Este año se cumplen dos siglos de la consumación de la Independencia que se fraguó desde la Conspiración de Querétaro, encabezada por Miguel de Hidalgo y Costilla, Josefa Ortiz de Domínguez y una veintena de personajes ilustres incluyendo a José María Morelos y Pavón y que, después de más de diez años de lucha concluyó a partir de la firma de los Tratados de Córdoba entre Juan de O’Donojú y Agustín de Iturbide en representación de España y del primer Imperio Mexicano respectivamente.
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A partir de la suscripción de dicho tratado se formaba el Imperio Mexicano, es decir, se creaba un nuevo Estado Nación con sus propias leyes y forma de organización, nada sencillo pues aquel siglo xix atestiguó las divergencias entre ideologías y proyectos políticos.
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El Primer Imperio Mexicano existió hasta 1823 y desde ese momento hasta la disolución del Segundo, con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, y el triunfo de la República Restaurada de Benito Juárez en 1867, el Estado Mexicano no tuvo la estabilidad suficiente que posibilitara mandar en el territorio. El debate fue, durante todo ese tiempo, por posicionar o imponer el modelo económico, político y organizacional que adquiriría el naciente México.
Responder a estas interrogantes no fue tarea sencilla, implicó el derramamiento de sangre, incremento en la violencia y desestabilización: durante 44 años de luchas suscitadas entre el Primer Imperio y la República Restaurada se dieron 39 sucesiones del poder, a veces personificadas en un poder ejecutivo unipersonal, a veces en una junta de gobierno tripartita; además se promulgaron siete constituciones, que pudieran dividirse entre centralistas y federalistas, con las implicaciones organizacionales que tenía modificar la Carta Magna.
Por si la inestabilidad interna no fuera poco, el siglo xix asistió a diversos conflictos con potencias extranjeras, siendo los más importantes aquellos que mantuvo con Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos y que mermaron la capacidad económica de México para su desarrollo interno.
Además, este siglo fue testigo de la pérdida territorial del Estado Mexicano, tanto al sur cuando las Provincias Unidas de Centroamérica, es decir Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Costa Rica se separaron en 1823; como al norte en a partir de la capitulación de México con la firma de los tratados Guadalupe Hidalgo, nuestra nación cede más de 2 millones 300 mil kilómetros a Estados Unidos. Con esto sólo es evidente que el Estado Mexicano no tenía control político, económico, ni territorial y que, durante ese periodo las posturas divergentes entre los proyectos legales sólo representaron mayor desorden.
Dicho de otro modo, previo a 1867 difícilmente podríamos hablar de un Estado Nación en sentido estricto, pero es gracias a la figura de notables liberales como Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias que se consolidan las instituciones mexicanas, y que dan paso a un siglo xx el cual, tendrá su propio ritmo y sentido, sus propias características y sentido que, a la postre permitirán el fortalecimiento de aquel movimiento que inició con el grito en la iglesia en Dolores Hidalgo.
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