conceptos, que podemos –de cierta manera– apreciar en gran parte de su obra; un artista prolífico y completo. Como anécdota podemos considerar las “cuentas” del gran maestro, ya fallecido, Adrián Villagómez, quien estuvo alguna vez en el cargo de Director de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes, y quien dejaba claro que Rivera tenía más de 4,000 metros cuadrados de pintura mural y más de 4,300 obras en caballete sin considerar, gráfica.

En 1915 Diego se encontraba en Montparnasse, un importante lugar situado al margen izquierdo del río Sena, en la intersección del Boulevard de Montparnasse y el boulevard Raspail, un espacio que después sería absorbido como un distrito de París desde el siglo XIX y que evocaba el pasaje mitológico griego del hogar de las nueve musas. Ahí vivía Diego. Es en ese año cuando pinta una de las obras más emblemáticas de esa época y que marcaría una etapa de experimentación y transición: el “Paisaje Zapatista”, obra considerada cubista. Diego exploró el cubismo desde 1913 hasta 1918, después le interesará la obra y la técnica de Paul Cézanne.

Esta pieza fue mucho tiempo llamada “El Guerrillero”, es más, algunos viejos catálogos manejan ese título. En él se encuentran elementos mexicanos, tales como un cinturón, un sombrero, un fusil, un sarape y otras figuras que, aunque geometrizadas, nos dan un aspecto figurativo, tales como las montañas, el mar, el cielo y follajes muy frondosos; de hecho, se recuerda una polémica que en su momento relataron Favela, Raquel Tibol y González Mello: que el propio Pablo Picasso, quien conoció a Diego en la primavera de 1914, y de quien se dice se inspiró en la obra del Paisaje Zapatista. El pintor de Málaga reinterpreta la composición y ciertos elementos; ante ello, Diego aseguraba que era un orgullo que el Maestro Pablo Picasso tomara como base su obra. La misma crítica de arte, la argentina Raquel Tibol, dijo: “es un cuadro de un cubismo ambiguo, no ortodoxo”.

En la parte posterior del bastidor donde después se pintaría el “Paisaje Zapatista”, Diego pintó en 1913 una obra muy diferente, aunque también cubista, “La Mujer del Pozo”. De esta obra se cuenta que, por alguna razón no muy precisa, Diego decide “borrarla”, aunque no es borrada literalmente, sino cubierta por una especie de pintura comercial que la “tapa”, y hoy se puede apreciar perfectamente en la parte trasera del “Paisaje Zapatista”.

La razón de pintar dos obras en un mismo bastidor se explica por los vientos que soplaban de una inminente guerra mundial, la llamada Gran Guerra, que Diego sufre en Europa, la crisis “anterior y durante”, los escasos recursos económicos de Diego y la escasez de suministros en general en Europa. De hecho, se comenta que Diego cuando recibía algún pago por alguna obra compraba una botella de vino corriente, una hogaza de pan y un pequeño racimo de uvas y ese era el alimento que compartía con quien entonces era su pareja, la pintora y agravadora aguafuertista Angelina Beloff.

México sufría una revolución muy dramática y extensa, en el año que Diego pinta “La Mujer del Pozo” en México es asesinado Francisco I. Madero, presidente en funciones en la denominada Decena Trágica. Diego, aunque no estaba en México, seguía por cartas los acontecimientos. El “Paisaje Zapatista” representa esos ideales riverianos, ese “homenaje” al zapatismo y, por qué no decirlo, al propio “Rayo del Sur”, sobrenombre con el que se le conocía a Emiliano Zapata. En la obra se puede percibir claramente, que incluso, los “bigotes”, muy característicos de los revolucionarios, están ahí representados, están posicionados verticalmente, muy dispuestos, en contraste con un perfecto blanco de Titanio.

Si Diego “no participó directamente en la Revolución Mexicana”, como le fue “reclamado” cuando llegó a México a finales de 1921, puso en un lugar muy destacado de su producción artística el tema de la Revolución, tanto en obra de caballete, como en obra mural y además en su vasta obra gráfica.

Sí, él no disparó arma alguna, solo disparó pinceles y espátulas, “embarró la revolución sobre muros”; quienes lo criticaron siguieron un camino muy similar, pero nadie como Diego, quien lo pintó en los edificios públicos más importantes de su época. Su visión de la Revolución podrá cuestionarse, pero nadie puede decir que Diego no tuvo un compromiso con las bases sociales de la Revolución, “El Guerrillero” o el “Paisaje Zapatista” es un pequeño ejemplo.•

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