Hace 21 años, un investigador del Fondo Monetario Internacional, Vitto Tanzi, publicó un estudio ya clásico sobre los efectos perniciosos de la corrupción en diversos aspectos de las economías nacionales, denominado La corrupción alrededor del mundo.
Escrito por: Sergio González Muñoz
Trataré primero los efectos cualitativos que determinó. Tanzi afirmaba que el flagelo mermaba los ingresos públicos y aumentaba el gasto; contribuía por lo tanto a mayores déficits fiscales, dificultándole al gobierno alcanzar una política fiscal sana; y que podía causar incrementos en la desigualdad de ingreso porque les permitía a individuos bien posicionados a tomar ventaja de las actividades del gobierno, pero a costa del resto de la población.
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Señaló también que había fuertes indicios de que los cambios en la distribución del ingreso que habían ocurrido en años recientes en economías otrora planeadas centralmente habían sido resultado, parcialmente, de actividades corruptas, como las privatizaciones en beneficio de la nomenclatura.
El flagelo también distorsionaba los mercados y la repartición de recursos por estas razones:
1.- Reducía la habilidad del gobierno para imponer necesarios controles regulatorios e inspecciones para corregir las fallas del mercado. Cuando el gobierno no desempeñaba correctamente su papel de regulador de los bancos, los hospitales, el abasto, el transporte, los mercados financieros, etc., perdía gran parte de su razón de ser.
2.- Distorsionaba los incentivos. Como ya se mencionó, individuos privilegiados dirigían sus energías a maximizar sus rentas y beneficiarse de prácticas corruptas y no hacia actividades productivas.
3.- Actuaba como impuesto arbitrario, con altos costos para el bienestar general. Especialmente cuando la corrupción no es centralizada, su naturaleza azarosa crea cargas excesivas debido a que, al costo de negociar y pagar una dádiva, hay que adicionar el costo de buscar a la persona o grupo al que había que sobornar. Además, las obligaciones contractuales “garantizadas” por el pago ilegal, frecuentemente serían incumplidas.
Así, la corrupción diluía el papel fundamental del gobierno para hacer cumplir los contratos, proteger los derechos de propiedad, etc. Cuando se podía comprar el incumplimiento de un compromiso u obligación contractual, o cuando a uno se le obstaculizaba el ejercicio de sus derechos de propiedad con motivo de la corrupción, uno de los principales papeles del gobierno quedaba desarticulado y el crecimiento podía ser afectado negativamente.
Que lesionaba también la legitimidad de la economía de mercado y quizá hasta de la democracia. De hecho, las críticas expresadas en muchos países contra la democracia y la economía de mercado, especialmente en economías en transición, eran altamente influidas por la existencia de la corrupción.
Por lo tanto, la corrupción podría ralentizar e inclusive bloquear el movimiento hacia la democracia y una economía de mercado. Finalmente, muy probablemente podría incrementar la pobreza porque reducía el potencial de los pobres de obtener un ingreso. ¿Suena conocido?
Abordaré ahora los resultados macroeconómicos y que, ominosamente, suenan muy actuales. Veamos.
Tanzi, que fue Director de Asuntos Fiscales del FMI por casi 20 años, entre 1981 y 2000, encontró que la corrupción menguaba la inversión y como consecuencia, la tasa de crecimiento.
Asumía que dicha reducción era causada por los altos costos y la incertidumbre que la corrupción creaba. En su análisis, la reducción de la tasa de crecimiento era una consecuencia directa de la declinación de la tasa de inversión. En otras palabras, el estudio estaba basado en una función productiva que hace del crecimiento una función de la inversión.
La corrupción, decía en La corrupción alrededor del mundo, reducía el gasto en educación y salud porque el gasto en esas dos materias no se prestaba fácilmente a prácticas corruptas por parte de aquellos tomadores de decisiones presupuestales. El flagelo incrementaba el gasto público porque los proyectos respectivos se prestaban fácilmente a la manipulación de los altos funcionarios para obtener dádivas; y distorsionaba también los efectos de la política industrial en la inversión.
Al mismo tiempo, acotaba el gasto en operación y mantenimiento por razones similares a las que reducían el gasto en educación y salud; también encontró que se dañaba la productividad del gasto público y de la infraestructura del país. Por otro lado, que disminuía la recaudación de impuestos, principalmente por el impacto que generaba en la administración fiscal y en aduanas, reduciendo por tanto la habilidad del gobierno para ejercer adecuadamente el gasto público.
Finalmente, que la corrupción ahuyentaba la inversión extranjera directa porque tenía el mismo efecto que un impuesto y en los hechos operaba como tal. Mientras menos previsible era el nivel de corrupción (o más alta su variabilidad) mayor era el impacto en este tipo de inversión extranjera. Una variabilidad más alta hacía ver a la corrupción como un impuesto impredecible y azaroso. Por lo tanto, equiparó los incrementos en la corrupción y en su imprevisibilidad con aumentos de tasas impositivas a las empresas.
En una extraña alusión a la situación de entonces de nuestro país que hay que desentrañar, el autor cierra citando dos estudios de 1997 de Shang-Jin Wei, ex-economista en Jefe del Banco de Desarrollo de Asia y a la fecha profesor de Finanzas y Economía de la Universidad de Columbia, en los que había concluido que elevar el índice de corrupción del nivel de Singapur al nivel de México de ese entonces era equivalente a incrementar 20 puntos porcentuales de impuestos a las empresas. Y eso fue hace 21 años…
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