Acabo de ver la película «Dos Papas», del consagrado cineasta brasileiro Fernando Meirelles. Considero que la película está técnica y estéticamente bien hecha, reproduciendo los espacios grandiosos del Vaticano y de sus jardines. Está basada en hechos históricos, por supuesto, con la creatividad que permite este tipo de arte, particularmente en la construcción de diálogos. Pero en ellos se entrevé sus respectivas teologías y sus conocidas afirmaciones.
Lo que digo es una opinión estrictamente personal. He tenido el privilegio de conocer personalmente a los dos Papas, con los cuales mantuve y mantengo relaciones bastante cercanas y de amistad.
Con el profesor Joseph Ratzinger tengo una deuda de gratitud por haber valorado positivamente mi tesis doctoral sobre “La Iglesia como Sacramento Fundamental en el Mundo secularizado”, voluminosa, más de 500 páginas impresas. Me ayudó financieramente con una cantidad considerable de marcos y encontró una editorial para su publicación, cuando nadie quería arriesgarse a publicar un libro de estas dimensiones. La recepción en la comunidad teológica internacional fue excelente, considerada una obra fundamental, especialmente por el reconocido especialista en el tema Iglesia Jean Yves Congar, dominico francés.
El profesor Ratzinger es una persona de trato finísimo, extremadamente inteligente; nunca lo he visto levantar la voz; es muy tímido y reservado.
Al saber que había sido elegido Papa, inmediatamente pensé: “Es un Papa que sufrirá mucho porque quizás no haya abrazado nunca a la gente, mucho menos a una mujer, ni haya estado expuesto a las multitudes”.
Nuestra amistad se fortaleció porque durante cinco años, a partir de 1974, en la semana de Pentecostés (que suele caer hacia mayo) alrededor de 25 reconocidos teólogos y teólogas progresistas de todo el mundo nos reuníamos en la ciudad de Nimega en los Países Bajos o en otra ciudad europea. Durante una semana discutíamos ecuménicamente, acompañados por un pequeño grupo de científicos, hasta de Paulo Freire, sobre temas relevantes del mundo y de la Iglesia. Editábamos una revista, «Concilium», que se publicaba en 7 idiomas y aún se sigue publicando (en Brasil por la Editora Vozes). En ella, las mejores mentes del mundo colaboraron en las diferentes áreas del conocimiento, desde la sexualidad y la Teología de la Liberación hasta la moderna cosmología.
El Prof. Ratzinger se sentaba casi siempre a mi lado. Después del almuerzo, mientras casi todos echaban una siesta, él y yo paseábamos por el jardín, discutiendo temas de teología, nuestros favoritos San Agustín y San Buenaventura, de los cuales he leído prácticamente toda su obra.
Hecho cardenal y presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvo la ingrata misión de interrogarme sobre el libro Iglesia: Carisma y poder en 1984. Cumplió institucionalmente su papel de interrogador y yo el de defensor de mis opiniones. Fue un diálogo firme pero siempre elegante por su parte, incluso cuando, después del interrogatorio, tuvimos una segunda parte, es decir, un encuentro aún más difícil con él y con los Cardenales brasileños Don Paulo Evaristo Arns y Don Aloysio Lorscheider que me acompañaron en Roma y testificaron a mi favor. Éramos tres contra uno. Debo admitir que él se sentía incómodo.
Después de un año, recibí la resolución del proceso doctrinal con la deposición de la cátedra de teología, de mis tareas en la Editorial Vozes y la imposición de un “silencio obsequioso” que me impedía hablar, enseñar, entrevistar y publicar cualquier cosa. La decisión final después del interrogatorio fue tomada por 13 cardenales (13 para romper el empate). Más tarde me enteré por un emisario de su secretario privado que él, el Card. Ratzinger, votó a mi favor pero fue un voto perdedor. Hay que decir que cada vez que los periodistas le preguntaban sobre mí, él respondía con humor que soy “ein frommer Theologe” (un teólogo piadoso) que algún día profundizará su verdadero camino teológico.
La película no retrata la figura fina y elegante que lo caracteriza. En una escena levanta la voz y casi grita, lo que me parece totalmente improbable y contrario a su carácter.
A pesar de estar ahora en diferentes situaciones, él Papa y yo, un teólogo promovido a laico, nunca perdimos nuestra amistad. En sus noventa años, cuando se organizó un Festschrift (un libro de homenaje), en el que escribieron muchas personas notables, a petición suya me pidieron que escribiera mi testimonio sobre él, lo cual hice con agrado. La amistad es más fuerte que cualquier doctrina, siempre humana.
Con referencia a Jorge Mario Bergoglio, ahora Papa Francisco, diría lo siguiente: Nos conocimos en 1972 en el Colegio Máximo de San Miguel en Buenos Aires, exponiendo la singularidad del camino espiritual de San Ignacio de Loyola él), y el camino espiritual de San Francisco yo. Allí discutimos sobre hermenéutica de un francés, cuyo nombre no recuerdo, y también sobre la vertiente de la teología de la liberación argentina (del pueblo silenciado y la cultura oprimida), la nuestra brasileña y la peruana (sobre la injusticia social y la opresión histórica de los pobres y los afrodescendientes). De esta reunión hay una foto que él, desde Roma, tuvo la amabilidad de enviarme, donde aparecemos todo un grupo de teólogos y teólogas, la mayoría ya no están entre nosotros, algunos perseguidos y torturados por la represión bárbara del ejército argentino o del chileno. Después nos perdimos de vista.
Supe por su profesor de teología, recientemente fallecido, Juan Carlos Scannone, el mayor representante de la teología argentina de la liberación, que Bergoglio entró a la Orden Jesuita como una vocación adulta (antes era químico, como aparece en la película). Inmediatamente se entusiasmó con este tipo de teología de la liberación de cuño argentino y allí hizo un voto que siempre cumplió, incluso como cardenal de Buenos Aires: cada semana pasaba una tarde o incluso un día en una villa miseria; siempre solo, entraba en las casas y hablaba con todo el mundo. No vivía en el palacio cardenalicio, ni tenía carro. Andaba en bus o en metro. Vivía solo en un apartamento y se hacía la comida.
Fue Superior Mayor de los Jesuitas de Argentina, actuando especialmente en la región de Buenos Aires. De joven era muy riguroso. Aquí tuvo que enfrentarse a una situación muy grave que lleva en su corazón hasta el día de hoy: dos jesuitas, el padre Jalics y el padre Yorio (a este lo conocí personalmente en Quilmes) vivían en un barrio pobre, apoyando a los pobres y marginados. Los que trabajaban con el pueblo, como en Brasil en 1964 (y quizás también hoy bajo el nuevo gobierno autoritario de Bolsonaro), eran considerados marxistas y subversivos. Estaban vigilados por los órganos de seguridad militar. Bergoglio fue informado de que serían secuestrados con las torturas subsiguientes. Trató de salvarlos incluso apelando al voto de obediencia, típico de su Orden, en el sentido de que dejaran la favela para no ser víctimas de la represión violenta.
Ellos argumentaron de forma evangélica: “Un pastor no abandona a su rebaño, a su pueblo; participa de su destino; vale más obedecer al Dios de los pobres que obedecer a un superior religioso humano”.
Efectivamente fueron secuestrados y duramente torturados. Jalics se reconcilió con Bergoglio y vive en Alemania, mientras que Yorio se sintió abandonado y se distanció de él (murió en Uruguay hace años). Pude sentir su amargura personal al mismo tiempo que trataba de comprender el impasse al que se enfrenta una autoridad religiosa responsable en situaciones límite. Aun así, Bergoglio escondió a muchos en el Colegio Máximo de San Miguel o los llevó a la frontera de otro país para escapar de una muerte segura.
Al ser elegido Papa, volvimos a comunicarnos. Sabiendo que había estado ocupado intensamente con el tema de la ecología integral, involucrando a la Casa Común, la Madre Tierra, me solicitó colaboración, lo que hice con asiduidad. Pero me advirtió: “no envíes los textos al Vaticano, porque no me los entregarán (el famoso sottosedere de la Curia: sentarse encima y olvidar), sino envíalos directamente al embajador argentino ante la Santa Sede, que todos los días muy temprano toma el mate conmigo”. Así lo hice. Dicen que se nota la presencia de mis pensamientos y temas en la encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015). Pero la encíclica es del Papa y él puede elegir a los consultores que quiera. También envié textos al Sínodo Panamazónico de 2019. Contestó agradeciéndolo.
Al elegir el nombre de Francisco bajo la inspiración de su amigo brasileño, el cardenal Cláudio Hummes, que le sugirió el nombre de Francisco y hacer una clara opción por los pobres, se transformó. El rigor jesuítico se unió con la ternura franciscana. Con los problemas internos de la Curia, la pedofilia y la corrupción financiera en el Banco Vaticano es extremadamente estricto. Por el contrario, con la gente es visiblemente tierno y fraterno.
Ningún papa anterior ha amonestado con tanta dureza al sistema, que ha perdido su sensibilidad, su solidaridad con los millones de pobres y hambrientos, su capacidad de llorar y es adorador del ídolo del dinero. Depreda la naturaleza y es anti-vida y anti-Madre Tierra. No necesitamos indicar a qué sistema se refiere. Su opción por los pobres es rotunda. Debido a sus valientes posturas ante la emergencia ecológica de la Tierra, el calentamiento global y la deshumanización de las relaciones humanas, se ha convertido en un líder religioso y político. Su voz es escuchada y respetada en todo el mundo.
El propósito de la película es mostrar dos modelos de personaje religioso y dos modelos de Iglesia.
Primero muestra cómo Ratzinger y Bergoglio, ambos, son humanos, profundamente humanos. En este sentido, ambos tienen su lado positivo y también su lado oscuro. El Papa Benedicto XVI, su indulgencia y lenidad con los pedófilos. No debemos olvidar que escribió a todos los obispos, bajo sigilo pontificio, que nunca debe romperse, para que no entregasen a los sacerdotes y obispos pedófilos a los tribunales civiles; esto desmoralizaría a la institución de la Iglesia. Debían confesar su pecado y ser trasladados a otro lugar.
El Papa no se dio cuenta suficientemente de que no se trataba sólo de un pecado perdonable por la confesión. Era un crimen contra inocentes que la justicia común debía investigar y castigar. No se pensó en las víctimas, solo en salvaguardar la imagen de la Iglesia institución. Tal omisión fue fuertemente criticada por el Cardenal Bergoglio como aparece claramente en la película.
El papa Benedicto XVI siguió la huella de Juan Pablo II, que era moral y doctrinalmente conservador. Intentó relativizar el aggiornamento del Concilio Vaticano II (1962-1965). Veía a la Iglesia como una fortaleza asediada por todos los lados por enemigos, es decir, por los errores y las desviaciones de la modernidad. La solución propuesta fue volver a la gran disciplina anterior, proveniente del Concilio de Trento (1545-1563) y del Concilio Vaticano I (1869-1870). La centralidad era la ortodoxia y la sana doctrina, como si las prédicas fueran lo que salvaba y no las prácticas. En esta línea, el Card. Joseph Ratzinger fue estricto: más de 110 teólogos y teólogas fueron condenados, depuestos de sus cátedras, silenciados (en Brasil, Yvone Gebara y yo personalmente) o castigados de alguna manera. Uno de ellos, un excelente teólogo, fue condenado sin ninguna explicación. Estaba tan deprimido que pensó en suicidarse. Solo se curó cuando fue a América Central para trabajar con las comunidades eclesiales de base. La vida de fe del pueblo sencillo y pobre le devolvió el sentido de la vida.
Hubo un invierno eclesial severo. Toda una generación de sacerdotes se formó en este estilo doctrinal, con la mirada puesta en el pasado, usando los símbolos del poder clerical. Del mismo modo fueron consagrados una pléyade de obispos, más autoridades eclesiásticas ortodoxas que pastores en medio de su pueblo.
El Papa Francisco es un modelo distinto de personalidad religiosa. Él viene del fin del mundo, fuera de la vieja y casi agonizante cristiandad europea. Y ha traído una primavera para la Iglesia y para el mundo político mundial.
Primeramente innovó los hábitos. Al negarse a usar la “mozzeta”, esa pequeña capa blanca llena de brocados que los papas llevaban sobre sus hombros, símbolo del poder absoluto de los emperadores romanos paganos, en la película dice claramente: “el carnaval ha terminado”. No acepta la cruz de oro, continúa con su cruz de hierro; rechaza los zapatos rojos (de Prada) y continúa con sus viejos zapatos negros. No se anuncia a sí mismo como Papa de la Iglesia, sino como Obispo de Roma y sólo a partir de ahí, Papa de la Iglesia universal. Al ser presentado como nuevo Papa pide al pueblo que rece por él y le dé la bendición. Solamente después él bendice al pueblo. Aquí aparece claramente una nueva visión teológica, conforme al Concilio Vaticano II: primero viene el Pueblo de Dios y después el Papa y las demás autoridades eclesiásticas al servicio de este Pueblo de Dios.
Anima a la Iglesia no con el derecho canónico, sino con el amor y la colegialidad (en consulta con la comunidad de obispos). En su primer discurso público dice: “Cómo me gustaría una iglesia pobre y para los pobres…”. No vive en el palacio pontificio, lo que sería una ofensa para el poverello de Asís, sino en una casa de huéspedes. A la hora de comer guarda fila como los demás y comenta con humor: “así es más difícil que me envenenen”.
Prescinde de un automóvil especial y de un cuerpo de protección personal. Se mezcla entre la gente, da las manos a quienes se las extienden y besa a los niños. Es padre y abuelo querido de las multitudes.
Su modelo de iglesia es el de un “hospital de campaña” que atiende a todos sin preguntar de dónde vienen y cuál es su situación moral. Es una “iglesia en salida” hacia las periferias humanas y existenciales. Respeta los dogmas y las doctrinas, pero afirma claramente que prefiere situarse vivamente ante el Jesús histórico, optando por un encuentro directo con las personas y el cuidado pastoral de la ternura. Insiste en que Jesús vino a enseñarnos a vivir el amor incondicional, la solidaridad y el perdón. Para él es central la misericordia infinita de Dios. Y va más allá al decir: “Dios no conoce una condenación eterna, porque perdería ante el mal. Y Dios no puede perder. Su misericordia no tiene límites”. Por lo tanto, llama a todos, una vez purificados de su maldad, a la casa que el Padre y Madre de bondad han preparado para todos desde la eternidad. Morir es sentirse llamado por Dios y uno va alegremente al Gran Encuentro.
En términos de ecumenismo, enfatiza que las distintas iglesias deben reconocerse mutuamente y todas juntas ponerse al servicio del Reino de justicia, de solidaridad, de fraternidad y de amor, alimentando la llama sagrada de la espiritualidad que se oculta dentro de cada persona.
Es otro tipo de pontificado, otro modelo de ser humano, que reconoce que perdió la paciencia cuando una mujer tiró bruscamente de su mano y se la apretó con fuerza. Molesto, le palmeteó la mano dos o tres veces. Pero al día siguiente pidió públicamente perdón. Es naturalmente humilde y reconoce su debilidad.
El Papa Francisco abrió toda su humanidad, dándose el derecho a la alegría de vivir, de animar a su equipo favorito, el San Lorenzo, de disfrutar de la música de los Beatles, y hasta conquistó al Papa Benedicto XVI para bailar un tango, impensable en un severo académico alemán. Aquí aparece no el Papa, sino el hombre Bergoglio que desentraña la humanidad recogida del hombre Ratzinger. Ambos son diferentes, pero se unen en el baile de un tango de personas mayores.
La película es una hermosa metáfora de la condición humana, con dos formas diferentes de realizar la humanidad, que no se oponen sino que se componen, y se completan, una con ternura y la otra con vigor.
Vale la pena ver la película, porque nos hace pensar y nos ofrece lecciones de escucha mutua, de diálogo abierto, de verdades dichas sin tapujos y una amistad que va creciendo a medida que la relación se distiende con cada encuentro. El perdón que se dan uno a otro y el abrazo final, largo y amoroso, engrandece lo humano y lo espiritual presente en cada uno de nosotros.
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