por Ricardo Yocelevzky
Un aspecto muy importante de las discusiones acerca del tema de las clases medias es que las discrepancias acerca de su tamaño y, consecuentemente, su importancia en el conjunto de la sociedad, no es dirimible empíricamente
Esto se debe a una característica propia de la investigación científica consistente en que toda observación está determinada (al menos en una parte sustancial) por los conceptos que definen el observable. En este caso, como en el de cualquier otro, el tamaño que se le atribuya a un sector social depende del concepto que de ese sector se haya construido.
Respecto de las clases medias hay dos cuestiones básicas a definir para caracterizar las diferencias teóricas: primero, la ubicación en términos de las dos lógicas principales en la consideración de actores sociales, es decir, si se trata de construir teóricamente a un actor social o político colectivo, o de examinar una conducta atribuible a individuos que comparten características semejantes y, por lo tanto, por agregación de sus comportamientos individuales, se pueden “clasificar”, constituyendo una clase estadística. Este problema ya estaba señalado desde los años sesenta cuando Rodolfo Stavenhagen incluyó entre las siete tesis equivocadas sobre América Latina aquella que atribuía a las clases medias características y roles históricos que resultaban improbables si no es que imposibles.
La segunda cuestión es si la definición es lógicamente positiva o negativa. Esto es, por una parte se define como clase media al que “ya no es pobre” (definición negativa) o al que tiene algún atributo (ingreso, educación o tipo de trabajo, etcétera) que constituye una definición positiva.
Estas dicotomías pueden conducir a otras subcategorías en cada caso, pero en primera instancia es posible distinguir la inclinación preferente a ubicarse en el campo de alguna de las ciencias sociales, a partir del tipo de conducta que se busca imputar a la clase media construida de alguna de estas maneras y a la selección de variables utilizada para su caracterización.
Algunas características importantes de la sociedad actual y de las formas de consciencia predominantes en ella se muestran muy claramente en esta discusión (y quizás en ello reside la mayor parte de su relevancia). Por una parte está la reducción economicista de la estratificación social, reducción que hace que las posiciones sociales relevantes sean conceptualizadas como las que conduzcan a definir la “capacidad de consumo” de los individuos y las familias. En otros tiempos esto podría haber estado determinado por la distribución de ingresos monetarios, pero hoy el dominio de las finanzas se expresa en que la capacidad que importa es la de “endeudamiento”. Esto, más que una redistribución del ingreso es lo que constituye a una clase de consumidores “aspiracionales”, es decir, con una inclinación al consumo más allá de sus posibilidades reales pero que, como deudores, pueden tener un papel importante en la dinamización de la economía global, hasta el punto de formar parte de los factores mencionados entre los que podrían estimular una futura recuperación de la economía de los Estados Unidos de Norteamérica (I).
En la consideración dinámica, es decir, del cambio en la composición de las clases, predomina la visión economicista, a pesar de la inclusión de variables de psicología social, lo que supone el enfoque de la estratificación y clasificación como construcción de agregados de individuos o familias. Por otro lado, la consideración del origen y destino de actores sociales nuevos tendría que conducir a preguntas acerca de su probable acción en la sociedad, que se reconfigura a partir de su misma presencia como “recién llegados” a una nueva situación, debido a la condición de “emergentes” que casi siempre se asocia a las clases medias.
La clase media que generó la transformación de la sociedad feudal tenía también componentes complejos. Unos venían en descenso, otros ascendían y otros eran foráneos. Sin embargo, en conjunto, generaron una clase que se denominó burguesía y una sociedad que, a su imagen y semejanza, se denomina burguesa. ¿Existe en la nueva clase media, con las características que se comienzan a insinuar, el potencial de producir algún cambio en la sociedad que lleguemos a llamar histórico en algún momento en el futuro?
La distinción entre acción coincidente y acción colectiva introduce el elemento de organización o, al menos, concertación de la acción entre individuos que comparten la característica de “pertenencia” a la clase, lo cual supone, al menos, algún tipo de auto-identificación. Si bien no sería difícil definir una “consciencia de clase media”, especialmente al nivel individual, con el propósito de desvincularse de otra categoría más baja o identificarse con alguna más alta, esto hace que las referencias empíricas usadas para construir la clase como objeto de conocimiento sean complejas, debido a la heterogeneidad de los individuos que eventualmente serán incluidos en ella y a la variedad de procesos para cuya explicación parezca pertinente recurrir a la caracterización de alguna forma de clase media.
Un elemento que complica aún más el asunto es que no se puede aceptar como criterio empírico solamente el auto-identificarse con la clase media, puesto que individuos que indudablemente estarían por arriba o por debajo de la posición que se busca estudiar, responderían que pertenecen a ella. Sin embargo, por aquí asoma una clave que puede ser útil: la identificación de sí mismo como perteneciente a alguna clase media parece tener un correlato ideológico en la identificación con los discursos dominantes acerca de la sociedad, con los que los sujetos tienden a estar de acuerdo como “discursos de centro” o “moderado” o “sensato”. Esto permitiría asociar a las clases medias con la estabilidad del sistema social y político. Esto último, sin embargo, deberá ser explicado después de aclarar, al menos en parte, el anclaje o los anclajes estructurales que determinarían la presencia de esa actitud más bien conservadora.
La ampliación de la clase media hacia abajo, es decir la incorporación de pobres a los estratos medios aparece como una meta legítima de progreso y justicia social. Sin embargo, el declarar que esto ocurre no lo convierte en un hecho. La fundamentación empírica más amplia está contenida en un estudio recientemente dado a conocer por el Banco Mundial (II).
Un ejemplo de este tipo de razonamiento fue el de un candidato a la presidencia de la república en México que en los comienzos de su campaña llegó al extremo de proclamar que los habitantes de un asentamiento urbano irregular, en una barranca carente de servicios dentro de la ciudad de México, pertenecían a la clase media (III).
Otro ejemplo interesante es lo que escribió un reconocido comentarista que, a propósito de las festividades del bicentenario de la independencia, propone como uno de dos motivos de celebración “la construcción de una sociedad mexicana mayoritariamente de clase media”. Vale la pena citarlo extensamente:
“Si hay 40 millones de pobres, más ocho que estadísticamente pasaron de nuevo a la pobreza entre 2006 y 2008, entonces son casi 50 millones. Por tanto, hay entre 60 y 70 millones de no pobres que van desde el hombre más rico del mundo hasta la obrera en una planta maquiladora. Obrera cuyo salario guarda para sí porque no se lo tiene que entregar a sus padres –con quienes todavía vive– ni a su marido ni a sus hijos, porque todavía no tiene. Esta obrera ya tiene celular, plasma, educación secundaria o técnica y sale de vacaciones. Pronto comprará un coche usado, a plazos o ‘chocolate’; va a solicitar pronto una hipoteca para una casa de 60 a 70 metros cuadrados; y tiene acceso a crédito –todavía caro– para comprar una infinidad de bienes y servicios útiles y otros innecesarios. Hoy en México hay más gente que pertenece a estos sectores (D+ para arriba) que los que no, como lo explica The Economist esta semana, y a propósito de tres países de América Latina, debido a la estabilidad financiera; el crecimiento mediocre, pero sostenido; el bajísimo aumento de la población; y la caída de precios de bienes y servicios –en algunos casos espectacular– durante los últimos 15 años: México, Chile y Brasil, hoy; Perú y Colombia, en poco tiempo; son de este club con mayoría ‘clasemediera’. A él pertenecían ya Argentina –que entra y sale– y Uruguay, que ya está instalado(IV).”
En el texto anterior es notable un recurso literario que es la obrera imaginaria que, con otro respaldo, podría llegar a ser la construcción de un “tipo ideal”, pero que difícilmente podría ser considerado de clase media sin la atribución de acceso a determinados bienes de consumo con los que se la caracteriza. “Obrera”, por definición de categoría ocupacional, se transforma en “clasemediera” en virtud de su acceso a bienes que ya posee y a la posibilidad de un eventual acceso a crédito con fines de ampliar su consumo a bienes más caros o durables o importantes.
El 27 de julio de 2011, el periódico Milenio da cuenta de un estudio empírico realizado por una consultoría privada (De la Riva Group) que afirma que “aunque el 81% de la población mexicana afirma ser de clase media, sólo tres de cada 10 personas se encuentran en esa condición social”. Esto, dice, “significa que cerca de 35.8 millones de los 112.3 millones de mexicanos que radican en el país se encuentran en ese estrato social”. En esta afirmación se encuentra uno de los nudos de la disputa ideológica acerca de la extensión de la clase media en una sociedad. La discrepancia entre los que se identifican como pertenecientes a algún estrato de clase media y la proporción de la población que con algún criterio relativamente objetivo (plausible o verosímil) se pueda incluir ella, da lugar un problema que se intenta solucionar con adjetivos tales como “aspiracional” o transitoria.
Hoy día se atribuye una gran importancia a la existencia de sectores medios en las sociedades, tanto desde una perspectiva global como desde las nacionales. Por ejemplo, Jack A. Goldstone, considera el crecimiento de la clase media en el mundo en desarrollo como una de las tendencias a considerar como parte de la explicación de la dinámica global en el siglo XXI:
“A mediados de este siglo, la clase media global –aquellos capaces de adquirir bienes de consumo durables como automóviles, electrodomésticos y bienes electrónicos– se encontrarán en lo que hoy se considera el mundo en desarrollo. El Banco Mundial ha predicho que para 2030 el número de personas de clase media en el mundo en desarrollo será 1,200 millones, un crecimiento de 200% desde 2005. Esto significa que la clase media del mundo en desarrollo por sí sola será mayor que la población total de Europa, Japón y los Estados Unidos combinadas. De ahora en adelante, por lo tanto, el principal impulsor de la expansión económica global será el crecimiento económico de países de reciente industrialización, tales como Brasil, China, India, Indonesia, México y Turquía (V).”
Sin menoscabo de los muchos argumentos interesantes contenidos en el artículo citado, es digna de destacar la definición de clase media ofrecida en el texto. Sin duda se trata de ubicar el agregado de un tipo o nivel de consumidores. Las consideraciones que se puedan desprender de ello se harán más adelante.
Hay obvias coincidencias en las definiciones de clase media entre algunos de los autores más actuales citados, aun cuando también hay diferencias en el grado de elaboración de la descripción de la población referida. Lo más importante es que la definición descansa en una dimensión fundamental, la capacidad de consumo individual, principalmente. Las consecuencias, reales o imaginadas, para la dinámica de la economía o para las condiciones de vida de la población requerirán de otras fundamentaciones. Sin embargo, esta manera de mirar a la clase media implica abandonar otras preguntas que respecto de ella apuntaban a explicar fenómenos políticos. Esto tiene que ver con el abandono de preguntas que por mucho tiempo orientaron la investigación en ciencia política y sociología.
Esto es así porque las alabanzas a las clases medias llevan un mensaje implícito. Es obvio que un país con más clase media que pobres aparece como más presentable. No es obvio que eso pueda hacerlo parecer más desarrollado, de hecho el suponerlo, sería ingenuo (VI).•
Notas y referencias:
I. The Economist, 14 – 20 de julio, 2012
II. Ferreira, Francisco H. G., Julián Messina, Jamele Rigolini, Luis Felipe López-Calva, María Ana Lugo, and Renos Vakis. 2013. Economic Mobility and the Rise of the Latin American Middle Class, Washington, DC: World Bank. doi: 10.1596/978-0-8213-9634-6. License: Creative Commons Attribution CC BY 3.0
III. Gabriel Quadri de la Torre. En Lomas de Tarango “vive la clase media emergente”: Quadri. Milenio, abril 4, 2012.
IV. Castañeda, Jorge G.: “México: dos temas que celebrar”. Reforma, 16 de septiembre, 2010.
V. Goldstone, Jack, “The New Population Bomb. The Four Megatrends That Will Change the World”. Foreign Affairs, Vol. 89, N°1, enero – febrero de 2010.
VI. Luis de la Calle y Luis Rubio, Clasemediero. Pobre no más, desarrollado, aún no. CIDAC, México, D.F., 2010.
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